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Rato, Solbes, Salgado: verdades y mentiras de su revisión de la gran crisis económica

Rodrigo Rato, Pedro Solbes y Elena Salgado, en sus comparencias esta semana en el Congreso.

Belén Carreño

El 27 de enero de 2011 se publicaron las conclusiones de la Comisión de Investigación Financiera de Estados Unidos. La comisión consumió casi 10 millones de dólares en cientos de entrevistas para concluir que “la crisis podría haberse evitado” y que había sido consecuencia de la “acción e inacción humana, no de la madre naturaleza ni de un programa informático que se hubiera vuelto loco”.

Como aperitivo la conclusión suena muy interesante pero casi siete años después no ha servido para mucho más. La máquina legislativa de Barack Obama actuó rápido para buscar culpables pero, como en las mejores novelas negras, el resultado fue que habían sido demasiados los que habían contribuido a la más que deficiente regulación financiera como para perseguir a un único protagonista. El golpe de gracia nunca se supo quién lo efectúo.

Algo así está pasando, y pasará, en la comisión de investigación financiera que está abierta en España. Aunque se ha iniciado con... ¡casi 9 años de retraso! La agenda de entrevistas se está tomando en serio y ya han pasado decenas de expertos explicando las particularidades de la formación de la burbuja financiera cuya explosión llevó al rescate público pagado con 60.000 millones de euros y a la imposición de unas medidas que degeneraron en la mayor crisis sufrida en el país.

Aunque ya ha habido comparecientes de altura en la comisión, como Miguel Ángel Fernández Ordóñez, gobernador del Banco de España durante lo peor de la crisis financiera, y algunos de sus predecesores, poca duda cabe de que esta ha sido la auténtica semana grande con la intervención de los tres anteriores vicepresidentes españoles: Rodrigo Rato, Pedro Solbes y Elena Salgado.

Los tres expolíticos han dibujado un relato de cómo se ha gestionado la historia económica de España desde que Rato tomó los mandos en 1996 hasta que los soltó Salgado entre lágrimas en noviembre de 2011. La personalidad de los tres líderes políticos no podía ser más diferente en activo y dejaron buena muestra de ello a la hora de hacer memoria y autocrítica (casi ninguna) de su gestión.

Rato, un superviviente

En el caso de Rodrigo Rato la arrogancia que destiló su comparecencia y su ajuste de cuentas con el Gobierno de Mariano Rajoy han dejado casi a oscuras el resto de su comparecencia, crucial para entender la formación de la burbuja. Rato ha tenido tres de los cargos más importantes para entender el rescate a la banca en España. A su cargo al frente de Economía, cuando comenzó la locura inmobiliaria, se une su puesto como director gerente del FMI en los años que se formó la burbuja crediticia en EEUU y su puesto como primer ejecutivo de Bankia durante la salida a bolsa y horas antes de su rescate.

Rato, condenado por apropiación indebida en el caso de las tarjetas black, no pensaba abandonar en su comparecencia el único título que aún le otorga su expartido y del que parece que no se avergüenzan: el de autor del milagro económico del Gobierno de Aznar. Lo cierto es que Rato cogió un país que estaba saliendo de la recesión en el año 1996 (después de que el Gobierno en minoría de Felipe González no lograra aprobar presupuestos) y estuvo ocho años en el poder de bonanza económica.

El expolítico no estaba por la labor de dejar que ni uno solo de esos méritos de esa etapa quedara en entredicho. Especialmente se ha criticado la ley de liberalización del suelo que promovió el condenado por las black en el año 2000, y que muchos apuntan como el inicio de la estructura económica basada en la construcción y la especulación para venta y reventa del inmobiliario en España.

Rato no estaba dispuesto a restar mérito a esa etapa, pero tuvo que emplearse mucho más a fondo en defender que su investigación por blanqueo de capitales y sus imputaciones no tenían relación con su cargo de vicepresidente que con la acción política de esa etapa. Si la ausencia de autocrítica como mano derecha de Aznar fue total, fue algo más poroso con la actuación del FMI, habida cuenta de que el propio organismo publicó una auditoría en 2011 en la que estudiaba los errores cometidos en la crisis.

Desde luego, la visión de Rato sobre su capacidad de prevención al frente del FMI palidece ante la versión que estructuró el propio organismo. Según Rato, no se vigilaba el crédito de los países desarrollados porque el problema hasta el momento lo habían provocado los emergentes, y porque no había herramientas para ello. El informe del FMI en realidad achacó al “elevado nivel de pensamiento uniforme, la captura intelectual y en general la percepción de que una gran crisis en las grandes economías avanzadas era improbable” a la incapacidad del fondo para presagiar la debacle.

El apogeo de la versión de Rato es que Bankia recibía todos los permisos del Banco de España en la labor de supervisión y en la salida a bolsa. En cierta forma, el condenado por las black tiene razón, ya que efectivamente las principales operaciones de Bankia recibieron todas las bendiciones por parte del supervisor. Pero esas bendiciones las recibieron un estado de cuentas que luego resultó no reflejar la imagen fiel de la entidad, razón por la cual también será procesado en el juicio el auditor de las cuentas, Deloitte.

Capítulo aparte merece el cruce de acusaciones y desmentidos sobre su vida personal. Desde que no ha tenido dinero en paraísos fiscales (cuando se acogió a la amnistía fiscal), o que ha pagado todos sus impuestos (punto que puede ser cierto si se tiene en cuenta el pago de la amnistía), o que el Gobierno urdió un complot para meterlo en la cárcel. Por ahora, la única condena en firme que tiene el exbanquero y que le puede llevar a la cárcel nace de una información publicada por este periódico, y les garantizamos que no nos hemos puesto de acuerdo con nadie de este Gobierno.

La fiesta de Solbes

Tras el apabullante espectáculo que dio Rato en el Congreso, la Comisión recibió al posiblemente ministro más tímido y reservado, Pedro Solbes. El exvicepresidente socialista dimitió de su cargo en abril de 2009 para no seguir ejecutando medidas en las que no creía. Al ministro se le achaca no haber hecho nada para pinchar la burbuja, pero él ya había advertido en sus memorias que sus consejos habían caído “en saco roto”.

Algo de cierto hay en que España vivía una fiesta en la que sin duda el señor Solbes era su invitado más aburrido, pero tras haber ostentando el cargo de vicepresidente durante cinco años, asegurar que los otros (se entiende que por el presidente José Luis Rodríguez Zapatero y también por el jefe de la Oficina Económica Miguel Sebastián) no le hacían caso, no acaba de resultar del todo convincente. Solbes al menos hizo la autocrítica de que le dejó a Salgado un legado de previsiones mal ejecutadas que terminaron desencadenando en los duros recortes de mayo de 2010.

Aunque Solbes logró acumular el mayor superávit que ha tenido España, dejando las cuentas saneadas precisamente para afrontar una crisis, pasará a la historia como el gestor económico que no supo, no pudo o no se impuso para paliar parte de la España del desenfreno. También le quedará el sambenito de haber comulgado con el Plan E una ocurrencia que salió de un foro económico del calado del G-20. De estas, y otras ocurrencias, se ha sacudido siempre apuntando directamente a Zapatero y eso también ha laminado su recuerdo en el partido, aunque está claro que el del Pinoso de lo que se arrepiente es de haberle sido leal demasiados años.

Defendió también el ministro en sede parlamentaria no haber pronunciado la palabra “crisis” en la campaña electoral de 2008. “No me parecía ir a las elecciones con la palabra crisis...era un tema que había que tratar con cierto cuidado”. La falta de sinceridad con la crisis ha perseguido a Solbes todos estos años, pero lo cierto es que todos los economistas saben que hay que cuidar muy mucho a los animal spirits que decía Keynes y mentar una situación así antes de tiempo podría haber agravado la situación.

Salgado, la inquebrantable

A Pedro Solbes le sucedió en el Gobierno, y también en la Comisión Elena Salgado, la política más hermética que ha tenido el PSOE entre sus filas. Salgado, conocida por su inquebrantable adhesión a Zapatero, bromeó en un corrillo con periodistas acerca de algo sobre lo que tenía toda la razón, “si pensaban que iba a dar un titular es que no me conocen”. La gallega dio pocos titulares pero fue más por demérito de los diputados que por mérito de la compareciente. Sin fuelle ya tras tres días de sesiones, las preguntas de los diputados, a excepción de la del representante de Ciudadanos, Francisco de la Torre, era dispersas y poco atinadas.

Fue una pena porque la exministra tenía mucho que aclarar sobre cómo se aprobó la salida a bolsa de Bankia, ya que han sido muy fuertes los rumores de que se forzó desde el Ejecutivo contra el criterio de los inspectores. Lo que la ministra negó radicalmente es que ella “o alguien de su equipo” hubiera llamado para que las grandes empresas invirtieran en la entidad que entonces presidía Rodrigo Rato y que era el elefante en la habitación de los problemas de España.

La vehemencia de la negación de la expolítica deja el resquicio de que no fuera ella la que llamara, pero sí otras instancias del Ejecutivo las que promovieran aquella entrada en el capital que hizo de la operación un éxito.

Hay que reconocer a la exdirigente que no intentara trasladar a la Unión Europea, ni siquiera a la troika, las responsabilidades de la asunción de recortes, ya que asumió que con la entrada en la UE había que aceptar unas normas que, además, se decidían por el conjunto de los países miembros. Donde sí transfirió la responsabilidad Salgado fue al conjunto de grupos de la Cámara que aprobaron aquellos recortes.

Casi imposible de comprobar es el contrafactual de la premisa que defendió la ministra según la cual, si no se hubiera aprobado la reforma del 135, hubieran estado en peligro los servicios públicos en España. Es cierto que el país evitó el rescate total, pero Rato había asegurado apenas dos días antes que tampoco Bruselas estaba dispuesta a dárselo. Otros países con problemas financieros no hicieron reformas en su Constitución y salieron adelante, así que es casi imposible averiguar con certeza si aquella decisión tomada un 23 de agosto valía el precio que Salgado dice que tendría que pagar España. Algún día, Elena Salgado podrá escribir también sus propias memorias en las que conoceremos cuál era ese “coste social” al que se enfrentaba España y que les hizo decidir entre susto o muerte.

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