Dilma Rousseff cobra ventaja con su desarrollo consumista
“Brasil va bien porque a mi pedreiro (albañil) le va bien. Tiene televisión por cable, puede consumir y se endeuda con los bancos”. La frase la pronunció una periodista de Folha de São Paulo y defensora del Partido de los Trabajadores (PT) en una fiesta en el barrio de Pinheiros, en São Paulo, mientras se celebraba el Mundial de Fútbol.
La teoría del pedreiro coincide exactamente con la tesis del expresidente Lula da Silva y de la actual presidenta, Dilma Rousseff. La ecuación del PT se aproxima al “democracia igual a consumo”. O al “endeudarse es bueno para la economía”. El escenario de aquella conversación informal, el Bar Brasilis, aporta algunos matizes: multiespacio con música cool, barrio gentrificado (reducto de nuevos ricos), barrio-metáfora de la burbuja inmobiliaria y de la alta inflación de Brasil (6,51% en el último año).
A unas manzanas del bar Brasilis, una fiesta en un sótano de la calle Fradique Coutinho recaudaba fondos para los presos políticos de la Copa, activistas detenidos ilegalmente. Sobre un rock tropicalista, cientos de jóvenes denunciaban la “represión dictatorial” de Brasil, la ausencia de derechos civiles y la “entrega de su economía al neoliberalismo”. Nadie en aquel sótano asociaba el lulismo a política progresista. Para un joven rebelde de 20 años, el PT forma parte del establisment conservador: Lula llegó al poder cuando tenía ocho años.
¿Por qué las teorías del albañil endeudado y la del “Brasil Dictadura Neoliberal” no son tan conocidas como la versión oficial del lulismo, que presume de haber sacado de la pobreza a 40 millones de personas? ¿Por qué Dilma Rousseff lidera las encuestas, a pesar de las duras críticas que llueven sobre su gestión? ¿Por qué ni la contradictoria ecologista Marina Silva ni el conservador Aécio Neves despuntan en las encuestas? ¿Por qué los mercados desconfían de una reelección de Dilma?
Cuando Dilma Rousseff llegó al poder, Brasil era el país de moda, el ojito de de los inversores internacionales. La gestión de Lula colocó a Brasil en la geopolítica global, relanzó a los entonces flamantes BRIC (Brasil, Rusia, India, China), atrajo los grandes eventos (Mundial de Fútbol, JJOO) y esquivó la crisis global con un crecimiento basado en el consumo interno. Dilma Roussef, en una autocomplaciente entrevista de noviembre de 2012, se atrevía a dar lecciones a Europa y a afirmar “estoy en la época de las flores”.
Cuatro años después, el modelo fraguado por el lulismo intenta sobrevivir, reflejado en un espejo empañado y al borde de la recesión. Y tocado por las jornadas de junio de 2013, en las que millones de personas tomaron las calles. El relato oficial de crecimiento cuantitativo y el imaginario de Brasil potencia quedaron en entredicho. “Por una vida sin torniquetes”, “hospitales patrón FIFA” o “no nos representan” fueron algunos de los gritos de las calles.
Y quizá por eso la campaña de Dima Rousseff, tras doce años de gestión petista, está apelando al miedo. Miedo al cambio. Miedo a la derecha. Miedo a la ecología. “El PT se ha transformado en máquina y miedo”, critica el sociólogo Giueseppe Cocco. Miedo, principalmente, contra Marina Silva, la candidata que tiene más posibilidades de interrumpir el lulismo.
Marina Silva, histórica ecologista, dimitió como ministra de Medio Ambiente de Lula por la insostenibilidad ambiental del Gobierno. Intentó funcar un nuevo partido, llamado Rede. Y el elitista ecosistema de cartórios (notarios) lo impidió, a pesar de que presentó muchas más firmas de las necesarias.
Silva, tachada de oportunista, entró como vicecandidata del Partido Socialista Brasileño (PSB). Y ocurrió lo impensable: el candidato Eduardo Campos murió en un accidente de avión. Y Silva, con carambola mesiánica, regresó como candidata con “una carga emocional enorme”, según el estudioso Fábio Malini. La marinamanía colocó a la ambientalista como presidenta de Brasil en la segunda vuelta de todas las encuestas. Pero el rodillo del miedo, el robusto aparato electoral petista y las contradicciones de Marina Silva han dado un nuevo respiro a Dilma Rousseff.
En las últimas encuestas Rousseff encabeza las intenciones, según el IBOPE, de voto con un 40%, frente al 24% de Silva y el 19% del Aécio Neves. El secreto de la posible victoria de Dilma se encuentra en su liderazgo (54%) en el nordeste (donde el programa Bolsa Familia de Lula hizo disminuir más la desigualdad) y en el tupido aparato de redes, blogs y medios denominados “gobernistas” (muchos reciben dinero de la campaña electoral).
Gráfico de los quince mayores financiadores de la campaña electoral de la Agência Pública Agência Pública
“Nunca ganaron tanto los ricos”
¿Qué ha dejado el Lulismo tras doce años de Gobierno? Paradójicamente, su gran logro (caída de la desigualdad) está siendo cuestionado por la izquierda. En su texto Nova classe média ou nova composição de classe?, el sociólogo Giuseppe Cocco justifica que no existe antropológicamente “nueva clase media en Brasil”. Cocco habla de una nueva clase working poor, endeudada y sin derechos civiles.
El antropólogo Eduardo Viveiros de Castro es mucho más duro contra el lulismo. “¿Cuál fue la gran carta que el Gobierno Dilma dio al pobre? La tarjeta de crédito”. Las críticas de Viveiros, una de las voces más respetadas de Brasil, van directas a la espina dorsal del modelo Lula, en el “que nunca ganaron tanto los ricos”. El Gobierno Dilma representa, según Viveiros, el “crecimentismo”, el centralismo, la nula sensibilidad ambiental.
Rousseff, como ministra de la Casa Civil llegó a afirmar, traicionada por el subsconciente en un célebre patinazo, que “el medio ambiente es una amenaza al desarrollo sostenible”. El milagro Lula propició hechos como que su aliado Partido Comunista de Brasil (PCdoB), a cargo del Ministerio de Deportes y de los grandes eventos, aceptase por primera vez financiación de la mismísima Coca-Cola. O que la campaña electoral de 2014 sea la más multimillonaria de la historia: 22.540 millones de euros, una cifra equivalente a seis años del programa Bolsa Familia. “Ellos vencieron otra vez”, ironiza Guilherme Boulos en un articulo que denuncia la financiación privada de los partidos.
A Marina Silva se la acusa de estar financiada por el Banco Itaú. Pero el estudio realizado por la Agência Pública sobre la financiación de la campaña revela el contubernio del Partido de los Trabajadores con el capitalismo. El Banco Bradesco, el grupo Oderbrecht o la constructora Andrade Gutiérrez financian la campaña de Dilma. Y marcas como Free Boi (ganadería intensiva responsable de la deforestación de la Amazonia) son nuevos pilares del modelo petista.
De hecho, la narrativa del PT creada por Lula esconde que su Gobierno se alía con la derecha desde el primer día. El Partido de Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), que aporta siempre el vicepresidente al Gobierno del PT, impone el ritmo. Y la Dilma del real politik tropicaloide desfila por el país con Kátia Abreu, senadora del PMDB y representante del neoliberal agronegocio. Mientras, Rousseff se apoya en “movimientos sociales domesticados”, según Giuseppe Cocco, sin escuchar a las calles. “Dilma es soviet sin soviet, es solo electricidad... O sea, capitalismo”, bromea Viveiros de Castro criticando las jerarquías y verticalismo del PT.
El legado positivo
Sin embargo, el legado positivo del lulismo puede encontrarse en muchos detalles, lejos del marketing y datos de la reducción de la desigualdad: fuerte inversión en universidades públicas, inclusión de “indígenas” y “negros” en la universidad pública y privada, royalties del petróleo para la educación, apoyo al software libre, a la cultura digital, aprobación del Marco Civil (neutralidad de la red), política internacional soberana e independiente de Europa y Estados Unidos... “Durante el Gobierno de Dilma llegó la ley de las trabajadores domésticas (reconocimiento de derechos laborales), importantísimo para uno de los países más esclavistas del mundo”, afirma Daniel Quaranta, profesor universitario en Minas Gerais.
¿Cómo afectarán las revueltas de junio y la crisis de la representación en las elecciones? La polarización y el miedo parecen haber desvanecido la llegada de la nueva política. El influyente bloguero Leonardo Sakamoto ironiza sobre la lógica binaria y el “conmigo o contra mí” del Gobernismo. Aunque parece claro es que el voto blanco y nulo, incentivado por colectivos como Território Livre, Jornal Nova Democracia o Frente pelo Voto Nulo, cotiza al alza y puede alcanzar hasta un 9%. Y la abstención, en un país donde es obligatorio votar, puede ser histórica.
Mientras la política partidaria consume sus últimos cartuchos, la nueva política pasa desapercibida en los grandes medios. Los vecinos de la ciudad sede Itu (São Paulo) han tomado las calles contra el racioniamiento del agua (São Paulo sufre la mayor sequía de los últimos años). Acusan a los políticos de privilegiar los regadíos del agronegocio. Tras el domingo, tal vez no cambie casi nada en la macropolitica brasileña. Aunque tal vez algo puede estar germinando en la micropolitica y en las subjetividades. Un cartel de las manifestaciones de Itu sirve de metáfora electoral. “Sin agua, sin voto”.