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Armas para profesores, la apuesta de Bolsonaro para acabar con la violencia tras el tiroteo en una escuela de São Paulo

Policías aguardan tras el tiroteo en una escuela de Sao Paulo, Brasil.

Víctor David López

La primera idea que ha planteado el bolsonarismo tras la masacre de la escuela Raul Brasil, en Suzano (São Paulo) es la de armar a los profesores y al resto de empleados de los centros educativos. Si hubiese armas en las aulas, según el senador Sérgio Olímpio (Partido Social Liberal, la agrupación del presidente Jair Bolsonaro), se habría “minimizado el efecto de la tragedia” que hoy llora todo el país. Olímpio, un policía militar, sugiere aplicar violencia contra la violencia, una tesis repetida sin cesar el pasado año en un país cuya agresividad está fuera de control desde hace tiempo. Los últimos diez cuerpos encontrados sin  vida se unen a una lista de más de medio millón de asesinatos en lo que va de década.

Más allá de la motivación del tiroteo, aún en investigación en base a los precedentes de los criminales Guilherme Taucci Monteiro (17 años) y Luiz Henrique de Castro (25 años) y sus experiencias de vida –se está evaluando la influencia del acoso escolar–, llama la atención la manera en la que la clase política ligada a la extrema derecha echa más leña al fuego y aviva una espiral de violencia ya prácticamente inabordable en Brasil. El mismo senador Olímpio, antes de enterarse de las edades de los autores del crimen, también aprovechó la oportunidad para exigir otra vieja proclamación: que los adolescentes puedan ser juzgados como adultos porque “los delincuentes no tienen edad”.

El clan de Bolsonaro intervino rápidamente para arropar al presidente. El diputado federal Eduardo Bolsonaro repitió el conocido mensaje de que un arma “hace tanto mal como un coche”, replicando al general Augusto Heleno, ministro se seguridad institucional, que ya había lanzado esta misma comparación cuando, al inicio de la legislatura, el presidente Bolsonaro anunció las primeras medidas gubernamentales.

El senador Flávio Bolsonaro, su hijo mayor, coincide con lo declarado por el senador Olímpio, e indica que esta masacre demuestra precisamente el fracaso del estatuto de desarme que firmó el expresidente Lula da Silva en 2003, y la necesidad que había de implementar una nueva reglamentación relacionada con las armas de fuego. Al fin y al cabo, coinciden todos ellos, los crímenes fueron cometidos con armas ilegales, que no es lo que defiende la nueva legislación. Los Bolsonaro siempre enarbolaron la bandera de la defensa legítima, fomentando el acceso a armas legales.

El general Mourão, vicepresidente del Gobierno, echó la culpa a los videojuegos violentos: “Tengo nietos y veo a mis nietos muchas veces sumergidos en eso”. Cuando él era niño, recuerda, “jugaban a la pelota o soltaban cometas”. Hay quien solicita ya la presencia policial generalizada en todas las escuelas públicas del país, dando más poder todavía a los cuerpos y fuerzas de seguridad.

Algunas voces del Partido de los Trabajadores (PT) y del Partido Socialismo y Libertad (PSOL) relacionaron directamente este tipo de sucesos con la propagación del mensaje a favor de armar a la ciudadanía. No obstante, la izquierda brasileña está de momento demasiado debilitada como para hacer frente a la ola de ultraderecha que se instaló en Brasil el pasado mes de octubre, tanto en los escaños de Brasilia como en las calles.

La dirigente del Partido Social Liberal Joice Hasselmann, una fuerte aliada de Bolsonaro, fue otra de las voces que defendió el decreto de posesión de armas. Criticarlo ahora es “una irresponsabilidad desmesurada”, declaró ante la prensa la dirigente paranaense. “La cuestión no es el arma, es la persona”, porque “el arma por sí sola no hace nada, quien lo hace es quien porta el arma”. Según su opinión y la de la totalidad de la denominada bancada de la bala –el influyente lobby parlamentario a favor de las armas–, “el que quiere cometer una tragedia, una locura o un crimen como este, lo va a cometer con un arma de fuego, arma blanca o combustible. Si mezclamos las cosas, infantilizamos el debate”.

La violencia en Brasil ha alcanzado cifras tan altas que gran parte de la población la naturaliza y la normaliza. La tragedia de Suzano y el debate sobre la posesión de armas ha coincidido en el tiempo con el primer aniversario de los asesinatos de la activista y concejal de Río de Janeiro, Marielle Franco, y su chófer Anderson Gomes. Para muchos, su caso es simplemente el de dos muertos más en un mar de balas. Son precisamente los mismos grupos sociales que opinan que con más pistolas habrá menos disparos.

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