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El municipio ecológico lucha contra el desierto

Amayuelas de Abajo (Palencia), un municipio ecológico.

Isaac Altable

En España existen unos 4.800 pueblos con menos de 2.000 habitantes. Ocupan, más o menos, el 70% del territorio del país: una gran extensión, y muy olvidada. No se trata ya del éxodo rural, sino de la desertización demográfica. La densidad de población en España, según el Instituto Nacional de Estadística, es de 93 habitantes por kilómetro cuadrado. Pero las diferencias por áreas son tremendas: Aragón tiene 28 –pero Teruel, sólo 9–; Castilla y León, 27 –y Soria, sólo 9–; Castilla-La Mancha, 26; Extremadura, 26… Al otro lado, Madrid supera los 800 habitantes por kilómetro cuadrado y Euskadi pasa de los 300 (sin contar los territorios insulares, que disparan las cifras). Geográficamente, los desiertos de población son considerados los territorios con menos de 10 habitantes por km2.

En este –casi desértico– paisaje, han ido apareciendo movimientos empeñados en no dejar morir de esta sangría de habitantes en los pueblos. Y, por tanto, el estilo de vida rural, pero también la producción agrícola de España. Casi mil municipios sin vecinos están ya catalogados según el proyecto PuebloSocial. Jerónimo Aguado, Jeromo, es la cara más visible de uno de estos emprendimientos para afianzar la población a su raíz geográfica: Amayuelas de Abajo (Palencia).

En los años noventa del siglo XX, Jerónimo se lanzó, junto con un grupo de personas, a buscar métodos de producción agrícola respetuosos con el medio ambiente: “Se trataba de redescubrir las potencialidades de la producción cuando ésta se realiza haciendo un uso correcto y legítimo de los recursos del territorio”, explica. Con esa dinámica, dice, se abrían nuevas posibilidades de empleo en su pueblo. Consiguieron, recuentan, “más de 20 trabajos fijos, 50 temporales y asentamiento de población”. “Trabajamos desde la asociación Cifaes, en Tierra de Campos”.Cifaes

Cómo funcionan. La experiencia en Amayuelas de Abajo empezó por un inmueble que se convirtió en albergue. Con este núcleo, se fueron desarrollando otras actividades económicas sostenibles, ecológicas y con la virtud de arraigar vecinos. “Es un municipio ecológico”, se definen. Según su vivencia, la agricultura industrializada del monocultivo cerealístico se llevó por delante a gran parte de la población activa del pueblo. La apuesta ha sido, reseñan, “generar pequeñas actividades económicas, sociales y productivas, aprovechando los recursos locales ociosos y siendo a su vez muy respetuosos con el medio natural”.

Esas microempresas surgidas al calor de la iniciativa Mundo Rural Vivo son actividades productivas: un matadero de aves ecológico para las granjas de la zona, un servicio de cesta ecológica para distribuir en cercanías los productos propios de su economía (pollo, cordero, ternera, cereales, girasol, hortalizas y pan) y un horno panadero.

La fórmula consiste en que un proyecto de vida se asocie al tejido rural. Una manera de mantenerse en lo económico para aportar en lo social. El panadero vive en el pueblo, el granjero también. Como el negocio no puede sobrevivir con la clientela estrictamente local, “se piensa en lo comarcal”. Suman, calculan, “22 sueños”, que son los proyectos que han ido para adelante en la “eco-aldea”. La creación de estas pequeñas iniciativas laborales ha permitido, añaden, “el asentamiento de jóvenes provenientes del mundo urbano”. Además, se ha conseguido poner en marcha servicios sociales comunitarios.

El proyecto de Jeromo y sus compañeros en Amayuelas sirve de escaparate para ponerle nombre y apellidos a los intentos de frenar la desertización del campo español (de hecho, fue destacado por la internacional Ashoka). Pero el lema “Vivir en los pueblos merece la pena” es el común denominador de estos emprendimientos. En 2004, para compartir e impulsar esta dinámica, se puso en marcha la Universidad Rural Paulo Freire como plataforma de intercambio de conocimiento y formación para el desarrollo rural.

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