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Sexo débil

Juan Romero, profesor y lingüista

Año 2351, en la Península Ibérica alguien abre una vieja novela de principios del siglo XX y en una página encuentra la expresión sexo débil. En un primer momento piensa que hará referencia a un hombre andropáusico necesitado de medicación para mantener relaciones sexuales.

Sin embargo, esta interpretación no cuadra con lo que está leyendo, el texto parece referir a mujeres. Va al diccionario y allí encuentra lo siguiente: sexo débil desus. Conjunto de las mujeres.

Alguien necesita conocer el significado de la expresión y el diccionario se ha limitado a proporcionársela: ahora ya entiende qué significa lo que estaba leyendo. En principio no hay nada malo en ello. Aun así, la mayoría ignora ciertas marcas que aparecen en los diccionarios y que nos informan esencialmente de la manera en la que se utilizan las palabras (quiero subrayar en que se utilizan, no en que se deben utilizar).

En este caso he añadido una marca que no aparece para esta expresión en el diccionario: desus. Esta marca significa en desuso; vamos, que la palabra o expresión ya no se utiliza. Confío en que aparezca en la edición de 2351.

Sin embargo, si hacemos una búsqueda en Internet, vemos que no hay razón para emplearla hoy. Esta expresión aparece millones de veces, por lo que no tendría sentido clasificarla como en desuso. Esto no quiere decir que la definición de la academia esté bien. En primer lugar, encontramos muchos casos en los que se utiliza para hablar de hombres (¿el nuevo sexo débil?) y, en segundo lugar, en muchos otros casos se cuestiona su uso (las mujeres han dejado de ser el sexo débil).

Esto sugiere que, cuando menos, la academia debería matizar, de acuerdo con criterios estrictamente lexicográficos, la acepción que aparece en el diccionario.

En los últimos días se han recogido firmas para que la academia cambie la definición; no creo que sea una buena idea.

Esta petición ignora que ni el diccionario, ni la academia deciden cuál es el significado de las palabras; gracias a dios, no vivimos (todavía) en el mundo de 1984. Los diccionarios se limitan a recoger el uso que las hablantes hacen de ellas. Si las hablantes utilizan una palabra con un significado, por poco que nos guste, es

obligación de la lexicógrafa incluirlo, porque el diccionario es una herramienta de consulta y la lexicógrafa no es quién para decidir si una cierta acepción debe incluirse o no.

Por ejemplo, el diccionario incluye como definición de anarquía “desconcierto, incoherencia, barullo”. Me desagrada que este concepto, por el que siento gran aprecio, se asocie a esos valores, pero no puedo negar que muchos hablantes lo utilizan incluso exclusivamente con ese significado. Por tanto, no tendría ningún sentido que en nombre de Bakunin, Proudhon y otros insignes pensadores exigiera que la academia retirara esa acepción.

Aunque sí podría pedir que se añadiera que es un uso despectivo. Este es el quid de la cuestión. No es una buena idea que las ciudadanas le atribuyan a la RAE el poder de decidir cuál es el significado de las palabras, ese poder debe seguir estando en manos de todas. Siempre habrá palabras que no nos gusten, pero no será culpa de ellas, sino de las realidades a las que hacen referencia.

Por ello, debemos exigir a la academia que marque esas expresiones de una manera apropiada, igual que hace con muchas otras, e informe a la usuaria del diccionario de que ciertas expresiones son, lisa y llanamente, machistas.

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