“Quiero llegar a casa y poder relajarme”: qué pasa con nuestra intimidad cuando nos toca compartir piso hasta los 40

Intimidad y pisos compartidos.

Raúl Novoa

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“Compartir piso me resta intimidad. No todas las formas de vida son compatibles. Me siento infantilizada”. Quien habla es Zeltia Mosquera, gallega de 40 años que trabaja en Madrid desde hace siete y, ante la imposibilidad de alquilar una vivienda para ella sola, se ve obligada a compartir piso con tres personas más. No es la única: el 44% de los residentes en España que comparten piso lo hacen porque no pueden permitirse pagar uno solo, recoge un estudio de Fotocasa de 2023.

Emanciparse es aún una quimera para muchos jóvenes. Según el último informe del Observatorio de Emancipación del Consejo de la Juventud de España, solo un 16,3% de los jóvenes entre 18 y 29 años puede vivir de forma independiente frente al 31,9% de los países de la Unión Europea. La media de edad de emancipación en el país es 30,3 años. El esfuerzo que conlleva vivir solo es exagerado: el coste del acceso a alquilar una vivienda entera supone un 85% del salario neto de los jóvenes de la misma franja de edad, según el citado informe. Este señala también que en 2021 un 35,6% de las personas jóvenes emancipadas estaban compartiendo vivienda. Y, pese a todo, dividir gastos no es ninguna salvación económica: según la información analizada por elDiario.es, hasta una de cada tres habitaciones en España cuesta más de 400 euros al mes. 

No poder emanciparse tiene sus consecuencias. Hace unos días, desde la cuenta de X de Jóvenes Más Madrid hacían un llamamiento asambleario bajo el reclamo: “¿Cómo vamos a formar un proyecto de vida si tenemos que pedir permiso para follar hasta los 30 años? Queremos una casa para poder follar”. El tuit se viralizó y despertó las críticas de unos y las empatías de otros. Desacuerdos con el mensaje o el tono de la publicación aparte, la falta de intimidad en la población adulta asociada a la precariedad y a verse inmersos en un sinfín de casas compartidas es una realidad. Así lo corroboran perfiles afectados, sociólogos y el Sindicato de Inquilinas de Madrid, consultados por este diario. Afecta “a la salud mental y a la falta de avance sobre expectativas vitales y autorrealización de proyectos de las personas; se ve normal algo que debería ser transitorio”, sintetiza Víctor Manuel Palomo, abogado y portavoz del Sindicato.

La situación es más dramática en ciudades grandes. “Comparto piso desde hace 10 años. Hasta hace poco lo hacía porque quería, tiene un punto romántico cuando eres joven. Ahora mismo no vivo sola porque no puedo asumir el precio del alquiler en Madrid”, cuenta María Gil, compostelana de 28 años que trabaja en una agencia creativa de arte. En la capital, el precio del arrendamiento ha subido un 12,8% el último año, con un aumento de un 24% en algunos distritos, según datos de Fotocasa. María tiene pareja, pero dice que no quiere dar el salto a la convivencia. Su única alternativa es compartir con amigos. “No me molesta tanto compartir baño o no poder andar desnuda por casa”, bromea. “Me falta tranquilidad mental: llegar a casa y que sea un sitio en el que pueda relajarme”, detalla en cuanto al hecho de poder reservar la vida social para los momentos específicos y no entorpecer las relaciones con la convivencia.

Me falta tranquilidad mental: llegar a casa y que sea un sitio en el que pueda relajarme

María Gil, 28 años no puede permitirse vivir sola en Madrid

La historia de Álvaro Vega, periodista segoviano, es similar a la de María. Él vive en Madrid también desde hace una década. Ahora lo hace en el barrio de la Latina y, aunque siente que la calidad de sus habitaciones ha ido in crescendo, ve inviable irse solo. “No conozco otra vida desde los 18 años”, dice. La convivencia afecta a su privacidad: “Quieres estar con tu pareja en casa y te falta intimidad, los hábitos de limpieza de cada uno son diferentes y surgen roces... Incluso mi compañera de piso se planteaba cambiar de somier para no hacer ruido mientras mantiene relaciones sexuales. Rayarte por tener sexo en tu propia casa está muy feo”. “Muchas veces ni siquiera eliges con quién vives”, comenta, y asegura que viviría él solo si pudiese permitírselo pero que, con su salario y “por menos de 900 euros al mes”, es inviable.

“No tengo intimidad. Las casas se sienten como habitaciones propias compartiendo espacios comunes. A veces incluso parece que molestas en tu casa si otro está en el salón. Al final, el hogar debería ser el sitio de descanso, de privacidad… Donde se construye gran parte de la vida”, añade por su parte Zeltia Mosquera. La difusa perspectiva de futuro también forma parte de su runrún constante: “Aún aguanto compartiendo piso con 40 años, pero tengo pareja y me planteo tener hijos. ¿Qué pasará cuando empiece a enfermar? ¿Y si me echan del piso con 50 años, voy a tener que verme compartiendo vivienda?”, son algunas de las preguntas que se hace.

No tengo intimidad. Las casas se sienten como habitaciones propias compartiendo espacios comunes. A veces incluso parece que molestas en tu casa (...) El hogar debería ser el sitio de descanso, de privacidad… Donde se construye gran parte de la vida

Zeltia Mosquera, 40 años no puede vivir sola en Barcelona

Una familia en una habitación

Si bien Zeltia Mosquera se plantea tener hijos, Karina Díaz cuenta a elDiario.es su experiencia criando a su hija en una habitación en un piso compartido. Ella nació en Perú, pero mudó a Barcelona en 2016, con 27 años, junto a su hija de siete y parte de su familia. El único sueldo que entraba en casa en ese momento era el de la pareja de su madre, con el que alquilaron un piso. Y el único espacio que tenía para ella era su habitación, donde compartía también la cama con su hija. “Para ir a la lavandería tenías que pasar por nuestra habitación, a veces nos pillaban cambiándonos… La habitación casi no tenía luz. Casi no tenía intimidad ni con mi hija”. 

Esta situación forzaba a Karina a buscar los espacios privados con su hija fuera de casa. “Íbamos al parque para poder hablar sin gente de la casa cerca. Me hacía sentirme muy encerrada”, relata por teléfono. A esto se le sumaba una situación de precariedad laboral por no tener la documentación en regla al llegar. “Trabajaba en lo que iba pudiendo para sobrevivir”, cuenta, y recuerda que ganaba unos 800 euros al mes. “Siendo mujer migrante, racializada y monomarental, las dificultades se multiplican”. Finalmente, encontró un trabajo en una cooperativa feminista y pudo mudarse con su hija a una casa a solas. Sin embargo, dice, durante mucho tiempo la relación con su familia no fue muy buena y el precio del alquiler se sigue llevando gran parte de su sueldo, y cuenta que con la perspectiva de conseguir un mejor salario ahora está estudiando una carrera por la UNED.

Para ir a la lavandería tenías que pasar por nuestra habitación, a veces nos pillaban cambiándonos… La habitación casi no tenía luz. Casi no tenía intimidad ni con mi hija

Karina Díaz a los 27 compartía habitación con su hija de 7 en una casa con más familia

Casos como el de Karina Díaz se repiten en España, pero la falta de documentación y registro dificulta calcular cuántas personas se encuentran en esa situación. “Mucha población migrante vive en habitaciones. Los peores casos en cuanto a roces se dan cuando varias familias llegan a compartir piso, cada una en una habitación”, cuenta Víctor Manuel Palomo, del Sindicato de Inquilinas de Madrid. “Tanto en población joven como migrante, compartir piso se ve como la única manera de sobrevivir”, lamenta. 

Mercado laboral y vivienda

Para Víctor Manuel Palomo, esta situación sostenida vulnera el derecho a la intimidad recogido en el artículo 17 de los Derechos Humanos, que lleva ese mismo nombre. “Se liga con la dignidad de una persona. Sin intimidad no hay autonomía o independencia de las personas. El espacio individual se está viendo reducido a los metros cuadrados de una habitación”, señala también el abogado.

¿Y qué dice la literatura científica? En el estudio Emancipación residencial y acceso de los jóvenes al alquiler en España: un problema agravado y su diversidad territorial (Universidad de Sevilla, 2021), encuentran dos problemas clave para el retraso de la edad de emancipación en España: la precariedad laboral y el mercado de la vivienda. 

Sin intimidad no hay autonomía o independencia de las personas. El espacio individual se está viendo reducido a los metros cuadrados de una habitación

Víctor Manuel Palomo abogado y portavoz (Sindicato de Inquilinas de Madrid)

Si bien nuestro país nunca ha destacado por tener una edad temprana de emancipación, “la gestión de la vivienda solo ha empeorado; tanto el mercado como las políticas públicas”, señala Antonio Echaves, investigador principal de dicho estudio y profesor titular del departamento de Sociología de la Universidad de Sevilla. Y no hacen falta más casas: en España hay casi cuatro millones de viviendas vacías. En lo laboral, nuestro país cerró 2023 con la tasa de paro juvenil más alta de la UE, con un 28,6%, según Eurostat. Y casi la mitad de los jóvenes cobran menos de 1.250 euros al mes, según la EPA. “Los bajos sueldos que recibe la juventud y el alto precio de la vivienda origina la imposibilidad de irse de casa”, defiende el científico.

Según los últimos datos del 2021 del INE, hay un aumento de hogares multipersonales en España que no conforman familia. “Si no es en pareja, la gente está dejando de vivir sola”, apunta Echaves. Y esto afecta a la salud mental: “Es lógico que cause frustración y ansiedad vivir en un piso compartido. Es un estado de infantilización eterna al postergar ciertos proyectos de vida porque no existen las condiciones materiales necesarias”, identifica.

Los 944 euros al mes de media que paga un joven por alquilar una vivienda es el precio más alto desde que existen registros, según el Observatorio de Emancipación del Consejo de la Juventud. Implica un encarecimiento del 9,3% respecto a un año antes y de casi un 70% respecto al que tenían las viviendas de alquiler hace apenas 10 años. “La mayoría ni siquiera tiene dinero para pensar en una hipoteca. La situación de la vivienda es muy diferente ahora que hace 30 años”, subraya Víctor Manuel Palomo. “Hay parejas de 40 años que no se separan porque no pueden coger una vivienda en alquiler. La situación es muy preocupante”.

Tanto en población joven como migrante, compartir piso se ve como la única manera de sobrevivir

Víctor Manuel Palomo abogado y portavoz (Sindicato de Inquilinas de Madrid)

En el informe ¡Rompe el cristal! del Consejo de la Juventud de España, publicado de manera previa a las elecciones generales del pasado julio, se encuestó a casi 7.000 jóvenes sobre la realidad política en España. Y estos respondieron apuntando a la vivienda como un problema crucial. Hasta un 75% de los encuestados señalaron como prioritaria una legislación en políticas de vivienda que garantice su emancipación y proyectos vitales

Pero ¿cómo se hace? Para Antonio Echaves, la clave está en aumentar la vivienda protegida en alquiler y los alquileres sociales. “Hay que controlar los precios de una forma más dura y exhaustiva. No se puede especular así con un derecho humano”, lamenta. Víctor Palomo también enumera una serie de medidas que considera clave: “derogar la Ley 11/2009 de fondos buitre, regular la actividad y número de inmobiliarias, desincentivar fiscalmente el rentismo, disminuir drásticamente los pisos turísticos o recuperar las viviendas SAREB para un parque de vivienda público”.

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