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Daniel Salgado

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“Al ser requerido para que se detuviera, echó a correr, por lo que los funcionarios actuantes, después de reiterar la voz de alto, trataron de intimidarlo con unos disparos al aire”, decía el informe policial. Tres de aquellos “disparos al aire”, efectuados por agentes franquistas el 12 de agosto de 1975 en Ferrol, atravesaron la espalda de Moncho Reboiras, que murió desangrado en el número 27 de la entonces llamada calle Primo de Rivera. Tenía 25 años. Nacionalista de izquierdas, significado militante de la Unión do Pobo Galego -partido matriz del actual BNG-, uno de los últimos asesinados por el franquismo en Galicia, Reboiras se convirtió en mito, recordado cada año por sus herederos políticos. Un libro reconstruye su peripecia, reivindica su papel sindical y cuestiona hipótesis de uso común, entre ellas el supuesto tiroteo en el que murió, la relación con ETA o incluso que, sostiene uno de sus compañeros, fuese armado el día de su muerte.

“Queríamos colocar al personaje en su contexto. Porque sin esa red que lo rodea no hay personaje. Desmitologizarlo y entender el trabajo del conjunto. Fue una persona normal, un militante antifranquista, al que por una serie de circunstancias le tocó esa suerte”, acierta a resumir el historiador Xurxo Martínez, autor, junto al periodista Xosé Manuel Pereiro, de Reboiras. O camiño da rebeldía (Aira das Letras, 2021). El contexto son el tramo final de la dictadura y las convulsiones que entonces agitaron la Galicia obrera. Y el personaje, un joven nacido en la parroquia de Imo, en Dodro (A Coruña), hace ahora 71 años, que se desplaza con sus padres a Vigo, donde conoce de cerca la realidad del proletariado y se politiza antes de la mayoría de edad en contacto con el galleguismo cultural e izquierdista de finales de los 60.

Xosé Ramón Reboiras Noia era hijo de un matrimonio humilde que regentaba un bar pensión en el barrio de Teis. Solo tenía un hermano, Manuel, 14 meses más joven, también militante nacionalista y custodio de su memoria. El Reboiras mayor estudió en la Escuela de Peritos Industriales -hoy Ingenieria Técnica Industrial. En 1969, y de la mano del histórico Xosé González, había decidido ingresar en la Unión do Pobo Galego (UPG). Esta organización clandestina, entonces incipiente, había nacido seis años antes. Sus presupuestos teóricos, inspirados por los movimientos de liberación nacional africanos y la Revolución Cubana, procuraban una síntesis entre nacionalismo y marxismo. Era, además, una de las primeras formaciones de raíz galleguista tras la Guerra Civil. En su fundación habían participado intelectuales como Xosé Luís Méndez Ferrín, Celso Emilio Ferreiro o María Xosé Queizán, estudiantes como Bautista Álvarez, e incluso Luís Soto, comunista y secretario personal de Castelao durante la contienda.

Pero cuando Reboiras y su generación se incorporan, la UPG “no era más que un mito. El compromiso no iba mucho más allá de poner pegatinas y repartir propaganda”, explica en declaraciones a Martínez y Pereiro el propio Xosé González, una de las más de 50 fuentes orales consultadas para O camiño da Rebeldía. Es precisamente esta promoción la que convierte a la UPG en un partido de orientación comunista, preocupado por la organización y la eficacia, decidido a reclutar obreros para la causa. Para Pereiro, ese es el hallazago principal de la investigación recogida en el libro: “Cómo una pandilla de jóvenes de 20 años, entre Vigo y Monforte de Lemos, consiguieron construir un aparato que prácticamente desplazó al PC como referencia de la izquierda”. En las primeras elecciones al Parlamento de Galicia, el BN-PG -nucleado por la UPG- obtuvo tres escaños. El Partido Comunista de Galicia, uno.

El frente armado y las multicopistas

En el timón de esa travesía estuvo, junto a otros hombres y mujeres que hablan en el libro, algunos de ellos por primera vez, Moncho Reboiras. Y en él recayó la responsabilidad, tras un debate del comité central del partido, de constituir y dirigir el denominado frente armado. Se trata de uno de los episodios más debatidos de la historia del nacionalismo gallego contemporáneo, aunque hasta O camiño da rebeldía no estudiado con este nivel de detalle y complejidad. Aquella decisión política tenía unas raíces estratégicas -sus modelos, los movimientos de liberación nacional, solían contar con brazo armado- y tácticas -responder a la represión de la dictadura desatada tras las huelgas del 72. “Desde 1972, el partido traza una cronología y una estrategia. No fue una aventura. El frente armado solo se pone en marcha cuando las condiciones maduran, después de la Revolución de los Claveles en Portugal”, explica Martínez. Y con una premisa clara de inicio: nunca hacer daño a personas.

Porque los objetivos del grupo, muy reducido, eran sobre todo dos: obtener máquinas multicopistas para la producción de panfletos y prensa clandestina, y dinero, para poder liberar militantes. La organización pretendía dar un salto político. El régimen había asesinado a los comunistas Daniel Niebla y Amador Rey en Ferrol el 10 de marzo de 1972 y en septiembre la huelga general había paralizado Vigo durante semanas. La dictadura se revolvía contra los embates del movimiento obrero. En ese contexto se fogueó el Reboiras sindical y crecieron los primeros brotes de sindicalismo nacionalista, hoy en día agrupados en la Confederación Intersindical Galega (CIG), primera central en Galicia por número de delegados en las empresas. “Queremos reivindicar al Reboiras sindical, más allá de la imagen con peluca y bigote con la que pasó a la historia y que respondía a las necesidades de la clandestinidad”, considera Martínez.

La izquierda antifranquista intuía debilidad en palacio y lo trasladaba a las calles. Protestas, paros laborales y acciones espectaculares se sucedían. En 1973, un comando de ETA en Madrid hace saltar por los aires el coche de Carrero Blanco, con el almirante dentro. Y, al año siguiente, militares progresistas, radicalizados en las guerras coloniales y apoyados por la potencia del Partido Comunista, obligan a Marcelo Caetano -sucesor de Salazar- a huir a Brasil. Los sucesos de Portugal insuflan moral a la oposición al fascismo español. No solo moral. Otro de los hallazgos de Martínez y Pereiro es el pormenorizado análisis de las relaciones entre la izquierda nacionalista gallega y las fuerzas revolucionarias portuguesas a lo largo de ese período.

“Durante años se dijo que la fuente alimenticia de la UPG era Euskadi y ETA político-militar. No fue así exactamente”, señala Xurxo Martínez, “ese vínculo existía, pero la conexión con Portugal resultó clave”. La Liga de Unidade e Acção Revolucionária (LUAR) -una organización singular, de tendencia socialista libertaria- o el propio Partido Comunista de Portugal facilitaron el acceso de los militantes gallegos a las armas. Lo relata O camiño da rebeldía, como también relata el exilio en el Portugal revolucionario de importantes cuadros de la UPG en 1975. Escapaban de la operación policial que acabó con varios de ellos en prisión -hasta la amnistía del 77- y con el asesinato de Moncho Reboiras.

Entre 1974 y 1975, el frente armado de la UPG asaltó algún banco, substrajo multicopistas y realizó un sonado golpe en las oficinas del DNI de la comisaría de Lugo: se hizo con miles de carnets en blanco, el tampón con la firma del comisario, sellos y fichas de declaraciones. O camiño da rebeldía narra con cierto detalle sus operaciones y realiza vívidas descripciones de cómo se desarrolla una organización política revolucionaria en la clandestinidad. “Cualquier partido nace como media docena de personas que se reúnen. También le pasó a Pablo Iglesias. A Posse”, puntualiza Xosé Manuel Pereiro, “pero estos mozos de 20 años consiguieron levantar un estaribel que todavía dura. Y entonces se levantaba muchos estaribeles políticos”. El golpe del 75, cuando cayó Reboiras, y la onda represiva que lo precedió y lo sucedió, hizo tambalearse a la organización. Pero esta resistió.

“Yo desde luego no vi el arma de Reboiras”

El 11 de agosto de 1975, Reboiras llega al piso de la calle Concepción Arenal de Ferrol donde vivían sus compañeros Elvira Souto y Lois Ríos. A las cinco de la tarde sale. Tenía una cita telefónica de seguridad con otro camarada, Xosé María Brañas. Este no responde. A esa hora ya había sido detenido. Reboiras, Souto y Ríos reaccionan rápido: sospechan que algo ha pasado y se deshacen de la propaganda que estaban confeccionando en el apartamento. A las nueve de la noche, Reboiras ve a la policía desde la ventana. Están registrando los edificios de la calle uno a uno. Cuando timbran, deciden no abrir. Y ensayan la huida. “Como Moncho era el único que iba armado, nos dijo de separarnos y que el intentaría distraerlos”, cuenta a Martínez y Pereiro Elvira Souto. Ríos asegura, sin embargo, desconocer si lleva pistola: “Yo desde luego no se la vi, ni él era de andar enseñándola, en el caso de que la llevase”.

Reboiras escapa de tejado en tejado y consigue salir a la calle. Pero un arañazo en su brazo lo delata. Policías le dan el alto -alrededor de 200 participaron en el operativo-, asegura el libro. “Al ser requerido para que se detuviera, echó a correr, por lo que los funcionarios actuantes, después de reiterar la voz de alto, trataron de intimidarlo con unos disparos al aire”, escribió la policía. Tres de esas balas impactaron en Reboiras. Una de ellas entró por la axila izquierda y le seccionó la arteria subclavia a la altura del corazón, lo que produjo “una anemia aguda y fulminante”. Consiguió doblar la esquina y refugiarse en el portal número 27 de la calle Primo de Rivera, hoy rúa da Terra. Se desangró. Los policías ametrallaron la puerta y cuando se atrevieron a abrirla, lanzaron dos granadas de gas lacrimógeno. Reboiras ya estaba muerto.

El informe policial afirma que entonces se “volvió a oír un disparo de pistola aislado y a continuación terminó todo”. Martínez y Pereiro interpretan que la intención de los agentes es sugerir un suicidio. El certificado de defunción refería un proyectil alojado en su cabeza. La autopsia no. “No está claro que llegase a disparar ningún tiro. No hubo el tal tiroteo de la información que reprodujeron los medios”, sostienen. El Estado nunca ha dado otra versión que no fuese la del atestado inicial de uno de los últimos crímenes políticos de la dictadura. Aunque en 2009 el Gobierno de Zapatero reconoció a Reboiras como víctima del franquismo, no fue más allá. Los autores de O camiño da rebeldía llegaron a localizar a dos de los policías que participaron en la cacería del hombre. No quisieron hablar, tampoco bajo anonimato.

La caída de Ferrol y la prisión de Xosé María Brañas, Manolo de Remesar, Marisa Vázquez Barquero y Xan López, Lito, provocaron un impás en la UPG y en la izquierda nacionalista gallega. También cerraron la que Martínez denomina “etapa expansiva y organizativa” del partido. Una nueva generación tomaría el mando, no sin tensiones que se saldaron con expulsiones y escisiones. Y en 1982 comenzó el siguiente episodio, con la fundación en el pabellón de Riazor del BNG. La UPG fue, todavía es, la clave de bóveda del proyecto.

“Según yo lo veo, la organización obrera y campesina, los sindicatos, son el gran logro del nacionalismo gallego moderno. Y sobre todo en el sindicalismo obrero es necesario reivindicar el papel de Reboiras”, entiende Martínez, que se indigna por el trato del Estado español a los mártires antifascistas. Recuerda y considera inadmisible que la Policía Nacional usase la figura de Reboiras para justificar una investigación por terrorismo que finalmente quedó en nada. Pereiro habla, a la usanza de los viejos galleguistas de preguerra, de “la idea”. Le asombra que la mayoría de implicados en aquellos hechos traumáticos mantengan los horizontes políticos de entonces, aún con “interpretaciones estratégicas distintas”. “Demostraron que, para bien o para mal, cualquier cuerpo político necesita un esqueleto que le dé consistencia, aunque ese esqueleto, por las circusntancias del momento en que se creó, tenga menos capacidad de adaptación de lo que sería ideal”, concluye.

Es Francisco Rodríguez, exdiputado por el Bloque en el Congreso, en 1975 miembro del comité central de la UPG y su secretario general entre 2000 y 2012, a quien encargan los autores la reflexión final en O camiño da rebeldía. “Hay que ver el pasado con un poco más de distancia [...] La cantidad de gente que metió parte de su vida en el trabajo militante... Por eso esto está en pie. En cierta medida, se está viviendo de rentas”.

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