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Autores para leer en la cuarentena: Isak Dinesen

Isak Dinesen

Gonzalo Bolland

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Los poemas, los buenos poemas, se escriben andando, según las enseñanzas de Juan de Mairena. Lo mismo que los artículos periodísticos. Las novelas no. La novelas requieren de un encierro voluntario en la habitación última de la casa donde los novelistas libran batalla durante largos meses con los monstruos de su imaginación, - en algunos casos, pocos, también con los monstruos de su inteligencia -. Tal vez por eso, durante estos días de confinamiento forzoso, los novelistas apenas notan diferencias en lo que suele ser su transcurrir cotidiano, añorando, quizá, mucho menos que los demás las barras de los bares, los bancos corridos de los merenderos, los paseos por los bosques escuchando el leve temblor de las hojas de los árboles majestuosos tocadas por las brisas ligeras que suben desde el mar o las caminatas por los prados recién sembrados que desprenden un verde infantil, casi, casi indeciso bajo un cielo largo, alto, inmóvil; un cielo de un color azul pálido o violeta en el que se suceden unas nubes poderosas, siempre cambiantes, encumbradas y flotantes, que al atardecer, con suerte, descargarán lluvia...

La baronesa Karen Blixen comenzó a escribir, utilizando el seudónimo de Isak Dinesen, un año en que las lluvias no llegaron a su granja en África. Por las tardes se sentaba en la mesa del comedor y trataba de escribir cuentos de hadas y relatos fantásticos que la llevaran lejos, a otros países y a otros tiempos porque fuera soplaba un viento duro, seco, sombrío que hacía desaparecer los olores de los campos y los bosques y resultaba difícil decidir si había que arar de nuevo los maizales y plantar por segunda vez o si se debía arrancar los granos marchitos de café de las plantas para salvarlas o no: “cuando supe que iba a perder la granja, cuando estuve totalmente segura de que no podría conservarla, empecé a escribir los cuentos; para olvidar lo insoportable”. Nada más contraer enlace en un matrimonio de conveniencia con un primo sueco, el barón Von Blixen-Finecke, una joven danesa, hija y hermana de militares, aristócrata, culta, refinada, viajó a África, concretamente a Kenia, donde permaneció por espacio de 17 años en una granja en la que intentó cultivar café aunque sin éxito debido a la altura del territorio.

No tardó en aprender las lenguas de la comarca, preferentemente el swhahili, ganándose el afecto y el respeto de los nativos merced a su coraje, su buena puntería y su habilidad como cazadora y advirtiendo también pronto que la principal característica del paisaje y de la vida africana era el aire; el aire que se respira limpio, trasparente, proporcionándote una seguridad vital, una calma y una ligereza de corazón que te induce a despertarte todas las mañanas, en las tierras altas, junto a las colinas de Ngong, sintiendo esa sensación tan inusual, pero tan placentera de estar donde debes estar. Este es el inicio de la historia que la película de Sydney Pollack del año 1985 nos contó, pero, en realidad, la leyenda de la baronesa Von Blixen, mujer que mató leones que embestían, búfalos, que trabajó en su granja pacientemente como los bueyes, que sobrevoló el Kilimanjaro en los primeros aviones, peligrosos e inestables, que soportó los años sin lluvias que era como si el universo le diera la espalda, se inicia cuando a los cinco años de su partida de África comenzó a escribir en su casa de Dinamarca el libro que la convertiría en una gigante de la literatura: ‘Lejos de Africa’.

La pasión por África y la pasión por contar. Tras abandonar Kenia, Isak Dinesen vivió normalmente en Rungstedlund, en una ciudad junto al mar, en la carretera costera entre Copenhague y Elsinore, en la casa de su infancia danesa, llevando una vida muy sedentaria debido a sus múltiples males, entre los cuales destacaba el más antiguo y el que nada tenía que ver con la edad, la sífilis; la sífilis que había contraído al año de su matrimonio con el Barón Bror Blixen, de quien hacía ya mucho tiempo que se había divorciado. Por causa de esta enfermedad hubo de renunciar a su vida sexual desde una edad temprana.

Considerando lo terrible que resultaba para una mujer joven verse privada del ‘derecho al amor’, prometió su alma al diablo, a cambio de que este le concediera el don de que cuanto ella experimentara se convirtiera en una historia. Eso fue al menos lo que ella contó en alguna ocasión a sus amigos más íntimos y fuera o no fuera real ese pacto con el diablo, lo cierto es que los cuentos de la baronesa constituyen uno de los conjuntos más originales de la literatura del siglo XX; cuentos que en su mayoría transcurren en siglos pasados, tiempos medievales, tiempos de las mil y una noches, con personajes fabulosos, míticos, como las muchachas guerreras y virginales, los bandoleros, los reyes de la antigüedad, las gitanas, las divas de ópera, los poetas y los nobles góticos; toda una sucesión de personajes muy alejados de los que poblaban las narraciones que se publicaban en aquellos días.

Hay que tener en cuenta que en el año 1934, año de la publicación de su excelente libro “Siete cuentos góticos”, también se publicaron “Trópico de cáncer” de Henry Miller y “Suave es la noche” de Francis Scott Fitzgerald, además de estrenar en París su “Máquina infernal” el pretencioso Jean Cocteau. Fabulosa narradora, el tiempo redujo a Karen Blixen, la baronesa Blixen, a una esencia de si misma: fumadora pertinaz, habladora, buena anfitriona, adicta a una dieta estricta de ostras, fresas y champagne, delgada y frágil como una pluma, con kohl permanente en los párpados de unos ojos profundos, como los de un animal asustado en el interior de una cueva, vivió sus últimos años rodeada de perros dormidos, peludas pieles de lobo, bufandas color lila rodeando su cuello, chimeneas y estufas de porcelana y releyendo los libros que más le habían impresionado, los de Shakespeare sobre todo, ya que siempre juzgaba a las personas por la opinión que estas tenían sobre el Rey Lear.

En la historia de la literatura hay autores fundamentales como Shakespeare del mismo modo que hay libros fundamentales: libros que te agarran por el pescuezo y casi te ahogan, libros que te sitúan en el último lugar donde realmente fuiste tu mismo, libros por los que paseas silbando con las manos en los bolsillos, libros donde aprendes a no ser más el imbécil que siempre has sido, libros deliciosos y libros en los que desearías quedarte a vivir: “Había un rasgo en el carácter de Denys que para mí lo hacía especialmente precioso, y era que le gustaba que le contaran historias. Porque yo siempre he pensado que hubiera destacado en Florencia durante la peste. Las costumbres han cambiado y el arte de escuchar un relato se ha perdido en Europa. Los nativos de África, que no saben leer, lo siguen teniendo; si empiezas a contarles que una vez un hombre caminaba por las praderas y se encontró con otro hombre, estarán pendientes de ti, sus mentes seguirán a los dos hombres de la pradera por sus sendas desconocidas.. Pero los blancos son incapaces de escuchar un relato. Si no se ponen intranquilos y recuerdan cosas que deberían estar haciendo, se quedan dormidos. Están acostumbrado a recibir sus impresiones solo a través de los ojos”.

Isak Dinesen, la baronesa Blixen, que murió en su casa de Rungstedlun, tras haber escuchado a Brahms durante la tarde del 7 de septiembre de 1962 a la edad de 77 años, y que fue enterrada al pie de un haya que ella misma había escogido, junto a la costa de Rungsted, escribió uno de esos libros en el que uno desearía quedarse a vivir. Más en estos días...

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