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¿Por qué Sánchez pide la abstención a la derecha?

Ignacio Escolar

La regla de oro de todos los debates: no se trata de convencer a tu rival. Sería genial que tal cosa ocurriera alguna vez, un hecho histórico. Que de repente haya un político que acepte, como ocurre en otros ámbitos, que se ha equivocado, que los argumentos del otro le han convencido, que el intercambio de opiniones ha servido para algo, que ha recapacitado y ha cambiado su voto tras escuchar las razones y explicaciones del contrario.

Tal vez ocurrió una vez, hace muchos años, cuando las democracias eran jóvenes e ingenuas, cuando los parlamentos no eran un plató de televisión, un teatro donde se representan las posiciones fijadas o pactadas antes, fuera de los focos. Ya no es el caso. Allí, en los debates, no se trata de convencer a la otra parte sino a los espectadores. A los que miran y escuchan, y no al rival o al posible aliado. Porque el destino de los argumentos de cada parte no es el interlocutor con el que hablan. Tampoco al resto de los parlamentarios. Son los cientos de miles de personas anónimas que observan desde sus casas.

Conviene tener presente este principio fundamental de los debates para entender lo que ha pasado este lunes en el Congreso de los Diputados. Porque es evidente que Pedro Sánchez no aspira a convencer a Pablo Casado o, menos aún, a Albert Rivera de que se abstengan este jueves y le regalen la investidura por “sentido de Estado”. Tal cosa no va a ocurrir, en ningún caso.

Cabe preguntarse entonces el porqué de tanta insistencia del candidato del PSOE en una opción imposible. ¿Por qué Pedro Sánchez pide una abstención al PP y Ciudadanos si sabe que su única opción realista para lograr el Gobierno esta semana pasa por un Gobierno de coalición con Unidas Podemos? ¿Por qué presionar con esa reclamación imposible, tan contradictoria además con lo defendido por Sánchez en el pasado? ¿Por qué reclamar esa misma abstención que Sánchez –con su famoso “no es no”– se negó a conceder hace no tanto?

En mi opinión, las razones de Sánchez para insistir en esas abstenciones imposibles son otras tres, muy distintas al intento de convencer al contrario. La primera: porque esa presión está desgastando enormemente a sus adversarios. Porque no hay más que ver lo que está pasando en Ciudadanos, con las espantadas de Manuel Valls, Toni Roldán o Francesc de Carreras, tan dañinas para Albert Rivera. Porque son muchos los votantes conservadores que desearían otra posición de sus líderes en la investidura.

La segunda, porque pedir la abstención a la derecha justifica ante el votante de centro y ante el establishment su acuerdo con Unidas Podemos, ese terrible pecado. Pedro Sánchez, con esa mano tendida a la abstención de Rivera y de Casado, subraya algo: que la oferta de coalición a Podemos ocurre porque PP y Ciudadanos no le han permitido otra alternativa. El candidato del PSOE no habla para esta semana: prepara el argumento para los próximos cuatro años. Se pone ya la tirita, por si el experimento fracasa.

Y la tercera: porque la negociación entre PSOE y Unidas Podemos aún está en el aire. Porque en el PSOE todavía no descartan el peor escenario: que la investidura fracase. Que, si Sánchez no sale investido como presidente esta semana, vayamos a una repetición de las elecciones.

La primera sesión del debate de investidura de Pedro Sánchez hay que entenderla así: como un intento del candidato por poner una vela a dios, y otra al diablo. Como un movimiento de Sánchez para colocarse en el centro de la vida política española, con la inestimable ayuda de Albert Rivera, que hizo un discurso tan demagógico, faltón y crispado que, más que con Pablo Casado por ser el “líder de la oposición”, le hace competir con Santiago Abascal. Como una jugada táctica y no estratégica donde se echaron en falta muchas cosas. La fundamental, altura de miras y que el candidato explicara qué piensa hacer con lo que él mismo define como el principal problema de España, el de Catalunya.

Una vela a dios y otra al diablo, con el serio riesgo de que todo arda con tanto cirio. Porque si quieres que te vote Unidas Podemos, lo más lógico sería cuidarlos. No humillar a tu “socio preferente” y decirle a la cara que en realidad no es la opción más deseada.

Si fuera un partido de fútbol, el titular sería fácil. Sánchez quiere ganar por la mínima porque cree que le vale el empate. Quiere arriesgar lo menos posible para pasar a la siguiente fase. Cree tener la posición más fuerte si se repiten las elecciones.

La otra clave para interpretar el debate llegó más tarde. Con la intervención de Pablo Iglesias y las réplicas de Pedro Sánchez. No quemaron todas las naves, a pesar de las exuberantes llamaradas, a pesar de la extrema contundencia de los argumentos cruzados en un debate que empezó suave y acabó incendiado.

El cara a cara entre Sánchez e Iglesias también dejó algo claro: que ambos líderes no se aguantan. Que su relación personal es peor que mala. No es obligatorio que sean los mejores amigos para que puedan gobernar juntos. No es tampoco un buen principio para el primer Consejo de Ministros compartido en la reciente historia democrática.

Aplicando la sensatez, la lógica y la proporcionalidad en escaños, el gobierno de coalición es sencillo, obligado y debería ser lo más probable. No hay tampoco un problema con el programa: dudo que haya grandes discrepancias de los votantes y dirigentes de Unidas Podemos con las 60 propuestas concretas que presentó el candidato socialista. Pero escuchando el enfrentamiento entre Iglesias y Sánchez, parece difícil que puedan lograr un acuerdo.

Hay dos maneras de interpretar lo ocurrido entre los líderes de PSOE y Unidas Podemos en ese crispado debate. La primera, pensar que es parte de la estrategia de Sánchez, que sigue sin descartar las elecciones. La segunda, que es un calentón, fruto de su mala relación personal, y no el mensaje que querían trasladar a los ciudadanos.

Después de que Sánchez aceptara el gobierno de coalición. Después de la renuncia de Iglesias a entrar en el Consejo de Ministros, no hay un solo votante progresista que pudiera entender un fracaso.

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