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'Prestige': cuando la cultura buscó el poder de la palabra, creó una simbología y luchó contra la manipulación

El escritor Manuel Rivas y la cantante Uxía durante la presentación de la manifestación de Nunca Máis que llenó las calles de Santiago el 1 de diciembre de 2002.

Alfonso Pato

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La catástrofe del Prestige, de la que se cumplen 20 años, impulsó una movilización ciudadana inédita en Galicia. En ese movimiento cívico, canalizado a través de la plataforma Nunca Máis o de Burla Negra, tuvieron un papel destacado muchos profesionales de la cultura, en unos meses en los que poetas, actrices y actores, músicos o cineastas se volcaron en acciones de protesta. “Hubo una hermandad especial, movida por la idea de que la cultura era para compartir y no para competir. Nadie discutía por una sigla”, reflexiona dos décadas después el escritor y periodista Manuel Rivas, voz e imagen icónica de las grandes manifestaciones en una Galicia con el corazón encogido.

Cada persona ponía su creatividad al servicio de aquella rabia que supuraba en la sociedad. Hubo una lucha por erradicar el tergiversado relato oficial, a través de acciones, de palabras y de una iconografía sobre la que varios protagonistas de aquel momento reflexionan con la perspectiva de dos décadas.

“Hubo una lucha por el sentido de las palabras que podría explicar la dimensión de Nunca Máis, e igual no se le prestó la atención debida. Fue fundamental, para llegar a un espacio de protesta amplio, la forma diferente de ponerlo en escena”, afirma el periodista y hoy codirector de la revista mensual Luzes. Rivas toma prestada una pregunta que lanzó en su día Martin Luther King, para explicar lo que se estaba viviendo: “¿Comunidad o caos?, se preguntó Luther King. Estaba claro que la comunidad éramos Nunca Máis y lo que representaba y el caos era aquel gobierno errático de Aznar”.

Entre esa comunidad de caras visibles de la cultura de Nunca Máis, estaba la cantante Uxía Senlle, que asumió la responsabilidad de ser la portavoz de la plataforma. “Acepté porque nunca había visto tan unida a la gente de la cultura en Galicia, con ganas de organizarse y reflexionar, y para mí aquello era algo inédito. Era el símbolo de la unión de un pueblo contra el desprecio”, afirma la artista sobre aquel momento histórico.

“Se creó una forma propia de hacer las cosas. Eran acciones de denuncia y reivindicación, pero con carga poética o humorística. Los bautizamos como mani-festa-accións y todos los actos tenían una línea”, recuerda sobre la gestación de la plataforma. Además de estas mani-festa-accións, del sector cultural nacieron iniciativas de gran repercusión, como el Concierto Expansivo de Nunca Máis, al que se sumaron multitud de músicos en las 280 actuaciones programadas por todo el mundo, la película colectiva Hai que botalos, que sumó 25 cortometrajes de diferentes cineastas, o numerosos discos y libros.

“Acercarse a Laxe era un impulso irrefrenable. Aquel olor a fuel desde quilómetros antes, como si hubiese una gasolinera, me impactó. Cada vez que vuelvo a ver esas imágenes me emociono de nuevo”, dice la actriz Patricia Vázquez, que participó en un encierro de varios días en la biblioteca de Laxe que fue el germen de Burla Negra, iniciativa impulsada por artistas y miembros del sector cultural de la que fue portavoz. Ella era en ese momento un rostro popular por su participación en la serie Mareas vivas, que pulverizó récords de audiencia en la TVG. “La serie acababa de terminar. Nos quedamos sin trabajo, éramos amigos y se convirtió en un gran vivero de activistas, con caras muy conocidas que asumieron en ese momento el frente de la protesta”, rememora Vázquez sobre numerosos compañeros que dieron la cara en primera línea como Luis Tosar, Miguel de Lira o Carlos Blanco.

La bandera negra por el chapapote, maletas y paraguas

“De mucha de esta gente, como los miembros de la compañía teatral Chévere, salían las propuestas de la simbología y los conceptos que se plasmaban en las movilizaciones”, explica la cantante Uxía Senlle, que participó en decenas de reuniones en ese momento. “Se creó una iconografía que llegaba de forma muy directa”, concuerda Manuel Rivas. “Castelao ya hablaba de la Santísima Trinidad de los símbolos de Galicia, encarnados por el árbol, la vaca y el pez, que ahora estaba en peligro, y necesitábamos introducir una nueva simbología, explica el escritor, que estos días celebra la publicación en Estados Unidos de su libro O último día de Terranova, premio de la Crítica en 2015. Las manifestaciones se poblaron de símbolos como la bandera de Galicia bañada en chapapote, las maletas o los paraguas, ”mucho antes que la revolución de los paraguas en Hong-Kong en 2014“, recalca sobre esta iconografía ”generadora de un mensaje que crea buena sintonía, limpia el lenguaje del miedo y conecta con la cultura popular“.

Esta conexión con la cultura popular emerge de forma reveladora en muchos ejemplos en aquellos días. Entre las muchas manifestaciones que se convocaron, hubo una en Cee a la que acudieron miles de personas y a la que se sumaron numerosos poetas que recitaron versos en la concentración final. “Para mí fue emocionante porque la gente permanecía inmóvil, muda, escuchando poesía con enorme atención. Era un despertar del verbo escuchar. Meses antes la gente no hubiese sintonizado con estos poetas ni hubiese entendido sus palabras”, reflexiona Manuel Rivas sobre aquella lectura que le causó impacto “por la vuelta al poder de la palabra y cómo cada una adquiría un nuevo significado en el contexto de la catástrofe”.

Tocado por el don de saber exprimir la emoción a las palabras, Rivas fue designado para leer un manifiesto histórico en la impresionante manifestación de Santiago de Compostela, bajo la lluvia que caía el 1 de diciembre de 2002. “Aquel manifiesto fue muy importante, porque llegó a las entrañas y al corazón de la gente”, recuerda Uxía Senlle, que cerró aquella multitudinaria protesta en el Obradoiro cantando un estremecedor Alalá das Mariñas.

Tan solo unos días antes, una entrevista con Iñaki Gabilondo en la Cadena Ser había servido a Rivas para esbozar unas palabras con el mar como protagonista. Sin que el escritor lo imaginase, en aquellas palabras en directo, que estremecieron al mismo locutor, estuvo el origen del ya histórico manifiesto de Nunca Máis. “El contenido sigue teniendo una extraordinaria vigencia y aquella oleada de solidaridad fue parte del proceso de autoprotección. Para mí la palabra revolución no está fuera de lugar referida al Prestige, entendida en la forma de reescribir un nuevo contrato con la naturaleza”, afirma el escritor, que defiende el legado de Nunca Máis. “No soy triunfalista, pero sí se han conseguido cosas. Por ejemplo, aquella manipulación y la mentira como estrategia negacionista sería totalmente inviable hoy. El Prestige provocó un cambio de mirada”, expone.

Lo que ha quedado

“La forma de trasladar los mensajes, a la que dedicábamos muchas horas, creo que generó un discurso ecológico y poético y una huella en las siguientes generaciones”, indica Uxía, que reflexiona sobre el papel de los artistas en momentos críticos: “Primero como ciudadanos y después como artistas, tenemos la obligación de cambiar las políticas que atenten contra nuestra dignidad”.

En ese perfil de actriz comprometida encaja Patricia Vázquez que, sin embargo, se muestra escéptica con la perdurabilidad en el tiempo de la lucha colectiva de la cultura durante la catástrofe del Prestige. Hace unos días, Vázquez fue una de las caras visibles de la manifestación en defensa de los medios públicos gallegos y contra la manipulación en la CRTVG, de la que sacó sus propias conclusiones. “¿Cuántos actores y cara conocidas había en esta manifestación? La gente tiene mucho más miedo a las represalias. Retrocedimos en la mansedumbre generalizada y la autocensura. En la época del Prestige eso era diferente, había más sentido de colectividad”, reflexiona sobre lo que considera una involución.

“Creo que desde esa época hay una mayor excitación creativa en Galicia y eso no es casual, porque el espíritu de compartir se mantuvo más en el espacio de la cultura que en el político. Intuyo que esto no es un epílogo sino un prólogo de lo que puede venir”, vaticina Manuel Rivas. En su faceta de escritor, cada año visita numerosos centros escolares de Galicia y piensa en las conversaciones con los jóvenes: “Queda la memoria, que es algo fundamental. Les preguntas por Nunca Máis y saben lo que es. Está presente en ellos y saben que forma parte de la construcción de la identidad de Galicia”.

Rivas, que estos días tiene una agenda cargada de entrevistas conmemorativas del vigésimo aniversario del Prestige, entre ellas las del libro colectivo Chapapote, en el que participa, resume el significado para él de toda aquella movilización: “En el calendario de victorias y el calendario de derrotas, yo tengo marcado Nunca Máis como una victoria”.

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