Entre el olvido y el reconocimiento
A lo largo de todo este tiempo en el que el feminismo está siendo una herramienta de cambio social a nivel individual y colectivo, me planteo algunas dudas sobre el enfoque que se está dando por parte de las instituciones, de los medios de comunicación, la publicidad, y del propio feminismo al concepto de poder en la mujer. Se ha luchado de manera persistente en dar reconocimiento a todas las mujeres que a lo largo de los siglos formaron parte de la historia por sus reivindicaciones, logros y conquistas. Los libros, la ciencia y la filosofía tenían nombre de varón; no era difícil conocer la ética kantiana y desconocer, en cambio, el análisis acerca del totalitarismo como mecanismo de poder político de la teórica Hannah Arendt. Conocemos a los hermanos Lumiére como creadores del séptimo arte, pero no tanto a Alice Guy como otra de sus pioneras y figura relevante del lenguaje cinematográfico. Conocido es el 'efecto Matilda' en el campo de la ciencia por aquellos descubrimientos de mujeres atribuidos a sus colegas y/o parejas varones. Un ejemplo de 'efecto Matilda“ fue el reconocimiento al genetista Thomas Hunt Morgan, por ser el descubridor del sistema cromosómico de determinación del sexo, un logro que tiempo después, gracias al trabajo de la comunidad científica, se otorgó a la investigadora estadounidense Nettie Maria Stevens. Conocemos a Camilo José Luis Cela, no tanto a la escritora y periodista Luisa Carnés. La lista es interminable.
Las cosas han cambiado en los últimos años, las mujeres son cada día más visibles en todos los campos académicos, políticos y culturales, aunque queda mucho por hacer. Mujeres a las que admiramos; compramos su literatura y poesía, sus obras de arte y su cine, intentando impulsar sus carreras para que sean representaciones reales de un sexo, a veces, olvidado injustamente. Nos afiliamos a los partidos políticos que representan para poder votarlas – o esa es la teoría –, y las encumbrados de manera estoica por su valentía y pundonor. Nos dicen que las mujeres son poderosas, que pueden con todo y que su lucha nos enorgullece.
¿Realmente es así? El mensaje de poder es falaz y pernicioso puesto que arriba solo llegan unas cuantas por méritos personales, cualidades intelectuales y condiciones específicas que les permiten poder estar ahí. Ni que decir tiene que apostar por estas mujeres es de obligado cumplimiento. Pero mientras las instituciones premian a mujeres empresarias, a emprendedoras, a deportistas de élite, a políticas y a estas grandes mujeres mencionadas en los libros reconociéndolas, volvemos a olvidarnos de las condiciones materiales de la mayoría de las mujeres en situación de paro y precariedad. Mujeres que por cuestiones ambientales y sociales, debido a la estructura sistémica, sufren la amenaza constante de la pobreza y la desigualdad y, en consecuencia, el olvido y el vacío.
El neoliberalismo también ha conseguido que las mujeres corrientes nos sintamos culpables por no llegar a la cima. Si ellas pueden y yo no, será que no estoy siendo lo suficiente valiente y tenaz para conseguirlo, lo que requiere un sobreesfuerzo constante para equilibrar las diferencias. Reconocer la diferencias entre las capas sociales es vital para poder analizar la situación de las mujeres, de la misma forma es crucial hacerse cargo de las propias limitaciones por escasez formativa para poder detectar el corazón de la desigualdad que nos impide la equidad. No somos iguales. No es lo mismo nacer en un barrio obrero que en un residencial con todas las comodidades y espacios habitacionales, no es lo mismo tener que dejar los estudios para trabajar que no hacerlo, no es lo mismo tener poder adquisitivo para entrar en la universidad que no tenerlo. No es lo mismo nacer en África que en Europa, tampoco lo es ser madre precoz que no serlo, o tener una discapacidad o no tenerla. El feminismo, como movimiento político y social, tiene el deber de denunciar insistentemente la situación de todas estas mujeres porque en ellas recae la severa mano de la exclusión social que las arrastra a la nada y al olvido. Hay mujeres que jamás serán reconocidas, pero que forman todo un armazón que edifica la estructura de las sociedades patriarcales. De nada sirve todo ese reconocimiento de méritos en la superficie, si no podemos cambiar la realidad material del estrato inferior consecuencia de la asimetría existente y la desigualdad global.
Las mujeres en India están siendo forzadas a someterse a la extirpación del útero. Se han podido detectar hasta 4.500 histerectomías en hospitales privados al oeste en los últimos tres años. Las cortadoras de la caña de azúcar se exponen a multas de hasta 500 rupias diarias si se ausentan de sus puestos de trabajo, por lo que se ven obligadas a hacer desaparecer la menstruación para evitar el absentismo laboral debido a una posible indisposición física. Estas mujeres no son premiadas ni lo serán jamás por su valentía. Tampoco lo serán las denominadas ' mujeres mulas', mujeres marroquíes que transportan cada día a sus espaldas entre 40 y 70 kilos de materiales a cambio de 7 euros diarios jugándose la vida el camino. También se las utiliza como envase para el tráfico de drogas. Comprar a una mujer en Uganda cuesta 15 euros. Allí son una mercancía más, muchas mujeres y niñas son llevadas al Golfo Pérsico como esclavas sin que ocupen uno solo noticierio ni una sola portada.
Está muy bien dar reconocimiento y visibilidad a las mujeres, especialmente se recomienda no olvidar a nuestras antecesoras que abrieron camino y marcaron la historia, pero no podemos olvidar que en muchos lugares del mundo y en muchos barrios de nuestras ciudades, hay mujeres a las que las medallas y menciones les viene muy grande porque estéticamente es mucho menos atractivo y políticamente son un problema para el poder.