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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

¿Está cuestionada la autoridad del profesorado?

El profesor Merlí, protagonista de la serie de TV3

Pablo García de Vicuña

Una iniciativa que incluyó en su programa político Unión, Progreso y Democracia (U.P.yD.) llevaba el sello indiscutible de uno de sus ideólogos, Fernando Savater, quien en un artículo incidía en este asunto de la autoridad del profesorado ('La autoridad del maestro' El Correo, 26-09-09). Otros políticos de entonces –recuérdese a la inigualable Esperanza Aguirre, que llegó incluso a tramitarlo como normativa autonómica madrieña- creyeron necesario recomponer la mermada autoridad del profesorado con el reconocimiento legal explícito de autoridad pública.

Para resolver los problemas derivados de la pérdida de autoridad del profesorado, cabría tener en cuenta, como explica la profesora Díaz-Aguado ('¿Está cuestionada la autoridad del profesorado?'), los distintos tipos de poder que puede ejercerse en la impartición de la docencia. El primero de ellos, el poder coercitivo, que coloca al profesorado como mediador de castigos. Conviene detenerse un momento en este punto para valorar los cambios sociales producidos con la llegada de las medidas democráticas en los años 80 y el deseo generalizado de huir de los resortes obsoletos de una educación autoritaria, heredera de la escuela franquista.

Todo ello llevó, cual péndulo de la Historia, al lado opuesto, es decir, al cuestionamiento en si mismo del principio de autoridad y a la aparición de fórmulas que repudiaban cualquier intento de organización de la disciplina como concepto. Los cambios introducidos por la aplicación de la LOGSE, a partir de los 90, intentaron remediar la situación, con la aparición de los decretos de derechos y deberes del alumnado y los ROF como fórmula normativa de funcionamiento disciplinario de los centros.

Todo ello ha contribuido a la merma de este tipo de poder, especialmente aquellas teorías que, reduciendo al absurdo la teoría de Freire (“Nadie educa a nadie; todos nos educamos juntos”) han hecho del profesorado-amigo, del profesorado-colega, un/a agente sin capacidad para sancionar.

Otro de los poderes mencionables, según la profesora Díaz-Aguado, es el poder de recompensa; el profesorado como mediador de recompensas. Últimamente también devaluado, porque su eficacia depende de la presencia física del mismo y se reduce a las conductas que pueden ser premiadas y sentidas como legítimas por parte del alumnado.

De mayor recorrido, quizás, sea el poder legítimo, o la percepción del alumnado de que el profesorado tiene derecho a influir sobre él. Es el más duradero, si realmente descansa en la aceptación de un código, según el cual el profesor o la profesora tiene derecho a influir sobre sus alumnos/as y éstos el deber de aceptar dicha influencia. Sin embargo, suele llegar a ser efímero, por estar sujeto a los vaivenes y cambios de humor constantes de los adolescentes.

La profesora Díaz-Aguado reconoce también el poder de experto. El profesorado como poseedor de un conocimiento especial en una materia concreta. Sin duda, el más deteriorado en los últimos tiempos, como consecuencia de la omnipresencia del mundo Internet en la sociedad contemporánea. El error de identificación tan común entre el alumnado de que Internet sustituye el papel de guía reservado casi en exclusividad al profesorado ha facilitado tal confusión. No estaría de más insistir una vez más en que no debemos incurrir en la identificación de búsqueda de información con aprendizaje del conocimiento. Separar ambas (información y conocimiento) y ayudar al alumnado a que identifique las diferencias es tarea primordial en el universo digital actual. Por cierto, muy recomendable la obra del periodista e investigador Franklin Foer ('Un mundo sin ideas'. Paidos, 2017 ), quien nos advierte del poder de seducción que las grandes compañías tecnológicas -agrupadas bajo el acrónimo GAFA (Google, Apple, Facebook y Amazon)- ejerce diariamente en nuestras vidas.

Por último, el poder referente, o la identificación del alumnado con el profesorado. Cuanto mayor sea la atracción del primero hacia el segundo, mayor será dicho poder. Este es, en mi opinión, el verdadero poder que desde la escuela debemos ser capaces de transmitir a la sociedad. A través de este modelo se puede influir en una gran variedad de conductas del alumnado; así, por ejemplo, la profundización en el campo de la educación en valores, donde la aproximación de los papeles de docente y discente es mayor que en otras áreas de conocimiento y puede ayudar al reforzamiento de este poder referente del profesorado.

Para abordar entonces la cuestión de la pérdida de autoridad del profesorado es indispensable hacer un rapidísimo bosquejo de los cambios producidos en las dos últimas décadas en la profesión docente. Seguiré para ello el excelente informe de las profesoras de la UPV, Usategui y Del Valle ('La escuela sola. Voces del profesorado'. Fundación Fernando Buesa, 2007). Señalan las autoras cinco cambios fundamentales:

El primer lugar –y destacado- es para el desánimo docente. Los cambios tecnológicos de los últimos años, los comportamientos, actitudes y valores sociales, el alargamiento de la enseñanza obligatoria con la LOGSE, la exigencia de una enseñanza multilingüe en la propia CAPV,… han significado un esfuerzo ímprobo de renovación constante, no siempre bien entendido desde la propia sociedad, que suele girarse hacia la escuela buscando soluciones a los desajustes que ella misma no es capaz de asumir.

Las profesoras también hablan de “proletarización del profesorado”, siguiendo al sociólogo Mariano Fernández Enguita ('La escuela a examen', 1990). Según ellos, la excesiva reglamentación que decide, en muchos casos en ausencia del propio profesor (qué, cómo enseñar, con qué procedimientos de evaluación y con qué criterios de disciplina) inhibe al educador/a que se convierte en un trabajador/a que ha perdido el control sobre los medios, el objetivo y el proceso de trabajo. “El docente siente –en opinión de las autoras- que desde la sociedad en general, y desde la Administración en particular se le niega de alguna manera las capacidades y los conocimientos necesarios para hacerlo. En una palabra, se le niega autoridad y legitimidad”.

Además –y no de menor importancia- son los desajustes en la formación. La extensión desde la LOGSE de la escolarización obligatoria hasta los 16 años y la generalización de la inclusividad como sistema que absorbiera la incipiente inmigración y el alumnado con necesidades educativas especiales junto a una insuficiente formación pedagógica (especialmente visible entre la docencia de Secundaria) ha generado mucha confusión entre el profesorado a la hora de responder con garantías a las nuevas exigencias profesionales. De ahí las demandas continuas que desde las organizaciones sindicales hemos venido haciendo para dotar de recursos y herramientas necesarias al profesorado, acuciado continuamente por problemas de falta de motivación del alumnado, desencuentros con las familias e incluso el aislamiento de la escuela en relación a valores dominantes fuera de los límites educativos.

Usategui y Del valle nos hablan también de la crisis del paradigma. La sustitución del objetivo básicamente instructor del profesorado (transmisor de conocimientos) por el de educador, (formador también en valores) ha supuesto un cambio traumático, del que lentamente comienza a verse el final. Pero, en ocasiones, el cúmulo de circunstancias complejas que se viven en los centros escolares ha hecho necesaria la introducción de nuevas figuras, inicialmente ajenas a la escuela, pero que comienzan a tener una actividad profesional que desempeñar; hoy en día, es cada vez más habitual abrir las aulas a la entrada de terapeutas, pedagogos/as, educadores/as de calle, animadores/as de tiempo libre,… De esta nueva relación, el profesorado saldrá fortalecido, aunque hoy por hoy sean más los motivos de disenso que de consenso.

Y, en último lugar, la erosión del prestigio profesional. El esfuerzo en la implicación del profesorado en actividades de innovación, en procesos de calidad, en formación permanente no ha conseguido, hasta el momento, cambiar la percepción social mayoritaria de falta de adecuación profesional y desmotivación que se le achaca constantemente. Serán necesarias, seguramente, dosis continuadas de ánimo que marquen un cambio rotundo de tendencia hacia un reconocimiento más explícito a todos los niveles, personal, social e institucional.

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