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La CIA, Fidel Castro y Bahía de Cochinos

Fidel Castro dirige los combates durante la invasión de Bahía de Cochinos en Playa Girón.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Pocos meses después de llegar al poder, Fidel Castro sorprende al Gobierno norteamericano con el anuncio de que quiere visitar EEUU. El revolucionario cubano es un enigma para Washington, pero no alguien completamente desconocido para la CIA. En un informe, la agencia de inteligencia llega a la conclusión de que el viaje puede ser decisivo para el futuro del Gobierno cubano: “A menos que reciba una clara ayuda de EEUU, muchos observadores creen que su régimen sufrirá un colapso en cuestión de meses”.

Es un ejemplo de los muchos análisis realizados por la CIA sobre Fidel Castro que se vieron desmentidos por la realidad. Desde el mismo 1959, sus informes, y los de otros organismos, pasan del desconocimiento sobre si Castro es o no comunista hasta la preparación de operaciones militares y de inteligencia para intentar acabar con él. Menos de un año después de su triunfo, ya circulan planes para derrocarlo.

No es exagerado decir que la CIA tuvo a Castro en el punto de mira desde muy pronto. Esa obsesión tuvo como desenlace el intento fracasado de invasión de Bahía de Cochinos promovido por EEUU.

En 2005, un profesor universitario descubrió una parte de la historia oficial del desastre de Bahía de Cochinos, escrita por un miembro de los servicios de inteligencia, y lo subió a la web de la Universidad de Villanova: The Official History of the Bay of Pigs Operation, volume III: Evolution of CIA's Anti-Castro Policies, 1951-January 1961.

Esta clase de revisiones de acontecimientos pasados para consumo interno no suelen difundirse al público e incluyen documentos secretos o confidenciales. Como en el texto hay referencias a la política oficial de EEUU sobre el asesinato de líderes extranjeros, al parecer fue incluido entre los documentos desclasificados a raíz de la investigación del asesinato de JFK.

En total, son 295 páginas escritas en los años setenta que nos permiten contemplar la evolución de la política norteamericana en relación a Cuba en los primeros años de la revolución castrista.

El fin de Batista

En 1957, estaba claro que los días de Batista en el poder estaban contados. Entre los informes reseñados, aparece uno de un alto cargo de la CIA que apoya una transferencia pacífica del poder de Batista a un sucesor democráticamente elegido y una amnistía para Castro y los rebeldes. A principios de 1958, la CIA ya está muy preocupada por la orientación procomunista de las fuerzas de Castro, pero eso no impide que un alto cargo de la CIA proponga llegar a un pacto secreto con Castro, porque Batista está acabado. Cree que EEUU podría facilitar a los rebeldes armas y dinero.

En diciembre de 1958, representantes norteamericanos visitan La Habana para proponer a Batista que dimita y nombre a una junta militar que deberá preparar unas elecciones. Baptista se opone y sostiene que entregará el poder a Rivera Agüero, que había ganado unas elecciones amañadas. Un representante del arzobispo de La Habana propone al cónsul norteamericano en Santiago que EEUU entable negociaciones discretas con Castro. La oficina de la CIA en Cuba apoya la idea.

Las propuestas políticas no son incompatibles con decisiones de tipo militar. Se ordena buscar un emplazamiento en Cuba para lanzar desde el aire ayuda a alguna fuerza antiBatista y anticastrista que pueda impedir la llegada al poder de Fidel.

Un enigma para Washington

Tras la llegada de Castro al poder, la CIA y la embajada de EEUU mantienen una intensa actividad para intentar saber qué ocurrirá con el nuevo Gobierno. En sus análisis, se da por hecho que Castro tendrá difícil consolidar su poder y que, al final, se verá obligado a mantener buenas relaciones con EEUU. Sobre Guantánamo, se dice que Castro se conformará con un aumento de los fondos norteamericanos por el alquiler de la base y mayores facilidades para la contratación de trabajadores cubanos en las instalaciones militares.

El desconocimiento sobre lo que está pasando en Cuba es patente, aunque en algunos documentos hay detalles en los que se reconoce el carisma de Castro. En el mismo informe que decía que Fidel estaba condenado a buscar la ayuda norteamericana, se sostiene que Castro no tiene mucho apoyo en la clase alta y media, pero que es “un ídolo de masas”.

El pronóstico de la CIA sobre el viaje a EEUU acierta en un punto: se explica que Castro intentará enviar su mensaje no a los políticos o los periodistas sino directamente a los trabajadores y la opinión pública de EEUU para que defiendan a la nueva revolución.

Tras la visita, un alto cargo del Departamento de Estado advierte contra la tentación de no tomar en serio al líder cubano: “Sería un grave error subestimar a este hombre. A pesar de su aparente ingenuidad, un carácter poco sofisticado y su ignorancia en muchos asuntos, está claro que tiene una fuerte personalidad y es un líder nato de valor y de fuertes convicciones”. El informe finalmente admite que Castro sigue siendo “un enigma” para el Gobierno de EEUU.

“Castro no es comunista”

La detención de Huber Matos y las primeras dimisiones empujan a la CIA a intentar aumentar el número de agentes infiltrados en el partido comunista cubano. Aunque consideran que Raúl Castro es un comunista radical, no creen que su hermano tenga la misma ideología, a pesar de la abundante presencia de miembros del partido en la cúpula del régimen.

En una comparecencia en el Congreso en diciembre de 1959, el director adjunto de la CIA dice: “Nuestra información revela que los comunistas cubanos no le consideran un miembro del partido comunista o incluso un procomunista. Por otro lado, están encantados con la naturaleza de su Gobierno, que les ha dado la oportunidad de organizarse, hacer propaganda e infiltrarse. Sabemos que los comunistas consideran a Castro un representante de la burguesía. Nuestra conclusión, por lo tanto, es que Castro no es comunista, aunque ciertamente tampoco es anticomunista”.

De forma oficial, la CIA informa a su personal que deben partir del supuesto de que el Gobierno cubano no es comunista y que tiene algunos planes de reforma que son legítimos y que merecen “el respeto y el apoyo de EEUU”.

Sin embargo, también deja claro que si se demostrara que el Gobierno está dominado por los comunistas, “la cuestión de los ataques directos contra Castro sería revisada”. Por ello, cualquier cubano que sea captado por la CIA debe ser valorado en relación a una “posible utilización futura desde un punto de vista paramilitar”.

Preparar “el derrocamiento de Castro”

En la sede central de la CIA, se hacen planes más radicales para el futuro. El 11 de diciembre de 1959, un jefe de división presenta al director de la Agencia un plan que tiene como prioridad “el derrocamiento de Castro en un plazo de un año y su sustitución por una junta, favorable a EEUU, que convocará elecciones en un plazo de seis meses después de asumir el poder”.

Las propuestas incluyen: emisiones clandestinas de radio a Cuba desde los países vecinos, operaciones contra la radio y la televisión cubanas desde dentro del país y formación de grupos de oposición pronorteamericanos para que por la fuerza controlen una zona del interior de Cuba.

El asesinato de Castro es una de las opciones: “Debe considerarse la posibilidad de la eliminación de Fidel Castro. Ninguno de los que le rodean, como su hermano Raúl o su compañero Che Guevarra (con errata en el original), disfrutan del mismo apoyo apasionado de las masas. Mucha gente informada cree que la desaparición de Fidel aceleraría la caída del actual Gobierno”.

El director de la CIA tachó a mano la palabra “eliminación” y la sustituyó por “expulsión de Cuba”. El resto del informe contó con su aprobación.

Antes de que acabe 1959, una Estimación Nacional de Inteligencia (un texto pactado por distintos servicios de inteligencia) establece que Castro se mantendrá en el poder, que no existe una amenaza seria a su poder, y que si se produce una intervención militar directa de EEUU, “la mayoría de los cubanos, incluido el Ejército, se opondría violentamente”.

El 8 de enero de 1960, el director adjunto de la CIA informa al Departamento de Estado y la Junta de Jefes de Estado Mayor de la situación en Cuba. Se refiere a la progresiva intervención de los comunistas en el Gobierno de la isla y plantea la necesidad de poner en marcha operaciones secretas contra Castro en todos los campos posibles, “guerra psicológica, acción política, acción económica y acción paramilitar”.

Esa reunión es el inicio real de las operaciones de la CIA contra Castro que culminarán con Bahía de Cochinos.

Repetir el golpe de Guatemala

En los primeros meses de 1960, la CIA prepara sus planes de acoso y derribo de Fidel Castro. Utiliza a sus mejores hombres, algunos con experiencia en el derrocamiento del Gobierno de Guatemala en 1954, y presenta a Eisenhower el proyecto. Dentro de la CIA, ya hay quienes dudan de que se pueda repetir el éxito de Guatemala. Castro es un hueso más duro de roer y la oposición cubana no cuenta ni con el líder ni con la organización necesarias para hacer frente al régimen castrista.

La CIA crea un departamento que se llamará Sección 4 y que tendrá como misión poner en marcha las operaciones en Cuba. Inicialmente, está compuesto por 40 personas: 18 en la sede central, 20 en la estación de la CIA en La Habana y dos en la estación de Santiago. Su jefe es Jacob Esterline, que había tenido un papel clave en la operación PBSUCCESS, el derrocamiento del Gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala en 1954.

Al mismo tiempo, se está produciendo una discusión entre departamentos del Gobierno sobre el alcance de cualquier operación contra Cuba. El director de la CIA pretende centrarlo todo en la estructura que acaba de crearse, para no implicar al presidente y al Consejo de Seguridad Nacional.

Las primeras reuniones producen un alto número de tareas que deben llevarse a la práctica: identificar los líderes cubanos que podrían oponerse a Castro, emisiones clandestinas anticastristas de radio, la compra de aviones para operaciones de apoyo a la oposición, y la utilización de empresas de EEUU como tapadera de la oposición. También se habla de propiciar la intervención de empresas norteamericanas que deberían financiar a la oposición y presionar al Gobierno de EEUU para que imponga sanciones económicas a la isla.

El sabotaje de la industria cubana del azúcar

El 11 de febrero de 1960, los responsables de la Sección 4 se reúnen para revisar las primeras propuestas. Se plantea por primera vez el sabotaje de la industria cubana del azúcar. Hay 50.000 dólares para empezar a gastar en estas misiones y se calcula que necesitará en total tres millones de dólares (la cifra definitiva del gasto de la CIA en Cuba en esos años fue de 43 millones).

En una reunión con altos cargos de otros departamentos, el director de la CIA recomienda que se utilice a grupos de la oposición para sabotear la cosecha de azúcar: “Que la CIA sea autorizada para comenzar los planes operativos, incluida la captación de potenciales agentes para un posterior sabotaje de industrias del azúcar, tanto de propiedad cubana como norteamericana. Si estas operaciones se consideran factibles y deseables, se diseñarían para impedir que Castro pueda beneficiarse de los ingresos previstos en la cosecha de 1960”.

El director de la CIA, Allen Dulles, aclara que no quiere un visto bueno para iniciar ya las operaciones, sino recabar el apoyo de los asistentes. Los representantes del Pentágono aprueban la iniciativa y los reunidos acuerdan presentar el plan al secretario de Estado y, posteriormente, al presidente Eisenhower.

Eisenhower no muestra mucho entusiasmo por el sabotaje de la cosecha de azúcar y duda de que tenga alguna influencia en la capacidad de Cuba de financiar otros movimientos guerrilleros en América Latina. Eisenhower ordena que le presenten un plan más amplio, “que incluya incluso cosas más drásticas”.

Mientras todos estos planes están siendo estudiados, circula en la CIA un informe, no firmado, que alerta del peligro que puede suponer para EEUU esta ofensiva contra Castro. El informe describe las diferencias con la situación de Guatemala, donde la CIA había conseguido derrocar al Gobierno izquierdista de Arbenz.

Entre sus conclusiones, se destaca que Arbenz era un líder débil y apoyado por un partido comunista local compuesto por líderes poco competentes. En Guatemala, la estructura de mando del Ejército se había mantenido, mientras que Castro ya había eliminado del Ejército cubano a los militares cercanos a Batista y estaba en marcha un intenso proceso de adoctrinamiento ideológico. La oposición anticastrista no tenía a nadie de una estatura similar a la de los dirigentes que se oponían a Arbenz.

Además, el informe sostiene que los ataques propagandísticos contra Castro desde EEUU están uniendo a todos los sectores cubanos opuestos a EEUU en torno a Fidel. Las emisiones realizadas desde EEUU dejan sin argumentos a cualquiera que intente negar la intervención norteamericana en la lucha contra Castro.

El informe surge probablemente por la preocupación creada por los ataques con bombas incendiarias contra campos cubanos de caña de azúcar. Los vuelos habían partido de EEUU y estaban tripulados por anticastristas. La CIA y la Agencia Federal de Aviación intervienen para poner fin a estas iniciativas particulares de los exiliados.

Ocultar la intervención

Los distintos organismos implicados van elaborando el plan que Eisenhower ha ordenado. Todos insisten en la necesidad de que la intervención norteamericana no tenga repercusiones negativas para EEUU en América Latina, en especial entre los miembros latinoamericanos de la OEA. Es imprescindible ocultar esa intervención y estar en condiciones de desmentirla en los foros internacionales en los que se pueda discutir la situación de Cuba.

El jefe de la División del Hemisferio Occidental de la CIA informa al director, Allen Dulles, de que los Gobiernos de Guatemala y Nicaragua han ofrecido sus países como bases de las emisiones de propaganda de la oposición cubana y de entrenamiento de sus militantes.

También le cuenta uno de los primeros proyectos dirigidos personalmente contra Castro de carácter ciertamente extravagante: “Tenemos a nuestra disposición una droga que si la colocamos en la comida de Castro, hará que éste se comporte de forma tan irracional que una aparición pública tendría efectos muy perjudiciales para él”.

En una reunión de altos cargos del Gobierno, el 14 de marzo de 1960, previa a la decisión definitiva de Eisenhower, se discute qué ocurriría en Cuba en caso de una desaparición simultánea de Fidel, Raúl Castro y el Che. Aún no se trata de un eufemismo, al querer decir asesinato, sino de su salida del poder. La conclusión es que la única fuerza organizada que podría tomar el poder sería el partido comunista.

El director de la CIA apunta que eso no sería un inconveniente, porque facilitaría una acción multilateral de la OEA.

Eisenhower da luz verde

El 17 de marzo de 1960, la CIA presenta su plan a Eisenhower en una reunión en la que están también presentes el vicepresidente Nixon, y los secretarios de Estado y del Tesoro. Eisenhower destaca que el plan es la única opción posible y que el secreto es una exigencia fundamental: sólo debe haber dos o tres funcionarios norteamericanos en contacto directo con los grupos cubanos.

El secretario del Tesoro muestra su preocupación por las inversiones norteamericanas en la isla, pero Eisenhower no le presta mucha atención. Nixon sugiere que se den pasos para reducir esas inversiones hasta eliminarlas y reducir el turismo norteamericano en Cuba.

Eisenhower aprueba el programa de operaciones encubiertas propuesto por la CIA que tiene estos objetivos: la formación de un frente político anticomunista fuera de Cuba para atraer a todos los descontentos con Castro, una ofensiva propagandística contra el Gobierno cubano, desarrollo de una red de inteligencia dentro de la isla y preparación de una fuerza paramilitar fuera de la isla con el necesario apoyo logístico para que pueda poner en marcha operaciones dentro de Cuba.

El autor de esta historia oficial de la intervención de la CIA en Cuba precisa que en el programa aprobado por Eisenhower no hay rastro de un posible plan para la invasión de Cuba. El objetivo es entrenar una fuerza paramilitar que realice operaciones de guerrilla dentro de Cuba, “tanto antes como después del establecimiento de uno o más centros de resistencia”. Deberían ser cubanos los que lideraran y entrenaran a esta fuerza, y esos cubanos serían previamente entrenados por norteamericanos.

Eisenhower ordena que no se guarde ninguna copia del acta de las reuniones que los altos cargos del Gobierno tengan sobre Cuba, incluida la del 17 de marzo, excepto en los archivos del director de la CIA. El presupuesto aprobado para 1960 y 1961 es de 4.400.000 dólares.

El Pentágono aumenta su participación

El paso de los meses deja obsoletos los primeros planes de la CIA de desestabilizar a Castro con una pequeña fuerza paramilitar infiltrada en la isla. La Administración de Eisenhower autoriza el incremento de fondos para entrenar a una fuerza mayor, pero la CIA comienza a creer que no tendrán éxito sin una intervención directa de unidades militares norteamericanas.

En la primera reunión de la Sección 4 tras la decisión de Eisenhower, el jefe del equipo, Jake Esterline, anuncia que el 1 de mayo es la fecha elegida para iniciar el entrenamiento de los anticastristas en Panamá. La formación de un Gobierno en el exilio es un elemento clave de la estrategia y Esterline comenta que espera que esté listo en abril y que su sede estará en Costa Rica o Puerto Rico.

El jefe de la División de Operaciones Secretas advierte a la Sección 4 que es imprescindible que las operaciones paramilitares no se inicien hasta que las emisiones de propaganda hayan dado sus frutos. De lo contrario, Castro podría utilizar las acciones violentas en su propio beneficio.

“Cuando llegue el momento de la actividad paramilitar, debemos ocultar cualquier invasión”, dice el alto cargo de la CIA. “Para impedir o minimizar la contrapropaganda de Castro, las operaciones paramilitares deben parecer una rebelión interna protagonizada por elementos situados dentro de Cuba. Desde luego, esto obligará a infiltrar hombres y armas antes de que comiencen las hostilidades”.

La Sección 4 se pone en contacto con el Pentágono para comunicarle sus necesidades. Los militares aceptan enviar vuelos espía para que fotografíen la costa de Cuba, y las Fuerzas Especiales se comprometen a entregar las lanchas que necesitarán los anticastristas para llegar a la isla y a entrenarles en su uso.

Las reticencias de un alto cargo del Departamento de Estado a toda la operación (al creer que la oposición no está en condiciones de hacer frente a Castro) llevan a Esterline a pedir que se realice el lanzamiento de ayuda desde el aire a un grupo de anticastristas que ya están en Cuba. Este primer intento resulta un fracaso. La ayuda cae en manos de las fuerzas de Castro y el avión se ve obligado a realizar un aterrizaje de emergencia en México, donde queda inmovilizado.

La CIA acepta la exigencia del Pentágono de que la base de Guantánamo no sea utilizada en ningún momento, hasta el extremo de que se advierte que si algún anticastrista intenta refugiarse allí, será entregado a las autoridades cubanas.

De la infiltración a la invasión

Los planes iniciales para las operaciones paramilitares dentro de Cuba se basaban en unidades muy pequeñas: sólo dos o tres personas serían introducidas dentro de la isla, donde entablarían contacto con supuestos grupos disidentes.

A finales del verano de 1960 se produce un cambio completo de estrategia: las unidades van a ser mucho mayores. Los primeros indicios se hacen evidentes en agosto cuando la Sección 4 comienza a hacer peticiones de transporte marítimo para grupos mucho mayores. La carga que tenían que llevar consigo incluía cinco tanques, cinco camiones de 2.500 kilos cada uno y dos camiones cisterna para el combustible.

En noviembre de 1960, los responsables de la operación cubana en la CIA son conscientes de que el proyecto ha adquirido tales exigencias que quizá sea necesario replantear su estructura para convertirlo en una operación conjunta de la CIA y el Pentágono. Al mismo tiempo, están preocupados por la actitud de los responsables políticos de la Administración, que no prevén otro desenlace posible que el éxito. Los miembros del servicio de inteligencia están dispuestos a asumir riesgos, y uno de ellos es la posibilidad de que no todo termine bien.

Progresivamente, la CIA llega a la conclusión de que es necesaria una ofensiva de grandes dimensiones. Presenta un proyecto para enviar una fuerza anfibia de 3.000 hombres, y hay un intenso debate entre los distintos organismos de la Administración.

El Pentágono apoya la idea de la CIA. El Departamento de Estado sugiere que el tiempo de las operaciones encubiertas ya ha pasado. El consejero de seguridad nacional, Gordon Gray, llega a plantear la idea de fingir un ataque a la base de Guantánamo para justificar una invasión norteamericana. Estado pregunta si hay planes para asesinar a Fidel, Raúl Castro o el Che. El director adjunto de la CIA responde que ese tipo de operaciones son muy complicadas y que la CIA no tiene los medios para llevarlas a cabo.

La CIA informa después a los asesores que entrenan en Guatemala a los anticastristas que no habrá operaciones de pequeño calado. Ahora se trata de preparar una fuerza anfibia de al menos unos 1.500 hombres. El nuevo programa de entrenamiento comenzará ese mismo mes y tendrá que estar concluido a finales de enero de 1961.

Mientras se producen todas estas discusiones sobre el aumento de la fuerza invasora, los responsables de la CIA tienen que reunirse con el presidente recientemente elegido, John F. Kennedy, para ponerle al día. El 18 de noviembre, le presentan un plan que supone la infiltración de 600 hombres en Cuba que se internarían en la isla, y con la ayuda posiblemente de otros 600 hombres situados en otro punto, contactarían con fuerzas internas de disidentes. Serían abastecidos por vía aérea por aviones que despegarían de Nicaragua. Le dan a entender que EEUU y sus aliados de América Latina podrían reconocer a esta fuerza y a sus líderes como el Gobierno provisional de Cuba.

La apuesta por la invasión con apoyo norteamericano

Es muy revelador que en una reunión preparatoria de ese primer contacto con Kennedy, los responsables de la Sección 4 admiten en una nota que los objetivos diseñados en esta operación no pueden conseguirse sin una intervención mayor del Ejército de EEUU.

“Nuestro concepto original no es ya factible a causa de los controles impuestos por Castro”, dice el departamento cubano de la CIA. “No se producirá el levantamiento interior que antes se consideraba posible, ni las defensas permitirán un ataque como el previsto inicialmente. Nuestro segundo concepto (una fuerza de 1.500 a 3.000 hombres que controle una playa que pueda servir de pista de aterrizaje) tampoco es ya factible, a menos que se trate de una operación conjunta de la CIA y el Departamento de Defensa. Nuestra experiencia en Guatemala demuestra que no tenemos los hombres suficientes para la base y la ayuda aérea ni estamos a tiempo de conseguirlos”.

El autor de esta historia oficial de Bahía de Cochinos para la CIA se pregunta cómo es posible que los arquitectos de la operación cubana de la CIA creyeran que una fuerza de 3.000 hombres era insuficiente en noviembre de 1960, a menos que hubiera una intervención directa del Ejército de EEUU, y en cambio 1.200 hombres fueran suficientes para poner en marcha Bahía de Cochinos en marzo de 1961, con el único patrocinio de la CIA.

El jefe de la Sección 4, Jake Esterline viaja a Guatemala para comprobar el estado del entrenamiento de los anticastristas. En su informe sobre la visita, afirma que no es realista pretender que la CIA pueda buscar otro país donde poner a punto a la fuerza de entre 1.500 y 3.000 hombres de la que se había hablado. De momento, sólo estima posible entrenar en Guatemala a unos 600 hombres, y quizá otros 600, si pueden encontrar nuevas instalaciones en el interior del país.

Como el Departamento de Estado está nervioso con el uso de territorio guatemalteco para estos fines, por la repercusión que tendría la noticia si se supiera en la OEA, Esterline deja claro que sin la asistencia de Guatemala, el proyecto se vería en serios problemas.

La CIA exige una invasión

La confusión en la que está inmerso el proyecto a finales de noviembre obliga al coronel King, jefe de la División del Hemisferio Occidental de la CIA, a trasladar un informe a sus superiores: quiere que los responsables de la Administración (que está en funciones hasta la toma de posesión de Kennedy) confirmen los términos acordados de la operación de desembarco de 600 anticastristas, lo que incluye su abastecimiento desde el aire por aviones norteamericanos.

King concluye diciendo que si la operación paramilitar sigue en pie, será necesario el uso de una base en Florida desde la que saldrán los aviones que abastecerán a los insurgentes, y la participación de un pequeño número de personal civil norteamericano en operaciones aéreas y marítimas, aunque no dentro de Cuba. Además, reclama ataques aéreos contra la aviación cubana y otros objetivos militares.

La operación de infiltración de una pequeña fuerza paramilitar ya es historia. La CIA ha apostado por una ofensiva militar de grandes dimensiones que exige el apoyo de la Fuerza Aérea de EEUU para abastecer continuamente a los rebeldes y no sólo en su llegada a la isla. Además, la idea de bombardeos por aviones norteamericanos indica que es muy probable que los anticastristas no puedan hacer frente a la respuesta del Ejército cubano.

La CIA está advirtiendo a los responsables de la Administración que sólo una ofensiva a gran escala puede poner en apuros a Castro y que ésta sólo tendrá éxito con una intervención directa de la Fuerza Aérea de EEUU.

Finalmente, Kennedy autorizó el apoyo norteamericano a una invasión de la isla por fuerzas anticastristas en lo que desde entonces se conoce como el fiasco de Bahía de Cochinos. La CIA y el Pentágono ya debían saber que sus planes de acabar con Castro de esta manera iban a fracasar. La predicción estaba en sus propios informes.

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