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Los 'steampunks' españoles: inventores modernos al estilo del siglo XIX

Boris, el león 'steampunk' robotizado de Oriol Aubets

José Manuel Blanco

Un amasijo de hierros con aspecto de animal camina con andares lentos por un museo. No suenan, pero perfectamente sus piezas de hierro podrían chirriar si estuvieran oxidadas. Es un robot, pero parece salido del siglo XIX, del Londres victoriano de sombreros de copa, capas y gabardinas cuya estética tantas veces han reflejado la literatura, el cine y la televisión. Sin embargo, esas máquinas no son británicas, sino españolas.

La comunidad de seguidores del 'steampunk', un subgénero literario de la ciencia ficción nacido en los años 80, ambientado en una Inglaterra donde la máquina de vapor o el ferrocarril son las tecnologías punteras y que se ha convertido en toda una corriente estética que ha impregnado hasta los juegos de rol, tiene también sus seguidores en España. Han creado androides o animales de inspiración victoriana en los que el hierro y lo metalizado resultan esenciales y el calificativo 'vintage' (o, mejor dicho, retrofuturista) es casi una necesidad.

Quizá los encuentros de la comunidad 'steampunk' española no alcancen los niveles de los de otros países, como Nueva Zelanda, donde cada año hay una reunión multitudinaria en la que se pueden ver las máquinas más increíbles y los vestuarios más victorianos: la ciudad de Oamuru tiene el récord Guinness de la mayor congregación mundial de 'steampunks'.

En nuestra tierra hay también varios encuentros, como el que se celebra en Zaragoza, que incluyen incluso un baile de máscaras con lolitas y neovictorianos en Santiago de Compostela, aunque la palma se la lleva la EuroSteamCon de Barcelona, una cita con muy pocos años de historia (comenzó en 2012) pero que ya es un referente a nivel europeo. En ella se dan cita fans y profesionales, artesanos y diseñadores, para compartir una afición común y mostrar sus inventos o su vestuario. También hay editoriales en España que publican literatura de este estilo, como Ediciones Nevsky, que tiene toda una colección dedicada al 'steampunk', con presencia española y extranjera, o Tyrannosaurus Books.

Vany Miranda es presidenta de la asociación retrofuturista Nautilus y una de las encargadas de la organización de la EuroSteamcon. “Sí he visto crecer, sobre todo en Barcelona, el interés por crear máquinas”, explica a HojaDeRouter.com. “No sé en otros puntos de España, pero en Cataluña cada vez es más común ver en ferias de pueblos inventos con una clara estética 'steampunk'”. “En cuanto a la comunidad 'steampunk' más latente, sus inventos se resumen a crear trajes con una creatividad infinita”, añade. Muchos también reciclan materiales u objetivos antiguos para darles ese toque retrofuturista.

Uno de esos inventores es Ferroluar. En 2008 recibió una beca para montar su primera exposición, de cinco animales acuáticos, que se exhibieron en 2009. “Ahí empezó más o menos todo. Tuvo una gran acogida y la exposición comenzó a rotar por Cataluña y fuera”, nos cuenta Raül Martínez, la persona que se encuentra detrás de este proyecto. Hace un mes, la muestra estaba en Taiwán y ya formaban parte de ella 20 piezas.

El nombre artístico Ferroluar es un homenaje a un inventor de postín, Leonardo da Vinci: al igual que el italiano daba la vuelta a su nombre, Raül hizo lo mismo: unió 'ferro' (hierro en italiano) y le dio la vuelta a su nombre de pila.

A Raül, el trato con las máquinas le viene de lejos. De pequeño desmontaba sus juguetes para ver cómo eran por dentro y poder modificarlos. No solo eso, sino que también buscaba cómo montar sus propias piezas y mecanismos. Con los años, comenzó a trabajar en la exportación de maquinaria industrial. “Siempre he estado en chatarrerías, fabricándoles empaquetadoras o máquinas para el reciclaje”, recuerda. A su alrededor había, por ejemplo, motores que quedaban obsoletos; él los cogía y comenzaba a fabricar piezas, de manera creativa.

El interés por la estética 'steampunk' llegó después de aquel 2008. Para él, sus obras beben de este género pero también de las películas de Tim Burton. En total, entre prototipos y piezas acabadas, tiene entre 40 y 50 piezas. Recibe encargos de museos o de compañías de teatro, pero también de particulares. Dejó hace unos tres años su otro trabajo y se dedica exclusivamente a la fabricación de estos objetos.

El proceso de creación es bastante largo. Una obra de tamaño grande puede llevar unos seis meses. Raül cuenta con ayuda a nivel electrónico y mecánico: cada máquina “tiene varias vertientes, así que es difícil controlarlo todo”. Sus primeras piezas eran más mecánicas, pero ahora llevan motores y sensores de movimiento e interactúan con el público. “Crea un lenguaje hombre-máquina que hace un poco diferente la exposición”.

Entre sus creaciones más curiosas, que se han podido ver en 'El hormiguero 3.0', se encuentra una pescadería llena de pequeños elementos sorprendentes. Como las tradicionales, también tiene pescado, solo que aquí las gambas, las sardinas o las ostras son mecánicas.

Raül intenta que sus máquinas sean realistas: tiene un caracol que “da la sensación de que es hasta viscoso”. Y a las hormigas, fabricadas con piezas recicladas, no les faltan sus antenas.

No son las únicas: hay también una beluga que reproduce los lentos movimientos del animal gracias a una serie de manivelas. Incluso, unas mariposas con luz incorporada a las que se las puede hacer volar. Es más, si nos acercamos a un caballito de mar, recogerá su cola ante nosotros gracias a los sensores de movimiento instalados en él.

Mientras, otros fabrican piezas para el teatro. Es lo que hace el actor Oriol Aubets. Curtido en la interpretación, hace unos años dio un giro para incluir un elemento muy especial en sus espectáculos: “Siempre he hecho teatro. Hace unos cinco años decidí que el teatro tenía una cosa muy 'vintage', sobre todo el teatro de calle: siempre son tirantes, sombreros, maletas… Cosas como de hace un siglo, pero que le faltaba hablar de los temas de hoy. Me di cuenta de que una forma de que el teatro de calle actual se volviera más actual, más futurista, pero no perdiera del todo ese punto 'vintage', era en un encuentro en la estética 'steampunk'”.

Para él, los seres humanos ya tenemos un poco de esas máquinas: “Shakespeare decía que el teatro debe de ser un espejo para la sociedad, que la sociedad se vea reflejada y entienda quién es. Entonces, yo decido hacer teatro con robots porque considero que ya todos nosotros somos androides, porque todos ya tenemos un aparato que es el ordenador, que está interconectado y que lleva algo de nuestra intimidad dentro, no lo dejamos en ningún momento… Es algo que forma parte de nuestra identidad, de quiénes somos. En la estética 'steampunk' eso está reflejado de forma que los personajes llevan en ellos las máquinas. Esa es la razón principal por la cual, a nivel estético y formal, el ‘steampunk’ me sirve para contar”.

Las máquinas de Oriol se podrían considerar robots. “Me di cuenta de que el robot por sí solo ya era futurista, porque es un robot, pero luego me gustaba más que estuviera oxidado o que tuviera una pinta más antigua y que los videojuegos y los ilustradores que me gustaban eran todos en una línea [alejada] de ese futurismo tan azul, tan Apple o Facebook, un tipo de futurismo más victoriano, más elegante, más barroco”.

En estos cinco años ha creado unos diez robots. Algunos han sido pruebas para máquinas más complejas. Su creación principal es Boris, un león que reconoce movimientos y sonidos gracias a los sensores que lleva incorporados. Junto a su clon Doris, ha ido de gira por toda Europa en un espectáculo cómico protagonizado por un autómata: “Es la primera vez que un títere, una cosa que se supone que no tiene vida, tiene su programación: escucha con sus sensores, mira con sus cámaras, oye con sus micros y reacciona a lo que yo le digo y a lo que ocurre con el público”.

Casi todo el trabajo lo ha hecho él, con algo de ayuda de ingenieros para los aspectos más técnicos. “He quemado más de un motor y más de un servo”, admite, aunque “hoy en día es muy fácil aprender, si estás abierto y le pones interés, por ti mismo”. Ahora tiene dos tareas pendientes: que Boris sepa mantener el equilibrio y echar fotos.

Sus robots se pueden comprar, pero son caros. Él los define como “muy sofisticados a nivel tecnológico”, ya que son capaces de escuchar y responder. Quien no quiera rascarse el bolsillo (Boris costaría unos 2.000 euros), puede consolarse con verlo en uno de sus espectáculos o en una exposición, ya que este curioso personaje ha sido también pieza de museo.

En estos años, Aubets se ha dado cuenta de que hay más inventores 'steampunk' en España de los que pensaba y de que a través de las redes sociales es muy fácil encontrarse. “Me da la impresión de que estamos unidos a la forma de hoy. Estamos interconectados y compartiendo”, afirma. Para Raül, la comunidad 'steampunk' patria está haciendo cosas interesantes: “Creo que quizá la crisis, un poco la necesidad, nos ha forzado a mucha gente a reinventarnos. Coger lo que ya había y acomodarnos con eso”.

Como sucede con las suyas, en internet se pueden ver también las obras retrofuturistas de Doctor Pek o la rueda musical Rodafonio, de Factoría CircularDoctor PekFactoría Circular, por citar otros sorprendentes ingenios. Ellos también han dado forma a inventos que recuerdan a un siglo XIX de vapor, raíles y gabardinas.

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Las imágenes son propiedad de Oriol Aubets, Gaudencio Garcinuño y Ferroluar (cedidas, 1, 2)

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