El silencio oculto en un minuto
Platón cuenta en El Banquete que Sócrates, justo antes de entrar a la ceremonia a la que había sido invitado, se quedó 'colgado' por unos minutos en la entrada. Quedarse 'colgado' es ese momento introspectivo en el que una persona se evade del mundo para encontrarse con su mismidad. Ese estado de ensimismamiento ligado a la figura del pensador, era el que le autorizaba a debatirse con su propia dicotomía interna permitiéndole trazar un puente hacia al saber. Platón no supo asegurarnos el tiempo que Sócrates quedó colgado, porque lo más importante de esa incertidumbre no estaba en el hecho de temporalizar un estado, sino en que ese estado de cinismo conseguía el camino hacia la abstracción; hecho que permitía al individuo apartarlo de la enajenación externa. El tiempo ha sido definido por la literatura, el arte, el cine, la poesía, la ciencia y la filosofía; pero nuestra relación con el tiempo viene dada por la contemporaneidad, leemos el tiempo bajo un criterio acumulativo en relación al capital por estar ligado a la productividad. Un minuto de silencio son 60 segundos porque si fueran días, se bloquearía la cadena de producción conduciendo a las empresas a grandes pérdidas económica y al desconcierto general.
El primer minuto de silencio data al final de la I Guerra Mundial, así lo reflejan la mayoría de las referencias bibliográficas que lo sitúan en el año 1919. En realidad fueron dos a las 11 de la mañana del día 11 del undécimo mes del año. El ideólogo fue Edward Honey, un antiguo soldado del Ejército británico al querer homenajear a los caídos en calidad de periodista.
La idea fue acogida por el Rey Jorge V, quien hizo llegar una misiva a todos los habitantes de la Commonwealth con el siguiente deseo: «Espero que mi gente, en todos los rincones del imperio, comparta el fervoroso deseo de recordar a aquellos que dieron sus vidas para que hoy seamos libres. Llamo a una suspensión completa de todas las actividades habituales durante dos minutos a la undécima hora del undécimo día del undécimo mes, para que en perfecta quietud de pensamientos, todo el mundo pueda concentrarse en el recuerdo reverencial a los difuntos».
El silencio ha sido históricamente una manifestación de respeto a los difuntos en numerosos lugares, culturas y religiones; por tanto, el silencio institucionalizado al que asistimos a las puertas de los ayuntamientos, empresas y edificios públicos, no es más que una convención social cuyo fin, lejos de dar visibilidad, sostiene y fomenta la normalización de una conducta. Cuando normalizamos un comportamiento queda reducido a una secuencia artificial, monótona y mecánica que impide proyectar el foco en el problema real. El feminismo es un movimiento transgresor cuyo objetivo se centra en dinamitar las estructuras de poder que somete a la mujer a través de las múltiples violencias del sistema. Que las instituciones promuevan el minuto de silencio es una clara muestra de la nula efectividad del ritual. El silencio y el tiempo son peligrosos cuando no están controlados y son utilizados como herramienta del saber y de la acción. El feminismo no quiere honrar en silencio a ninguna víctima caída en los brazos del machismo, exige su erradicación. Cada minuto que pasamos arraigando una costumbre, es un minuto que perdemos en reaccionar.
En la película La Revolución Silenciosa, el director Lars Kraume, sitúa una historia basada en hechos reales en el Berlín dividido en dos de la Alemania de 1956, a cinco años de que se construya el muro. Un grupo de estudiantes alemanes adquieren conciencia de manera clandestina debido a la situación vivida durante la revolución de Hungría en sus desplazamientos al oeste de Alemania. La decisión que llevan a cabo debido a los acontecimientos marcará sus vidas para siempre al convertirse, sin quererlo y utilizando el minuto de silencio como protesta en las aulas, en un núcleo a controlar por el sistema al considerar el acto como un desafío al poder del Estado. Ese silencio fue utilizado de manera subversiva como el arma de una minoría reprimida.
La idea de tiempo en nuestra sociedad es lineal. Está marcado por los años, los días de la semana, las horas y los minutos; es un concepto heredado por la teología que va adaptándose culturalmente a las nuevas sociedades y, cuya interpretación, siempre es subjetiva. Para San Agustín, la duración tiene lugar en nuestro interior y es fruto de la capacidad para prever, ver y recordar los hechos del futuro, presente y pasado. Heidegger, el pensador del tiempo, decía:
“El Dasein es el tiempo, el tiempo es temporal. En tanto el tiempo es en cada caso mío, existen muchos tiempos. El tiempo carece de sentido; el tiempo es temporal”.
Si alguno de ustedes ha asistido alguna vez a un minuto de silencio protocolario, habrán podido observar que, lo único interesante del tiempo que transcurre durante esos 60 segundos, es la inmortalidad que ofrece una imagen a través de una fotografía preparada para ser publicada en una red social.
La hipocresía que envuelve el minuto de silencio pudimos verla a las puertas de Iveco, el día en que Verónica se suicidó tras la difusión de un video sexual en el que aparecía. El video fue viralizado por sus propios compañeros .
Un minuto de silencio es, por tanto, una acción construída y subjetiva; un arquetipo social fabricado que, lejos de crear toma de conciencia, sirve para lavarla. Un minuto de silencio carece de sentido y no significa nada.
Solo nos queda pagarle a las instituciones con el trueque de un gallo a lo Sócrates en su último minuto de vida en muestra de agradecimiento.