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“En las residencias los ancianos son como tornillos, parte de una cadena de producción”

Una de las manifestaciones llevadas a cabo por las trabajadoras de las residencias de Gipuzkoa

Rubén Pereda

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Se reúnen, una mañana más, sin que el espíritu de lucha decaiga. El ambiente es de camaradería. Muestran, sin reservas, que lo que les gustaría es estar dedicándose en cuerpo y alma a su vocación, que no es otra que dar el mejor cuidado a los ancianos que están bajo su responsabilidad. Tienen que dedicarles horas, sin embargo, a la elaboración de pancartas y a la organización, todo para luchar por una causa que creen justa: menos precariedad en sus empleos y, en consecuencia, mayor y mejor atención para los ancianos que viven en las residencias.

Las trabajadoras de las residencias de Gipuzkoa han dado el pistoletazo de salida a una nueva tanda de jornadas de huelga, que se prolongarán hasta el 12 de julio. “Vamos a seguir en la lucha hasta el final, hasta conseguirlo”, comenta Ana Sastre, una de ellas, esperanzada. Denuncian las malas condiciones comunes a todas las residencias de las empresas subcontratadas por la Diputación Foral; desde la falta de personal hasta el mal estado de los edificios. Apenas dos años después de que se zanjara la huelga de Bizkaia, con acuerdo pero tras 370 jornadas de paros, el día de la marmota llega a Gipuzkoa. Lo que exigen: un acuerdo, que aumente las ratios y los sueldos hasta unos niveles dignos.

“Hay ocasiones en las que se queda una, sola, con veintitantos ancianos, y tiene que llevar a cinco de ellos al baño, porque no pueden esperar”, relata Isabel Fernández, una de las trabajadoras que secunda los paros. La acompaña también Aris Tomé, que cubre los turnos de noche, en los que la sobrecarga de las trabajadoras se hace aún más patente. “No debería estar todo medido con tiempos —lamenta—. Para asear a una persona, vestirla y llevarla al comedor, doce minutos. Para desayunar, doce minutos. Para aquello, tantos minutos. Todo está controlado con reloj, y, trabajando con personas, no debería ser así”. “No se atiende una necesidad —añaden—, sino que se les trata como tornillos, parte de una cadena de producción”. Están convencidas de que tienen un ángel de la guarda, que evita que, bajo las condiciones que trabajan, no haya más accidentes.

“Se resume todo en dinero”

Elena Arbina, que trabaja también en una residencia regentada por la empresa Biharko, relata más situaciones: “Después de cenar, se les pone a todos en la puerta de sus habitaciones, en fila. Entonces, van dos trabajadoras por un lado y dos por el otro y los comienzan a acostar. Con prisas y en cadena, como sacos de patatas, porque para las diez menos cuarto tienen que estar todos acostados; y el parte, hecho, por supuesto. Trabajamos a contrarreloj”. A cada residente le corresponden, de las veinticuatro horas, tan solo 92 minutos de atención directa. “Al final”, se lamenta Sastre, “se resume todo en dinero”.

De hecho, la tiranía del reloj no cesa, el tic tac resuena en todo momento, no descansa. “Tenemos un descanso de veinte minutos, pero se nos descuentan diez de ellos de nuestra jornada laboral. Esto supone que tenemos que ir más días a trabajar”, denuncia Sastre, y añade: “Es algo que en 2008 teníamos cubierto y ahora no. Ahora estamos luchando por recuperar lo perdido, lo que ya teníamos hace más de diez años”. “No es que queramos más; nos conformamos con lo que nos han quitado”, resume Fernández.

Son estos los motivos que han llevado a las trabajadoras a reanudar la huelga. El conflicto comenzó en 2017, cuando se intentó negociar un convenio para ese año y el siguiente. El sindicato ELA, mayoritario en el sector con cerca de un 70% de representación, presentó una plataforma con las peticiones de las trabajadoras. El proceso se fue alargando ante la falta de una respuesta de las cuatro patronales, Adegi, Matia 2020, Lares y Garen.

En marzo de 2018, el sindicato comenzó con las movilizaciones y, el 28 de septiembre de ese mismo año, arrancó la huelga. Ante el enquistamiento, la Diputación les instó a sentarse con dos patronales, Adegi y Matia 2020. Según el sindicato, en diciembre llegaron a un acuerdo fuera de la mesa. “Era un acuerdo bueno para las trabajadoras, porque preveía el aumento de personal. Pondría fin al conflicto”, explican desde ELA, a lo que añaden: “Sin embargo, la Diputación no tenía pensado que la cantidad fuese a ser tan elevada, por lo que decidió no financiarlo. Incluso falsificó el documento y lo distribuyó como si se tratase de una mera propuesta de ELA. Además, se ausentó de la reunión celebrada en junio”. Fue ese el momento en que se terminó de tensar la cuerda, en que se estancó la situación.

“La vocación está abocada al fracaso”

Mientras tanto, las trabajadoras prosiguen con su lucha. Les apenan las pésimas condiciones que precarizan el trabajo que tanto aman; de hecho, consideran que les están matando la vocación. “Es un trabajo muy bonito, muy agradecido, porque los residentes te dan un cariño increíble, pero la precariedad hace que la gente joven ni siquiera quiera venir a trabajar en esto, o que lo haga de paso”, explica Arbina, que añade: “La mayoría de trabajadoras somos ya de cierta edad, porque hasta los 67 años o más nadie se jubila. Hay residentes de la misma edad”. De hecho, señalan que entran en prácticas personas que superan la cincuentena.

Tomé es incluso más contundente: “En esta profesión, la vocación está abocada al fracaso. A las empresas no les interesa, tan solo se preocupan de los tiempos, y matan la vocación. Somos números para ellos”. La frase estrella, la más socorrida en los centros es “lo siento, no tengo tiempo”; es la que, muy a su pesar, más veces tienen que repetir a lo largo del día. “Las pastillas hacen milagros”, confiesa Arbina, apesadumbrada, porque hay ocasiones en las que la presión de tiempo obliga a llegar a esos extremos.

La ansiedad y las bajas son comunes entre las trabajadoras. “Hay bajas por depresión a patadas. Hay gente que lleva años. Vuelve una temporada y se tiene que volver a ir de baja”, explica Nagore Elgorriaga. “Es muy triste —añade Tomé—, porque yo creo que se debería cuidar al personal, ya que llevamos muchos años y contamos ya con cierta experiencia. Con una sola mirada, somos capaces de ver, organizar, priorizar. Y ese conocimiento no se puede transmitir. Si esto no cambia, el sistema está condenado al fracaso. Así, no puede sostenerse durante mucho más”. Denuncian también las trabajadoras que las empresas se organizan para adornar la realidad: las visitas se racionan de tal manera que los familiares no puedan ver el cuadro completo. “No saben lo que hay realmente dentro —asegura Sastre—. No les está permitido estar en ciertas horas, que es cuando ocurre lo más gordo, tan solo en momentos de intensidad más baja”.

“Ya no estamos en el siglo XX”

Aunque podrían seguir enumerando precarias situaciones, se detienen por un momento para tratar de ahondar en los motivos que han llevado a esta situación. El dinero no lo es todo y encuentran en el hecho de que el de los cuidados sean un sector feminizado otro de los motivos. “Siempre se ha dicho que el trabajo de las mujeres es el complemento familiar. Además, el sector de los cuidados, como venía haciéndose desde los siglos de los siglos gratis, parece que tiene que ser gratuito, aunque se haya profesionalizado”, explica Sastre. Redondea la explicación Tomé: “Como somos mujeres, ya tenemos que cuidar. Pues no, no tiene que ser así. Es un trabajo como otro cualquiera. Ya no estamos en el siglo XX”.

“Hay que dignificar este sector”, exige también Sastre, “que bastante precariedad tenemos ya. La brecha salarial es del 30% respecto al sector masculinizado igualmente contratado por la Diputación”. Lo tienen claro: por ser el suyo un sector feminizado, cobran menos, y eso que ellas necesitan, además, acreditar una titulación. “No se está pidiendo nada desorbitado —añade—, tan solo algo digno, de sentido común. Creemos que es entendible por toda la sociedad”.

Rebosan de ideas para dar mayor visibilidad a sus reivindicaciones, que creen justas y necesarias. “Es una cuestión que incumbe a toda la sociedad, porque vamos a llegar a viejos, cada vez somos más longevos”, aseguran. Tendrán que luchar contra viento y marea, pero creen que, al final, todo redundará en unas mejores condiciones y en mayor bienestar para la razón de ser de todo esto: lo ancianos a los que cuidan y a los que se entregan con esfuerzo y devoción. Mientras tanto, las trabajadoras de las residencias guipuzcoanas seguirán en pie de guerra. Como dice Isabel: “No son tornillos, son personas, y nos debemos a ellas. Y por eso vamos a ir hasta el final”.

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