Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.
Una Nochebuena ruiz
No hace demasiado tiempo las discusiones entre amigos o familiares eran mucho más divertidas por el simple hecho de que no se llegaba a saber quién tenía la razón. No existía la posibilidad de consultar Google en el teléfono móvil y, como mucho, se tenía derecho a un comodín de la llamada que tampoco terminaba de resolver demasiado.
–Roldán huyó a Laos.
–Que no, chaval, Roldán se fugó a la mansión de Felipe González en Tánger.
–¡Pero si Felipe no se la había comprado todavía! Roldán estuvo escondido en una base de submarinos del CNI en Porcuna, en Jaén.
–Porcuna no está en Jaén, animal, está en Córdoba.
–No, no. Está en Sevilla. Conozco a uno que fue allí a...
Y así seguía la discusión en un interminable tirabuzón de afirmaciones tan rotundas como dudosas, en lo que ahora se llama 'cuñadismo' pero que siempre se ha conocido como 'hablar sin tener ni puñetera idea' o 'llevar la contraria porque sí' y que, en aquellos tiempos sin whatsapp, era imposible descubrir al instante que el ex director general de la Guardia Civil, Luis Roldán, fue capturado en Laos y que Porcuna pertenece a la provincia de Jaén.
Durante buena parte de la historia, el 'cuñadismo' ha sido uno de los métodos más joviales de mantener engrasadas las relaciones de amistad y unidas las familias desavenidas. Aunque pudiera parecer lo contrario, este tipo de debates inútiles y erróneos –repartidos en dosis adecuadas a lo largo del año– nos han permitido mantener alejadas de nuestra mente las grandes preguntas de la Humanidad que, siendo imprescindibles, producen insomnio, divorcios innecesarios y, en el peor de los casos, que uno termine leyendo a Paulo Coelho como si Paulo Coelho estuviera hablando en serio.
El 'cuñadismo' como el fútbol nos facilita una tregua para sublimar la tensión que produce vivir dentro de los márgenes de la razón y la civilización. Como liarnos a leñazos con la tibia de un caballo está pasado de moda, hemos decidido acertadamente adoptar una conducta racional y sosegada –o al menos lo intentamos–, y los domingos nos damos el capricho de pegar cuatro gritos al árbitro y en la cena del amigo invisible nos entregamos al 'cuñadismo' más recalcitrante.
Pero el 'cuñadismo', otrora inofensivo y cándido como los karaokes, se ha convertido en la actualidad en el enemigo público número uno. Se extiende el miedo a hacer el cuñado en las redes sociales y con él el silencio en las conversaciones. Yo mismo que, siendo periodista, formo parte de la vanguardia 'anticuñadista' tengo pánico a caer en un error y defender que el problema del sistema electoral es la Ley D'Hont cuando los politólogos han conseguido que en las tapas de los yogures quede bien claro que el conflicto está en las circunscripciones. Ahora el cuñado siempre es el otro, aunque la mejor forma de confirmarlo es no abrir la boca. Las discusiones siguen pero todos tenemos razón, pero razón de verdad, sin hacer el cuñado, con cartelitos explicativos guardados en la mesilla de al lado como Pedro Sánchez.
Y en estas fatales circunstancias y en pleno fragor político llegamos a La Madre de Todas las Batallas del 'Cuñadismo': la Nochebuena. La noche en la que la cena es una especie de All-Star con lo mejor de 13TV y La Sexta Noche, aderezado con el maravilloso desparpajo de Sálvame Deluxe y algunas 'marilomonteradas' que son recibidas con abucheos entre croqueta y croqueta. Una noche en la que la mejor forma de ser feliz es no tomarse las cosas demasiado en serio.
Vista la evolución de los acontecimientos temo que a los ayuntamientos se les ocurra aprobar una iniciativa llamada 'Ponga un politólogo en su mesa' y –como en la peli de Berlanga pero con politólogos en vez de pobres– lleguen en tren a la estación de la ciudad y sean subastados entre las familias para acompañar en la cena de Nochebuena. “Ustedes no se han leído la Ley de Claridad canadiense, ¿verdad?”, dirá el politólogo que nos ha tocado en plena discusión sobre Cataluña, mientras come langostinos con el ansia con el que comemos los que hemos estudiado letras.
La lucha contra el 'cuñadismo' es legítima y necesaria pero dejemos, al menos, una noche libre para el 'cuñadismo'. Solo una al año, como los Carnavales o el chupinazo, o terminaremos convirtiendo la Nochebuena en una noche ruiz, mezquina y mishsherable. ¿A alguien le sobra un 'pactómetro'?
Sobre este blog
Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.