Miedo escénico
No me extraña que Pastora Soler haya decidido abandonar su carrera como cantante, por el pavor que le produce subirse a un escenario. Frank Sinatra, poco antes de morir, declaró un miedo escénico que no había logrado superar en sus más de sesenta y cinco años de profesión, pisando casi a diario escenarios, platós y estudios cinematográficos. Julio Iglesias, más de lo mismo, dice que cuando sube a un escenario no sabe qué hacer con las manos, aunque finalmente ha conseguido con ellas un signo de identificación personal. Muchas veces le oí decir a Adolfo Suárez que una de las cosas que no lograba superar era el miedo escénico y que lo que suele llamarse “baño de multitudes” para él suponía un verdadero calvario, porque solía bloquearse y notaba que la nuca le sudaba…
El miedo escénico suele ser una respuesta anímica de respeto y responsabilidad y es difícil encontrar a alguien, con un mínimo de sensibilidad, que haya logrado erradicarlo de forma definitiva. Después de 20 años en la escena política, yo logré aminorar el miedo escénico con trucos que se dan en cualquier curso de comunicación, como es concentrarse, híper ventilar, ignorar, no ver, no oír y mirar al fondo, buscando siempre la complicidad con el vacío. Tengo más de mil intervenciones en la tribuna política y, a base de esfuerzo y método, era de los pocos que conseguía hablar sin leer, porque el recurso de forzar la memoria me obligaba a un esfuerzo de concentración, que me servía para aislarme. En sus memorias Winston Churchill apela también a la retentiva para superar las dificultades del escenario.
A veces, sintiéndose implícitamente aludido, algún diputado me preguntó que por qué lo había mirado insistentemente durante mi intervención y yo siempre respondía que porque lo había visto muy atento, aunque la verdad es que lo había mirado pero no lo había visto.
La tribuna parlamentaria es siempre incómoda, sobre todo para los que la respetamos, conscientes de que aquel atril exige no solo una intervención preparada a conciencia, sino la obligación de discrepar y defender los argumentos sin caer en la mentira. Un diputado puede envolver su verdad, puede disimular y facturar su disertación con más o menos énfasis, pero no puede mentir porque mentir en la tribuna de la Asamblea es mentir a la soberanía que representa y el que lo hace se deslegitima.
Y si además es el presidente de la Junta, se hace, por su indignidad, acreedor del desprecio del pueblo al que dice representar. Algunos, después de tantos años y tantos vuelos y viajes, creen que en política todo vale y que la mejor defensa es un buen ataque de distracción, encenagando el parlamento con mentiras y amenazas veladas. Son los que están sin tener que estar y los que representan sin tener que representar, los que han llegado sin haber renunciado a la autocracia y al socaire de una democracia que en el fondo desprecian y vilipendian con sus negaciones y mentiras. Qué grima oír a un responsable político cayendo en el “yo, yo y yo”, creyéndose el “capitán Trueno” y con el único argumento como defensa de “más eres tú”.
En los países donde la democracia es un principio en lugar de un recurso, mentir en los parlamentos está considerado como la mayor de las corrupciones. Y en esas estamos. Todos tenemos derecho a defendernos, pero al subir a la tribuna parlamentaria nos estamos dirigiendo al pueblo que representa y mentir en ella es una prueba evidente de deslealtad. Los “eschangabailes” que han arribado a Extremadura para vender ocurrencias políticas como si fueran microondas, deberían pasar antes por un curso de primeros auxilios democráticos. Maricarmen podía reírse de Rodolfo, el león amanerado, y hacer mentir a la traviesa Daisy, pero el que mueve los hilos de nuestra gran marioneta, no debe confundir el parlamento extremeño con Orejilla del Sordete, el pueblo de Doña Rogelia. Aunque no sea extremeño y le importe muy poquito Extremadura -sabedor como es de que en seis meses se habrá ido para no volver-, debería ser más comedido. No con el necio al que mueve la boca, pero si con la Extremadura que lo oye. Escucharlo es otra cosa.
Este y otros artículos de Tomás Martín Tamayo los puede leer en su blog 'Cuentos del día día'