Mujer, clase y el ruido mediático
Somos muchas las personas que nos hemos preguntado qué ha pasado para que la situación de las temporeras de la fresa de Huelva no haya sido motivo de una revuelta mediática y colectiva al denunciar la aberrante situación que estas mujeres estaban sufriendo en los campos de Andalucía. A su vez, sobrevuelan los mismos interrogantes respecto a la menor de Canarias supuestamente violada por cinco hombres que hacían llamarse “la nueva manada” queriendo emular el modus operandi de los conocidos sevillanos condenados por abuso sexual en la Audiencia Provincial de Navarra. Podría seguir enumerando decenas de noticias relacionadas con crímenes hacia la mujer de los últimos días, todos ellos igual de ignominiosos y deplorables, pero la respuesta de repulsa social no ha sido lo suficiente meritoria por insignificante pese a que, en el caso de las inmigrantes jornaleras, algunos grupos y movimientos feministas intentaron impulsar concentraciones sin demasiado éxito.
Me consta que muchas mujeres feministas se han sentido indignadas ante la situación y algunas de ellas confiesan no haber puesto tantas energías en la denuncia como con el conocido caso de la víctima de Pamplona en los Sanfermines de hace dos años. Esto no es un problema exclusivo del feminismo, sin embargo, sí que es una obligación por parte de las mujeres feministas a la hora de hacer autocrítica para poder seguir avanzando y encontrar el eje medular que permite analizar la raíz estructural.
El poder ya no es omnímodo y ha sido sustituido por diferentes tipos de poderes funcionalmente de manera transversal por su capilarización, de manera que, funcionan como espirales concéntricas retroalimentadas convenientemente para que las circunstancias sean la causa; es decir, son los poderes quienes determinan de forma influyente cuáles serán los temas a tratar. Los medios de comunicación a través de la televisión, la prensa, la publicidad, los programas e Internet, entre otros, serían una pieza imprescindible del actual poder. Más allá de que, efectivamente, los medios de comunicación hayan sido claves en mediatizaciones concretas, habría que evaluar qué tipo de responsabilidad tiene el feminismo tras dos dilatados años empeñado en dar a conocer las caras de cinco hombres en prisión preventiva, mientras que ahora se solicita justo lo contrario para evitar que los programas de televisión les hagan millonarios por la fama acumulada.
El feminismo tiene que ser consciente de que una herramienta como Internet puede ser vehículo de propuestas e iniciativas, pero siempre teniendo en cuenta que el control no es total al estar inspeccionado y dominado. Por tanto, sería interesante desarrollar nuevas estrategias para que las reivindicaciones no se vuelvan contradictorias y se establezca un posible perjuicio colectivo. Esto no es lo mismo que decir “pues no te pongas falda”, más bien se trata de situarnos en el contexto social actual en el que imperan normas propias de las civilizaciones capitalistas.
Si se llegase a producir el hecho de que los programas de televisión dieran rienda suelta a la exposición de los violadores de San Fermín, estos mismos serían colaboradores de la repercusión que supondría por el efecto imitación. En lo que llevamos de año se han duplicado los delitos sexuales en grupo en diferencia a las cifras del año anterior, lo que nos anuncia un incremento que se irá produciendo de forma paulatina si no se consigue frenar el ruido mediático.
Con esto no quiero decir que se deje de denunciar, sino que esas mismas denuncias no sean dirigidas por los propios medios porque de ser así, nos encontraríamos con la visibilización de un solo conflicto individualizado dejando de lado otros que requieren también cierto protagonismo por su gravedad.
En cuanto a las temporeras de la fresa, la situación de las plataneras, las mujeres “mulas ” de la frontera entre Marruecos y España, las Kellys en su constante lucha en el sector servicio, la prostitución y un largo etcétera, su escasa aparición en los medios y la respuesta social no es tan contundente debido a la pérdida de conciencia de clase incluso desde el propio movimiento feminista.
Recordemos que a partir de la Revolución Industrial las reclamaciones femeninas supusieron una transformación para las vidas de las mujeres con la incorporación laboral en las fábricas cuando las migraciones de las zonas rurales fomentaron el cambio de paradigma. Aquella situación evidenció una brecha manifiesta ya que, el trabajo doméstico para las clases privilegiadas era símbolo de poder adquisitivo. Mientras, las mujeres de los trabajadores tenían que ir incorporándose a las fábricas duplicando su fuerza de trabajo: la de la jornada laboral, más las labores domésticas. Si perdemos de vista la discriminación económica y el empobrecimiento femenino por la división sexual del trabajo, será imposible romper la estructura desigual que encadena a las mujeres.