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El abandono de bosques y el monocultivo: un cóctel explosivo para los incendios en Extremadura

Paisaje de pinos devorado por el fuego junto a Acebo, incendio de Sierra de Gata / JCD

Jesús Conde

Los bosques son un espacio vivo y su estado de conservación en Extremadura goza de buena salud. Es algo en lo que coinciden todos los expertos. La región sigue conservando verdaderas ‘joyas’.

Son algo más que un recurso económico. Son una fuente inagotable para la biodiversidad y aportan otros muchos beneficios. De hecho en Japón los médicos recetan paseos por los bosques contra el estrés, la hipertensión y la ansiedad, según recuerda Gerardo Pizarro, educador ambiental extremeño y amante de los bosques.

Los incendios forestales siguen su mayor enemigo como quedó demostrado el pasado verano en Sierra de Gata. Un enemigo capaz de transformar el sistema forestal por completo en cuestión de horas. Despojarlo de su belleza y matar temporalmente el ciclo de la vida.

Y lo peor de todo, es que los grandes incendios como el del pasado verano parecen estar sumergidos en una espiral. De manera cíclica sacuden los mismo territorios una y otra vez.

Detrás pueden encontrarse diferentes elementos. Aunque el abandono de los espacios arbóreos y un exceso de monocultivos son factores que tienen mucho que decir en todo esto.

Comenta Álvaro Tejerina, de la Asociación para la Recuperación del Bosque Autóctono (ARBA) en Extremadura, que la gestión ha pasado por el abandono en muchos casos. Se refiere a la presencia de miles de hectáreas, en comarcas como Gata, que se dejan al “libre albedrío”. Allí existe por ejemplo una presencia determinante pinos resineros, que aunque es una especie autóctona en Extremadura, en grandes concentraciones y sin una buena gestión pueden ser fatales ante un incendio como ha quedado demostrado.

Hace alusión a la masificación del monocultivo que luego se abandona como un ejemplo de mala gestión de los bosques. “La gestión es el olvido, el abandono”. Este experto apunta a que los incendios son una ‘lacra’ que envuelve a los montes, y esa espiral cíclica que se repite cada década “porque como no se hacen las cosas bien”. La Junta ya ha avanzado su interés de acabar con el monocultivo en Gata en colaboración con la Universidad de Extremadura.

Coincide en esta tesis el educador ambiental Gerardo Pizarro, que apunta a especies extendidas a modo de monocultivo muy propensas a los incendios, a lo que se une la ausencia del pastoreo y otros cuidados que mitiguen sus efectos.

En este sentido Antonio Gentil, de la asociación conservacionista ADENEX, apunta que la política forestal es un proceso lento, que no se ha desarrollado todo lo rápido que debería en el territorio extremeño.

Se refiere a la presencia de grandes masas de pinar no solo en Gata, sino también en zonas de repoblación de Tentudía, Siberia o Hurdes. En ellos piensa que hay fragmentar las extensas masas con otras especies, para que no se produzcan los incendios gigantescos del pasado verano. Unos incendios que encuentran el combustible que necesitan en los monocultivos.

Y añade un elemento de debate: si en su día se crearon muchos puestos de trabajo para plantar eucaliptos en los años 70, y se dieron millones de jornales, ¿por qué no se hace lo mismo para sustituir a los monocultivos, y cuidar un bosque abandonado en la mayoría de las ocasiones?

A este elemento añade ARBA la necesidad de potenciar el voluntariado para que sea la propia municipalidad la que salvaguarde su patrimonio. Que su trabajo “redunde en el cuidado, en el mimo de lo forestal”.

Aquellos eucaliptales del pasado

El monocultivo no es solo cosa de los pinares, ya que en los años 60 y 70 proliferó la cultura del eucalipto en Extremadura desplazó a la vegetación autóctona, el matorral y la dehesa. A día de hoy siguen estando presentes en lugares como Sierra del Moro en Cornalvo, o en Monfragüe, detalla el representante de ADENEX.

Su presencia sigue 'hipotencando' los montes extremeños, siendo una especie que no deja crecer la flora autóctona a su alrededor. “Las políticas han ido en sentido contrario, reconociendo el error, pero tampoco se ha actuado con la celeridad y la rotundidad con la que se podría haber hecho a la hora de retirarlo”.

Critica que a día de hoy se puede pasear por los paisajes extremeños y ver grandes eucaliptales plantados “que no sirven para nada y están haciendo daño”. Unas zonas que no tienen cobertura de material o fauna, ni tampoco albergan el hábitat necesario para especies como el lince, en pleno proceso de reintroducción. Insiste en que las repoblaciones y sustituciones por especies autóctonas darían bastante mano de obra al mundo rural.

Otra de las amenazas a las que se refiere la asociación conservacionista es a la autorización de nuevos regadíos y captaciones de riego en zonas de dehesa, arbolada. De hecho denuncia que en los últimos cuatro años ha habido muchos nuevos regadíos y se habla de nuevas zonas regables, algo que --dice-- afecta a los bosques e impide la recuperación de las zonas degradadas por el regadío.

El abandono

Un elemento también determinante en todo esto ha sido el abandono progresivo del bosque. En este sentido Álvaro Tejerina, de ARBA, explica que se intenta vender que la conservación pasa por el abandono, “cuando no hay mejor conservación que la que trata de manejar lo que se desea conservar”.

“Hay un camino, que es conocer, conservar y amar”. Piensa que lo que mejor se conserva es lo que se maneja: “que no nos vendan la moto que la conservación de un espacio bandera hay que abandonarlos”. “Hay que manejar ese espacio, sin que la gente haga lo que le dé la gana, que pasa eso está la legislación. Pero favorecer que el hombre siga manejando el medio”.

Pone de manifiesto, basándose en su experiencia de investigación con cientos de mayores de la comarca de Monfragüe, que en la gestión de los bosques hay que aprender de los errores y de los aciertos. Y destaca que las dehesas “son un espacio antropomorfizado, total y absolutamente” que suponen un equilibrio entre manejo humano y naturaleza. “Si el factor humano no gestiona, no maneja esos espacios, se deterioran”.

Su apuesta está en sintonía con lo que el profesor Fernando Pulido denomina el ‘factor mosaico’ en el paisaje. Se trata de interrumpir esos incendios que de forma natural se producen en la cuenca mediterránea, pero que no son tan grandes cuando el espacio está cuidado y existe una diversidad, comenta.

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