Sin una estrategia clara de control de la Seca en la dehesa 30 años después de detectarse
La dehesa, ese ecosistema único creado por el hombre hace miles de años, se enfrenta en las últimas décadas a la enfermedad de la seca de la encina. Un mal que puede ponerla en peligro y para el que treinta años después de que saltaran las primeras alarmas sigue sin existir “una estrategia clara de control”.
Así lo explica la coordinadora de un proyecto integral para el control de esta enfermedad que provoca el decaimiento y muerte de las encinas y alcornoques, María del Carmen Rodríguez, representante del Centro de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de Extremadura (CICYTEX).
En este proyecto trabajan 24 investigadores de distintos ámbitos pertenecientes a este centro y al Instituto de Investigación y Formación Agraria y Pesquera (IFAPA) de Andalucía, así como de las universidades de Extremadura y Córdoba y la empresa Tragsa.
Se aborda así el problema de forma multidisciplinar por parte de fitopatólogos, biotecnólogos o expertos en producción forestal o mejora vegetal, con un presupuesto de 496.000 euros, financiados por el Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria (INIA).
Se trata de definir diferentes técnicas de control de la seca en encinas y alcornoques que, manejadas de forma integrada, permitan desarrollar estrategias de prevención y mitigación de los daños que esta enfermedad ocasiona en la dehesa, principalmente en Extremadura y Andalucía.
Aunque las primeras señales de alarma en torno a este mal surgieron en 1987 ó 1988, no fue hasta los años 90 cuando se identifica el patógeno causante de la enfermedad, la phytophthora cinnamomi, un hongo que daña la raíz del árbol y que “una vez que se ha establecido en el suelo es muy difícil erradicar”.
Desde entonces, la progresión de la Seca ha ido a más. Así, según el Observatorio de La Dehesa de la Junta de Extremadura, mientras en el año 2000 se contabilizaron en la región 450 focos con síntomas de decaimiento o seca, actualmente existen más de 5.000 focos y se estima que el ritmo de crecimiento anual de la enfermedad en la región puede estar en torno al 0,16 por ciento, lo que “no es ninguna broma”, según Rodríguez.
Preocupación en el campo
La investigadora de Citycex se niega a utilizar términos como “cáncer de la dehesa” por el miedo o la alarma que pueden generar, pero reconoce que si la seca no se mitiga o controla de alguna forma, sí puede suponer un peligro para este ecosistema.
También reconoce que los propietarios de fincas afectadas por la enfermedad “están muy preocupados”, porque “agobia mucho el encontrarte con que esto va avanzando y que en un tiempo se te van 50 ó 100 hectáreas de una dehesa”.
En las investigaciones sobre la seca, en las que Extremadura es líder, hay todavía muchas incógnitas, aunque ya se sabe que hay factores que están asociados y que están favoreciendo el daño, entre los que se encuentran el envejecimiento de la dehesa, la falta de regeneración, factores de gestión y de manejo, asociado a episodios de sequía quizás un poco más prolongadas o más frecuentes que en otras ocasiones, seguidas de episodios de lluvias fuertes.
La investigadora considera que la seca es “un problema tan complejo que no va tener una solución única” y reconoce que hasta el momento lo único que han podido hacer es recomendar medidas para que no haya dispersión del patógeno.
Los productos químicos que se han podido probar consiguen una rehabilitación del árbol, pero no una eliminación de la infección y se ha mostrado convencida de que “no va a haber una producto mágico que controle la enfermedad”.
Las investigaciones se centran ahora en “programas para seleccionar material de encina y alcornoque resistente o tolerante a la enfermedad, junto con la búsqueda de otras especies que pueden ser acompañantes y puedan actuar como barrera que impida la propagación, al ser especies resistentes”. Trabajan con pino silvestre, higuera, acebuche y algarrobo para intercalar estas especies en la dehesa como barrera que impida la dispersión de la seca.
A pesar de la complejidad del problema, dice ser optimista y se muestra convencida de que “si esto se aborda de forma conjunta, como se está haciendo, con investigadores especializados en distintas áreas, en contacto con los propietarios y con los gestores, sí se pueden poner a punto medidas que de alguna manera nos permitan convivir con la enfermedad”.
Carmen Rodríguez aboga por asumir que tanto en la dehesa como en los sistemas agrícolas hay determinados patógenos que están establecidos y son difíciles de erradicar, por lo que se trata de “ver cómo podemos convivir con esto de manera que nuestra producción no descienda o se mantenga en unos niveles sostenibles”.