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Y la Universidad ¿qué?

Panorámica del acto del inicio del curso académico 2020/2021

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El 12 de marzo pasado un compañero entró en mi despacho y me dijo: “Coge todo lo que vayas a necesitar, porque van a cerrar la universidad”. Entonces no se usaba la palabra confinamiento. Desde aquel día a hoy han pasado muchas cosas, nuestras vidas han dado un vuelco que no soporta calificativos y todos, sin excepción, hemos sufrido los efectos de la pandemia. Efectos en la salud, consecuencias en la vida social y económica y desajustes en el ámbito educativo. Esta reflexión, aunque soy consciente de que todo está relacionado y que hay una jerarquía entre estas instancias, se centra en el terreno de la educación superior, dada mi experiencia universitaria de casi cincuenta años.

A partir de ese nefasto marzo, como si de un golpe de magia se tratara, de la noche a la mañana, nuestra enseñanza en la universidad se convirtió de “presencial en virtual”. Por más que desde todas las instancias –nacionales, autonómicas y propiamente universitarias-, se repitiera la consigna, la verdad es que el sistema, preparado para una enseñanza presencial y cercana, se resquebrajó. Cada universidad hizo lo que pudo; cada centro –dada las esenciales diferencias entre los grados y estudios- arbitró medidas para no romper el cordón entre el profesor y el alumno. Con mayor o menor acierto, con buenas dosis de improvisación y buena voluntad a la vez, se salvó el curso y hasta las pruebas de EBAU se han realizado de forma eficiente, preservando el aspecto sanitario y el propiamente académico.

Y llega el nuevo curso ¿Con qué nos enfrentamos? ¿Qué echamos en falta? En primer lugar, y siendo consciente del estado de las autonomías y de la propia autonomía universitaria, echo en falta (como en ocasiones anteriores) una verdadera coordinación entre las universidades. Ahora que existe un Ministerio, encargado en exclusividad del sistema superior y desgajado de los otros niveles educativos y de la investigación (cosa que no aplaudo, desde luego), debería haberse ejercido una labor de liderazgo y coordinación (¡se pide unidad en esta situación!), labor que en mi opinión ha sido muy tenue y demasiado formalista. Se ha oído poco la voz del Ministerio y poco se han oído las voces de los Consejeros autonómicos responsables de la universidad. Pareciera que son ellos los que más han invocado la autonomía universitaria, dejando a cada universidad a su suerte.

En segundo lugar, echo en falta una sincera reflexión sobre el aspecto de la presencialidad o no en la enseñanza, en este caso universitaria. Adivino en las intervenciones al respecto intereses que nada tienen que ver con la bondad y eficacia de cada uno de los métodos. Quienes hablan de la inexcusable presencia en las aulas, pareciera que lo hacen en gran parte para desdoblar grupos y solicitar aumento de plantillas. Quienes defienden la enseñanza virtual, pareciera que quieren restaurar las antiguas “academias por correspondencia”, fuente de pingües beneficios. A unos y otros, quisiera decirles, primeramente, que la situación que estamos sufriendo es coyuntural y que las soluciones que ahora se adopten son pasajeras y no pueden convertirse en permanentes. Lo excepcional no puede convertirse en normal. Y así, la Universidad no puede ni debe, en general (hay excepciones, desde luego), deslizarse a una enseñanza, esencial y principalmente, virtual. Hay que mantener una transmisión de saberes con presencialidad segura e intensa, en un clima de empatía y cercanía entre profesores y alumnos. Que no vaya a suceder lo acaecido con el famoso Plan Bolonia, cuyo desarrollo nada tiene que ver con las ideas que lo hicieron nacer.

Además, en el debate sobre la presencialidad o no en la transmisión de los saberes, hay que tener en cuenta la diversidad de estos. La Universidad es compleja y diversa: estudios poco experimentales y otros esencialmente experimentales y en los que la práctica presencial es totalmente necesaria. A la hora de arbitrar soluciones, no vale el café para todos.

Finalmente, quisiera hacer hincapié en lo de siempre, en el muro con el que nos hemos topado a menudo quienes hemos tenido responsabilidades a cualquier nivel. Me refiero a los medios, a la financiación. Si se quiere salvar esta coyuntura, hay que dotar de medios informáticos a profesores y estudiantes, a todos los estudiantes sin excepción. Y no solo medios, también formación. Todo ello para que lo virtual se asemeje cada vez a lo presencial. Y en estas circunstancias, con una presencia responsable y respetuosa.

*César Chaparro es Catedrático Emérito y Exrector de la Universidad de Extremadura

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