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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz
Crónica

Palo y zanahoria: el menú post boda que Rueda ha servido en su investidura

Alfonso Rueda aguarda a que finalice el último de los casi cincuenta aplausos que le dedicaron sus compañeros de partido

Luís Pardo

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Alfonso Rueda se pasó la campaña presumiendo de impuntualidad -un campo en el que su predecesor se lo puso muy difícil- pero accedió al hemiciclo, vaso de café en mano y sempiterna mochila al hombro, a la hora prevista para el inicio del debate: las 9:30 de la mañana. Lo acompañaban el portavoz parlamentario, Alberto Pazos, y el vicepresidente primero en funciones, Diego Calvo, que se frotaba los ojos mientras se aferraba con fuerza a su propio café. Cualquiera diría que la víspera hubiese estado en la boda de Almeida y no en una sesión en el Senado para debatir sobre la amnistía.

Hablando de la boda que aplazó a esta semana la sesión de investidura: “Ni mal ni bien, parece que vaya a trabajar, porque cuando la gente tiene que ir de traje es lo que pasa”. El experto en moda e influencer Juan Avellaneda se refería así al outfit de Alberto Núñez Feijóo en el enlace del alcalde de Madrid. Si supiese quién es Alfonso Rueda -ganar unas elecciones con una mayoría absoluta te garantiza que dejen de pixelar tu cara en las revistas del corazón, pero no te hace un hueco entre la jet- hubiese hecho, sin duda, el mismo comentario. La única diferencia estética reseñable entre el Rueda del sábado y el del martes es que a San Francisco de Borja no se llevó la mochila.

La sesión empezó con novedades. Mientras Fabiola García -conselleira de Política Social en funciones- repasaba los rostros de la bancada de la oposición, como tratando de memorizarlos por si los tiene que saludar en la cafetería, el eterno presidente de la Cámara, Miguel Santalices, ordenaba leer el reglamento a la novata en la Mesa: Ethel Vázquez. La conselleira más veterana y la única que ya sabe que no repetirá, alzó las cejas cuando oyó su nombre, quizá sorprendida porque fuera pegado a un cargo diferente al de responsable de Infraestructuras.

Los invitados: entre los ex y los posibles conselleiros

La composición del nuevo gobierno es una de las pocas incógnitas que aún quedan por resolver, después de que Rueda diese pistas sobre los cambios en la estructura. Desde la primera fila de la tribuna de invitados observaba atento uno de los que más suenan: el alcalde de A Estrada, José López Campos. Por si el cargo estuviese disputado, Campos se sentó al lado del presidente de la Comisión Galega da Competencia, Ignacio López-Chaves.

En esa primera fila, en el centro, en la misma bancada que el delegado del Gobierno -a quien le tocó escuchar los múltiples ataques de Rueda contra el ejecutivo-, los dos exconselleiros que Feijóo se llevó a Madrid, Francisco Conde y Rosa Quintana, se veían mucho más tranquilos que cuando ocupaban uno de los sillones azules. En el suyo se removía, especialmente inquieto, el titular de Mar, Alfonso Villares.

Habíamos dejado e Ethel Vázquez leyendo el reglamento. Lo hizo con tono de secretaria municipal esa figura que, en los plenos de los ayuntamientos, se sienta al lado del alcalde y ejerce de supertacañón -perdón a los lectores jóvenes por la referencia boomer-, algo que contrasta con el registro habitual de los concejales, mucho más aficionados a ligerezas dialécticas y acusaciones polémicas.

Secretario municipal es, precisamente, la profesión del presidente de la Xunta. Fue su primera oposición; la segunda, mucho más dura, se la hizo al bipartito y, desde entonces, ya no dejó de gobernar. Hoy tiene plaza en el ayuntamiento de Marín (Pontevedra), donde su amigo José Benito Suárez -el marido de Ana Pastor- dirige la autoridad portuaria. Y esas dos almas -la del funcionario gris y la del político que presume de sentidiño- son las que conviven en su discurso. Normalmente, gana el primero. Este martes, también.

Un aplauso cada dos minutos

Rueda había prometido brevedad y cumplió a medias. Fueron casi 95 minutos, lejos de las mejores marcas de Feijóo pero con la sensación de haberse hecho largo. El único diputado de Democracia Ourensana, Armando Ojea -al que han sentado solo, en la última fila, al lado del acceso a la cámara, lo que le da un extraño aspecto de bedel- desveló el porqué: “Demasiados aplausos”. El debutante no ocultaba su extrañeza ante tantas manifestaciones de júbilo, inexistentes en concellos o diputaciones. “Si se permiten los aplausos, deberían permitirse también los silbidos”.

Fueron casi medio centenar de interrupciones -casi siempre lideradas por otra novata, la número 3 por Pontevedra, Marina Martínez Allegue-, lo que deja un promedio de un aplauso cada dos minutos. Un entrenador de baloncesto hablaría aquí de la importancia de los intangibles frente a la fría estadística, ya que -pese al ímpetu de los suyos- la performance de Rueda estuvo lejos de registros de MVP.

Visto lo que pasó después, el primer aplauso se hizo esperar. Cuatro minutos enteros. Los que tardó Rueda en comparar cómo era la Galicia de 1994 con la actual para concluir que, como estamos mejor, “Galicia funciona”. Su lema de campaña no falló y consiguió su ovación. Como también la tuvieron sus sucesivas andanadas contra el Gobierno central y quienes ejercen su “complicidad” desde esa misma cámara, justo después de asegurar su disposición a “tender la mano” a Moncloa.

Ahí apareció el Rueda capaz de incluir en su vídeo navideño y buenrollista el “me gusta la fruta” ayusiano para luego decir que “si alguien se ofende, me disculpo”. Por cierto, ya que hablamos de la presidenta de Madrid, no faltan ecos de la Oficina del Español -aquel fugaz chiringuito con Toni Cantó al frente- en la Dirección de Asuntos Constitucionales que el candidato anunció como principal novedad de su próximo ejecutivo.

Aunque en el texto que se pasó a la prensa aparecía sólo como un instrumento “encargado especialmente de coordinar la defensa de la legislación gallega ante el Estado”, en la tribuna, Rueda fue mucho más allá y la consideró “muy necesaria frente a los ataques y cuestionamiento de la Constitución y el Estado constitucional”. “Galicia defenderá desde la legalidad su normativa y sus planteamientos y aportará a la unidad de nuestro país”. Santiago (de Compostela) y cierra España.

Pactos y rendiciones

En su discurso, Rueda volvió al palo y la zanahoria: después de recuperar contra el BNG -eso sí, sin nombrarlo- apelativos como “la cofradía de la perpetua negativa” o la famosa “navajada al territorio” que en su día alegaron contra la autopista AP-9; después de despreciar como “demagogia” o “populismo” las oposiciones al polémico proyecto de macrocelulosa en Palas de Rei -eso sí, sin nombrarlo-, el candidato se sacó de la manga una propuesta de “pacto industrial” con la oposición. Con esos antecedentes, no sorprende que la líder nacionalista, Ana Pontón, aún recuperándose del palo, rechazase la verdura: “Lo que se propuso no es un pacto, es una rendición”.

Pontón y Besteiro eran de los escasos diputados que, libretón tamaño folio sobre la mesa, tomaban nota de las palabras de Rueda. Se notaba que les tocaba dar una rápida valoración después. En el resto de escaños de la oposición, la gran mayoría se distraía tirando de móvil y ordenador. Todo lo contrario que la bancada popular. Allí, nadie se despistaba: todos clavaban sus ojos en Rueda. Sobre todo, por si dejaba pistas.

Fue lo que hizo la vicepresidenta segunda y titular de Medio Ambiente en funciones. Tiesa como una vara escuchó cómo su jefe de filas anunciaba que “todas las competencias” para la tramitación normativa de los proyectos de energías renovables recaerán en su departamento. Sólo cuando el anuncio recibió la obligada ovación, se permitió relajar el gesto y sumarse al aplauso dejando que se le escapase la sombra de una sonrisa de satisfacción.

Fin de la primera parte

A las 11 y 11 minutos de la mañana, Rueda puso fin a su intervención con un convencimiento: “Cuando no nos ponemos límites, las gallegas y los gallegos somos imparables”. Lo recibió la ovación más larga, la que intentó frenar sentándose y que despistó a un par de conselleiros, que tuvieron que volver a levantarse al ver que eran los únicos que no permanecían en pie batiendo palmas.

Después, la atención se trasladó a los pasillos, donde invitados y periodistas seguían las primeras valoraciones de los portavoces -algo que no pudieron hacer los espectadores de la TVG-. Mientras Ojea hablaba del discurso “más plúmbeo” que nunca había escuchado, Rueda esperaba en la puerta del hemiciclo para salir. Atrapado en la escalera, se dirigió a los periodistas haciendo el gesto universal de la chaparreta, para confirmar que sí, que el diputado de Democracia Ourensana le estaba arreando.

Todo eso se lo perdieron los invitados más pequeños. El alumnado del colegio Manuel Sueiro de Ourense, que eligió justo este martes para conocer las instalaciones del Parlamento, antes de irse a ver “la Xunta y la Cidade da Cultura”. Alguien podrá extraer alguna metáfora del recorrido. Quien diseñara la visita al Pazo do Hórreo fue compasivo y los libró del discurso de investidura. Al fin y al cabo, el objetivo es acercarlos a las instituciones.

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