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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

¿Qué ha pasado?

Imagen de archivo de una concentración contra la violencia machista. EFE/Ángel Medina G.

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Estaba agotado; más aún, estaba hundido. No entendía nada. Acertaba a mover lentamente la cabeza de un lado a otro, mientras se preguntaba qué podía haber sucedido. Todo había transcurrido muy rápido. O no, al contrario, muy despacio. Parecía como si un teléfono móvil estuviera grabando todo a cámara lenta. No acertaba a ver nada más que un gran charco a sus pies. Pero… ¿¿de qué?? ¿Era sangre? Imposible, odiaba la sangre. No podía soportar verla ni en las películas, en esas que tanto le gustaban a su hija… Su hija… su pequeña. ¿Dónde estaba? ¿No había entrado a la sala, risueña como siempre, para darle el beso con el que aparecía desde que había decidido emanciparse? ¿Dónde estaba ahora, entonces? ¡¡Emanciparse!!

¡Vaya disgusto que se llevó cuando ella se lo comentó! ¿Por qué tenía su niñita que marcharse de casa con tan solo 25 años? ¿Acaso no se había desvelado siempre por complacerla con las mejores intenciones? Desde el primer momento supo que la culpa de tomar tal decisión fue de ella, no de la niña, con esas ideas de que iniciara su propia vida, de darle una oportunidad a la relación que mantenía con ese descerebrado, de animarla a tomar decisiones al margen de sus padres. ¡Relación-decía ella- ¡Pero si era un mantenido, que vivía a costa de su niña! Sin embargo, ella consiguió convencerlos; primero a su hija, que pronto se entusiasmó con la idea; más tarde y tras muchos cabreos, a él, que solo cedió ante la certeza de que tal experiencia no duraría ni un mes. Pero llevaban ya ¿cuántos, seis años? ¡Cómo se arrepintió de no haber recordado a tiempo las enseñanzas de sus padres; en especial las de él!: “¡Nunca dejes que ellas se inmiscuyan en lo verdaderamente importante! Las decisiones siempre deben ser nuestras. Así ha sido siempre y así debe seguir siendo. Y el mundo seguirá girando sin problemas”.

Y se esforzó mi padre en hacérmelo entender. ¡No reparó en medios de ningún tipo! recuerda sonriente. Pero con su niña no hacía falta tanta violencia ¡Como si él no supiera que en su casa, con ellos, siempre estaría mejor! Es lo que había intentado inculcarle desde chiquitina: no preocuparse por nada, para eso estaba él. Nunca la iba a defraudar. Más de una vez, a medida que se acercaba a la setentena, pensó en que haría cualquier cosa para que su niña no tuviera que quedarse sola; cualquier cosa. ¡Hasta llegó a sopesar que, si por alguna desgracia supieran con antelación que sus muertes estarían próximas, no merecería la pena que su niña siguiera sola por la vida; en ese caso, debería acompañarles en ese tránsito del que nadie sabe a dónde conduce, pero que no tiene vuelta atrás. De llegar el momento, sería lo mejor; cada vez estaba más convencido. Sí, pero esa situación no se ha dado y el caso es que su hija no aparece ¿dónde se ha metido? Oye voces, más bien, gritos. ¿De quiénes son? De ella, ¡qué raro! Ya está otra vez complicando las cosas. En vez de ayudarle a encontrarla, se dedica a llorar por las esquinas, como hace cada vez que le lleva la contraria, escapando como si fuera a perder la vida por unos gritos de más, sin importancia. Debe pensar que deseo matarla o así ¡qué se yo! En realidad, que él recuerde, únicamente se le han escapado las manos un par de veces y siempre por no haber sabido callarse a tiempo. ¡Con lo fácil que es! No pide más, tan sólo que nadie discuta sus decisiones, en especial las que tienen que ver con su familia. Pero ella se ha propuesto seguir molestándole e intentar que su hija, su niña, se ponga contra él.

Primero fueron los estudios; que si pensaba hacer una ingeniería, que si algo de aeroespacial o así. ¡Ni pensarlo! ¿Quería convertir a la familia en el hazmerreir del pueblo? ¿Qué pensarían cuando tuviese que explicarles él a lo que se dedicaba? Nadie lo entendería ¿Es que acaso no había hombres para hacer esos estudios? ¿Quién pensaba en una mujer en Houston? Y tuvo que tragar. Su niña se salió con la suya; más bien, ella se salió con la suya. Así que desde entonces -y va para quince años- no han vuelto por el pueblo. No tiene ganas de pensar lo que sus amigos rumiarían a su espalda si se enteraran. Lo que más lamenta es haber perdido las partidas de mus en el bar y toda la parafernalia que las acompañaba: su coñac, su puro, su cubata y las chanzas de todos cada vez que alguien sacaba un chascarrillo entre mano y mano. Pero se alegra (¡y cuánto!) de que ella no haya podido juntarse con sus amigas, a cada cual más bruja. Todo el día confabulando para amargarles la vuelta a casa a la hora de la cena. ¡La de noches que ella se iba caliente al sobre por discusiones siempre provocadas! Eso sí, a espaldas de su niña. No debía malentender que entre los adultos, a veces las cosas se complican, pero nunca en el mundo de los niños.

Una sola vez, sí, no pudo evitar que su hija le viese. Y como se temía, ocurrió: no entendió lo que había pasado y me culpó de ser -¿cómo dijo? “una mala bestia”- Estuvo un mes sin hablarme. Menos mal que ella arregló la situación y le hizo ver que había sido la responsable de mi enfado. Además, todo cicatrizó a las mil maravillas y como su rostro nunca lo tocaba, el mal rollo acabó pasando. Bueno, sí, mi niña me amenazó con una denuncia si volvía a repetirse, pero yo sabía que era de boquilla; nunca haría nada que pudiera molestarme, sabiendo cómo la quiero. Acabo de ver mi zapatilla mojada de algo que no parece agua, mientras los gritos parecen que van cesando. Tendría que cambiarme de calzado, pero estoy como atornillado a esta butaca, sin poder moverme.

¿Por qué no viene la niña y me ayuda? La niña, ahora recuerdo que ha venido, pero no me ha dado el beso de todos los días. Se ha quedado en el zagúan y con ojos desorbitados me acusaba de algo, moviendo las manos y chillando más que yo. ¿De quién ha aprendido esos modales? ¿Por qué me amenazaba con las manos y seguía chillándome? Recuerdo a ella intentando calmarla, mientras se arreglaba la ropa descompuesta. Tenía un ojo amoratado y su brazo derecho muy rojo. Por un momento sentí que venía a por mí y debía defenderme. Menos mal que siempre tengo a mano el abrecartas que me regalaron al jubilarme. Más de una vez hemos fantaseado con la idea de utilizarla como defensa si llega cualquier indeseable. Ahí está “ella, mirándome”, sin hablarme, con las manos caídas y moviendo la cabeza incesantemente. ¿Qué es lo que intenta decirme? Como siempre, sigo sin entenderla.

Llaman a la puerta y abre mi vecina (¿qué está haciendo en mi casa?) ¿Por qué deja entrar esa camilla? ¿Quién es ese uniformado? ¿Por qué se marcha ella? ¿A quién busca? ¿Y mi niña? ¿Dónde está mi niña? ¿¿¿Por qué no viene a ayudarme???

La violencia es cuestión de toda la sociedad.

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