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Europa pelea para no quedarse atrás

Trabajadores en una fábrica

Irene Castro

Corresponsal en Bruselas —

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Si hay un momento en el que el mundo está en una encrucijada, es este. 2024 será el año electoral por antonomasia. Cerca de la mitad de la población mundial está llamada a las urnas. Más allá de las elecciones europeas de junio, en el viejo continente se mira con especial preocupación a lo que pueda pasar en Estados Unidos mientras el complejo contexto geopolítico -desde Ucrania hasta Oriente Medio, con especial incidencia en el comercio internacional por los ataques de los hutíes en el Mar Rojo- dificulta aún más su ya de por sí compleja situación industrial

Competitividad y productividad se han convertido en dos de las palabras clave de la estrategia que la UE ha empezado ya a elaborar para el próximo periodo. En base a esas prioridades, se irán perfilando los presupuestos comunitarios. Y hace tiempo que en la UE admiten que flaquean en esos dos puntos con el riesgo de quedarse atrás, o ahondar aún más en la distancia, con los principales competidores: Estados Unidos y China. 

Los líderes de la UE pretenden centrar buena parte de su debate en la cumbre de la próxima semana en el refuerzo económico y comercial europeo. La idea es que el ex primer ministro italiano Enrico Letta ponga sobre la mesa un informe sobre el mercado único. Una de sus principales recetas es culminar la Unión del Mercado de Capitales para crear un mercado financiero común para aglutinar el ahorro, conducir a una integración bursátil y facilitar la deuda conjunta. Ese plan siempre ha generado reticencias en países como Alemania, Holanda y los frugales. 

“No tenemos un mercado financiero europeo y todos nuestros ahorros, debido a ese motivo, están yendo hacia los Estados Unidos, están alimentando la economía estadounidense y están fortaleciendo a las empresas estadounidenses. Estos ahorros están regresando a Europa para comprar nuestras empresas”, ejemplifica Letta en una entrevista en El Mundo.

Pero también alerta de la “fragmentación nacional” de la política industrial. Las ayudas de estado han sido en buena medida la respuesta que las grandes economías europeas han dado a los desafíos de los últimos años, desde la pandemia a la crisis energética. Pero han profundizado aún más en las diferencias financieras de los estados (Alemania ha copado casi la mitad de los 760.000 millones autorizados en total bajo el Marco Temporal de Crisis). 

La guerra comercial se convirtió en una realidad, además, cuando Joe Biden lanzó la ley de reducción de la inflación (IRA, por sus siglas en inglés) con un presupuesto de más de 400.000 millones. La respuesta de la UE fue más proteccionismo. Pero de nuevo los países con más músculo ganan esa partida dentro de las fronteras europeas. La posible vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca ha obligado a los 27 a prepararse para un escenario incierto y a priori hostil. Aún colean los efectos de su primer mandato que, en el caso de España, tuvieron una especial incidencia con la imposición de aranceles a la aceituna negra. 

Aún más difícil es la relación con China, a la que la UE define al mismo tiempo como “un socio con el que colaborar, un competidor difícil y un rival sistémico”. En Bruselas reconocen que han llegado tarde a paliar los efectos del desembarco chino en algunos sectores clave como el de la energía renovable o los coches eléctricos y se han puesto ahora las pilas con sendas investigaciones por posible competencia desleal.

Además de reforzar la autonomía estrategia para reducir las dependencias en cuestiones clave como las materias primas, la UE reconoce problemas adicionales por la “fragmentación” del comercio internacional, que representa un 60% del PIB para los países de la UE mientras que la cifra es del 38% en el caso de China; y del 27%, en el de Estados Unidos. La cuota de exportaciones de la UE se ha ido, además, reduciendo en los últimos años.

 “La zona euro se ha beneficiado de una fuerte integración de la economía mundial. El comercio y la inversión ayudan a aumentar la productividad y el nivel de vida. Las tensiones geopolíticas y el aumento de los precios han tenido consecuencias para el comercio mundial. Tenemos que encontrar un equilibrio entre apoyar la productividad, mejorar la seguridad económica y tener una serie de instrumentos de defensa que nos permitan actuar en el sistema multilateral”, expresó el comisario de Economía, Paolo Gentiloni, tras reunirse con los ministros de Economía. 

¿Y cómo invertir?

En medio de todo eso ha emergido con fuerza la necesidad de potenciar la industria militar europea y se ha abierto el debate de cómo financiar el ingente gasto que supone. Países como Francia o dirigentes como el comisario de Economía abogan por eurobonos para seguridad -una suerte de fondo como el de recuperación que se puso en marcha tras la pandemia- pero la idea de emitir deuda común ya cuenta con el rechazo de países como Alemania u Holanda.

España no lo ve con malos ojos, pero el ministro de Economía, Carlos Cuerpo, puso el énfasis en la necesidad de mantener la financiación más allá de 2026, que es cuando acaba el plazo de ejecución de los fondos Next Generation. “Independiente de la forma que tome, el concepto de que las necesidades de inversión no se terminan en 2026 es bastante claro, tenemos que pensar más allá y cómo vamos a ser capaces de cubrir esta brecha de inversión”, expresó este viernes antes de reunirse con sus homólogos en Luxemburgo. 

No obstante, el Gobierno, con Pedro Sánchez a la cabeza, ha mostrado distancia con la retórica bélica que se ha impuesto en la UE. “Sería un enorme error pensar que se puede construir seguridad, paz, relaciones de vecindad, industria en Europa sin una agenda verde potente”, alertó la vicepresidenta tercera, Teresa Ribera, sobre las tentaciones de aparcar la transición ecológica.

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