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Sobre este blog

Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.

La cocina de Pablo Iglesias y el imperio de lo 'cool'

Iker Armentia

Viene a decir Elvira Lindo que la cocina de Pablo Iglesias -que apareció en el programa de Ana Rosa- no es cool aunque echarle un polvo a Pablo Iglesias sí lo sea todavía, y que levantarse en una casa ajena con armarios empotrados y muebles de madera de la época dorada del bipartidismo es un bajón muy hard. Al parecer, lo que encaja con un polvo posmoderno es desayunar cupcakes acompañados de un comentario levemente irónico sobre el último cambio de look de Rania de Jordania.

I love Elvira Lindo too much y temo meter la pata y pasarme de políticamente correcto, pero no sé si lo que ha escrito es un buen chiste costumbrista o ese clasismo involuntario que aflora en las clases pudientes y en las que –como en las novelas de Chirbes– llegaron a serlo con revancha traicionera, olvidando con desdén que venimos de almorzar filetes de hígado martes y jueves, antes de que todo el monte se convirtiera en orégano con sushi.

Sea lo que sea, el sentido del artículo va más allá de un polvo en la encimera y explica –en versión bricomanía de Fukuyama– que no fue tanto la democracia liberal la que se impuso a la lucha de las ideologías tras la caída del Telón de Acero, sino la lucha del buen gusto (contra el mal gusto, se entiende), y que ya no se es lo que se piensa sino lo que se consume y, en último término, se es lo que se aparenta ser. Es la penúltima victoria –esta muy sutil–del capitalismo: la exclusividad como ideología a golpe de talonario. Lo idóneo frente a lo justo.

A los gustos populares siempre se les ha achacado con altanería un sentido de vulgaridad y chabacanería, y hasta de peligro social, que no se merecen. Sobre esto ha teorizado Victor Lenore en su 'Indies, hispters y gafapastas. Crónica de una dominación cultural' poniendo como ejemplo la represión que sufrió en su día el 'bakalao', un movimiento cultural como pocos en España, pero desterrado a los especiales de Callejeros por no encajar en lo que oficialmente es cool en España.

Esta superioridad moral de lo excelso, lo exclusivo, lo que me hace diferente e interesante frente a lo ordinario y lo masivo nos acecha cada día, e incluso podemos encontrarla en nosotros mismos cuando nos mofamos de Rajoy por llevar a Sarkozy a comer chipirones (sin deconstruir) a una tasca con rodapiés de madera y el salero sobre una mesa adornada con un sencillo mantel blanco. Nos reímos de los garitos de moda que nos cuelan ensaladas de frutas en los gintonics pero con la distancia suficiente para poder seguir mirando un escalón por encima al Larios con tónica que se bebe en los bares a la salida del turno de noche.

Salvo que sea como caricatura o estereotipo, lo popular, lo humilde, lo poligonero tiene mala venta en este país que decidió cambiar la verdad por dinero (Chirbes otra vez) y que llena las páginas de Estilo de los suplementos de los periódicos con chalets chic de aire escandinavo super in. Como dice Elvira Lindo, madre mía, cuánto hay que cambiar aquí.

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Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.

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