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Ángela Murillo: la juez que enterró la estructura de ETA y mantuvo un pulso con Otegi

Imagen de archivo de la magistrada, Ángela Murillo.

Nieves Albarracín/EFE

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La magistrada Ángela Murillo (Almendralejo, 1952), primera mujer en ingresar en la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, en 1993, y que se define a sí misma como juez “de los de antes” y “de a pie”, se jubila tras dedicar 31 años a este tribunal, durante los que ha colaborado intensamente en la lucha contra ETA y ha protagonizado algunos de los juicios más mediáticos de la historia de España.

Desde el caso Nécora contra el narcotráfico, al poco de llegar a la Audiencia, a los de las tarjetas black o la salida a bolsa de Bankia (antes Caja Madrid)-del que confiesa es del que mejor recuerdo le queda-, pasando por los celebrados contra la célula de Al Qaeda en España, el líder de EH-Bildu Arnaldo Otegi o el excomisario José Villarejo.

Juicios que le dieron gran visibilidad a su trabajo, pero también muchos quebraderos de cabeza, en algunas ocasiones fruto de su espontaneidad.

Un rasgo de su personalidad que la propia Ángela Murillo, nacida en Almendralejo el 13 de septiembre de 1952, reconoce, y al que achaca, en una charla de despedida con periodistas habituales de la Audiencia Nacional, su célebre frase: “a mí como si bebe vino”.

Un displicente comentario con el que respondió a la abogada de Otegi, Ione Goirizelaia, cuando le preguntó si su cliente podía beber agua durante el juicio del caso Bateragune, por el intento de reconstruir la ilegalizada Batasuna. Esa respuesta le costó a España una condena del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) por no haberle garantizado un juicio imparcial.

Según la sentencia, la recusación que planteó para apartar a Murillo del juicio de Batearagune debió ser admitida, dado que el Supremo, al revisar un juicio anterior contra él por enaltecimiento del terrorismo, consideró que la magistrada “prejuzgó” a Otegi al preguntarle si condenaba “rotundamente” la violencia. De ahí las dudas de imparcialidad.

A raíz de estos rifirrafes con Otegi le surgieron detractores por no haber sabido contenerse, pero también muchos seguidores, y hasta le llegaron a dedicar un club de fans.

Ella, pese a haberse visto cuestionada, quita hierro al asunto y presume de haber mantenido una buena relación con el líder abertzale. De hecho conserva sobre la mesa de su despacho el libro del periodista británico John Carlin sobre Nelson Mandela, “El factor humano”, que Otegi le regaló con una bonita dedicatoria y que guarda con cariño porque, como apunta, “lo cortés no quita lo valiente”.

Y eso también la define. Su capacidad para resultar entrañable hasta para los acusados. Con su gracejo extremeño y su carácter campechano creaba un ambiente relajado en sala, incluso cuando tocaba reñir a algún acusado o a algún abogado, para lo que solía tirar de fina ironía.

Evocaba a veces a una madre impartiendo justicia. De hecho, según ella misma relata, cuando llamó en una ocasión al orden a los acusados del macrojuicio de EKIN por portar unas pancartas antes de que comenzara la vista, éstos le reprocharon que les trataba como a niños, a lo que ella les respondió :“pues dejad de comportaros como si lo fuerais”.

Asegura que no le da pena irse. Siente la satisfacción del deber cumplido, de haber hecho siempre lo que le ha dado “la gana”, y se jacta de no haber recibido nunca presiones de ningún tipo: “y que se les hubiera ocurrido...”, bromea.

También siente que su tiempo ya ha pasado y que es momento de descansar tras dedicarle más de cuarenta años a la judicatura, la mayoría en los momentos más sanguinarios de la banda terrorista ETA, de la que también ella fue objetivo en 1997 y a la que colaboró a darle la puntilla precisamente con el juicio EKIN contra su aparato político, financiero, mediático e internacional.

El proceso, conocido como “18/98”, comenzó el 21 de noviembre de 2005 y finalizó el 19 de diciembre de 2007 con la condena de 47 de los 56 procesados por integración o colaboración en banda terrorista. Fue un desgaste mayúsculo para ella, sobre todo en lo personal. Su pareja sufrió una grave operación quirúrgica y después de varios meses murió. No quiso interrumpir el juicio. Presidía la vista y luego por la noche acudía al hospital .

Una vez desparecida ETA, la Audiencia Nacional se centró en mayor medida en las causas de corrupción, al tiempo que a todos esos magistrados que ayudaron a combatirla les fue llegando la edad de jubilación. El último ha sido el juez de instrucción Manuel García Castellón.

A muchos de ellos dice que los ha seguido echando de menos después de su marcha, y cita a algunos -Fernando García Nicolás, Francisco Castro Meije, Siro García o Clemente Auger-, una ausencia que no han logrado llenar los que entraron a reemplazarlos porque ella es una juez “de los de antes”.

Pionera en la carrera judicial, fue la primera en presidir, en 2008, una sección de lo Penal de la Audiencia Nacional, la cuarta, que abandonará ahora para siempre tras emitir estos días sus últimas resoluciones.

Una de ellas dirigida a enmendar la primera sentencia del caso Tándem, referido a los negocios de espionaje de Villarejo, después de que la Sala de Apelación cuestionara su interpretación del cohecho, que la llevó a absolver al excomisario de ese delito, lo que supuso una sustancial rebaja en su primera condena por esta causa, que quedó en 19 años de cárcel.

Una vez ponga su firma en esa última sentencia -crucial para el futuro penal del excomisario- dirá adiós a su carrera judicial, que comenzó en 1980 en un juzgado de Lora del Río (Sevilla) cuando tenía 25 años. A partir de ahora podrá dedicarse a mejorar sus conocimientos de informática y terminar la carrera de piano, su gran pasión.

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