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ANÁLISIS

EEUU, España y Marruecos: un difícil triángulo geopolítico en la frontera de Ceuta

La frontera de Ceuta con Marruecos.

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Como pasa casi siempre en un triángulo amoroso, hay dos vértices que sufren y hacen méritos, y un tercero que solo tiene que decidir a quién se arrima en cada momento. Estados Unidos tiene la buena costumbre de asegurarse esa dulce posición en casi todos sus triángulos, mientras que a España y a Marruecos les toca maniobrar. Así ha sido, crisis tras crisis, casi desde que Estados Unidos se incorporó al mundo. Y así está siendo también en la crisis de Ceuta

Marruecos presume de ser el primer país que reconoció oficialmente la independencia estadounidense en 1777, pero puede que esa independencia no hubiera llegado sin el apoyo de la corona española. Washington y Rabat también están unidas desde 1786 por un tratado de amistad, el más antiguo y duradero para Estados Unidos, pero los propios documentos estadounidenses de la época se lo agradecen a la mediación española.

Estados Unidos ha intentado en las últimas décadas mantener esa tradición de equilibrio: primero para hacer frente a la influencia soviética, después para evitar cambios radicales en sus dos aliados y, más recientemente, para asegurarse el apoyo de uno u otro en diferentes asuntos. Esto ha llevado a Washington a favorecer en ocasiones a España o a Marruecos, pero sobre todo a evitar que sus dos socios en el Estrecho acabaran a golpes.

Amigos anticomunistas y un Sáhara olvidado

Cuando Francia e Inglaterra decidieron establecer un protectorado español en el norte de Marruecos a principios del siglo XX, Estados Unidos tuvo poco que decir, casi tan poco como la propia España. Sin embargo, cuando cuatro décadas después terminó la Segunda Guerra Mundial, ya nada se hacía en el mundo sin el beneplácito de Washington o de Moscú. Durante la contienda, el presidente Franklin D. Roosevelt se había comprometido ante el sultán de Marruecos con la independencia efectiva de ese país y así se hizo. España abandonó Marruecos sin mucho ruido en 1953.

Quedaba, sin embargo, el espinoso asunto del Sáhara Occidental, una provincia española reclamada por Marruecos y declarada por la ONU “territorio pendiente de descolonización”. En noviembre de 1975, con Franco moribundo en el hospital, el rey marroquí Hassán II lanzó a miles de sus súbditos desarmados a “recuperar” el territorio mediante “La Marcha Verde”. Estados Unidos se vio entonces en una difícil tesitura: cómo salvar la cara a dos aliados anticomunistas en plena Guerra Fría.

A Washington le costaba entender que sus amigos estuvieran al borde del conflicto por un asunto que consideraba absurdo. “Hubo una época de mi vida en la que no sabía dónde estaba el Sáhara español y era igual de feliz que ahora”, le dijo el secretario de Estado Henry Kissinger al ministro de Exteriores franquista. Sin embargo, EEUU era bien consciente de los riesgos de una guerra: por un lado pondría en peligro la transición “tranquila” hacia la democracia que tenía planeada para España. Por otro, un fiel amigo como Hassán II corría un riesgo muy real de ser derrocado si no recuperaba el Sáhara para Marruecos.

El entonces jefe de la diplomacia estadounidense dijo que le daba igual la suerte de “40.000 personas que probablemente ni saben que viven en el Sáhara español” y, desde luego, no hizo mucho para que se escucharan sus voces. Cuando Marruecos consumó su ocupación, tras la retirada cómplice de España, EEUU torpedeó en la ONU cualquier castigo efectivo y luego financió la guerra de Hassán II contra el Frente Polisario durante años. Su relación a ambos lados del Estrecho siguió siendo excelente. 

Perejil y la “guerra contra el terror”

Con el fin de la Guerra Fría, EEUU tuvo un breve momento de mayor exigencia hacia Marruecos, a quien logró presionar hasta que aceptó un plan patrocinado por Washington y la ONU que debía culminar en un referéndum de autodeterminación en el Sáhara. Sin embargo, en 1991, el régimen del entonces rey Hassán II tuvo la inteligencia de dar otro enfoque a su relación con Washington. En contra de su opinión pública, apoyó la primera invasión estadounidense de Irak y además envió a 1.700 soldados marroquíes a luchar allí.

Ese realineamiento permitió a Rabat reparar relaciones con EEUU y de paso seguir torpedeando un referéndum que aún hoy no se ha celebrado. También empezó a cultivar una imagen internacional de “gran aliado musulmán moderado” de EEUU. Una reputación que pudo consolidar tras los atentados del 11S, cuando ese perfil resultaba aún más valioso para el Gobierno de George W. Bush. Sin embargo, puede que ese acercamiento a Washington llevara a Marruecos a medir mal sus fuerzas cuando en 2002 ocupó Perejil, un islote deshabitado de soberanía española.

España recuperó el peñón en una operación militar y EEUU se limitó a mediar entre sus aliados sin desautorizar a nadie, pero sabiendo que la situación quedaba como deseaba Madrid. Al igual que Kissinger en el Sáhara, el secretario de Estado Colin Powell no entendía la pelea “por una estúpida isla del tamaño de dos campos de fútbol en la que no vive nadie”. Sin embargo, el apoyo estadounidense, sumado al desaire del Gobierno francés que protegió a Marruecos, contribuyó en buena medida a que el Gobierno de Aznar se comprometiera con la invasión de Irak y se sumara con Bush y Blair a la foto de Las Azores. 

¿Toca perder?

El equilibrio del “triángulo amoroso del Estrecho” se ha vuelto a poner a prueba tras la decisión de Marruecos de organizar una entrada masiva de migrantes irregulares en Ceuta. Es difícil ignorar que, nada menos que al día siguiente, el Gobierno de EEUU confirmó que hubo una llamada entre el secretario de Estado Antony Blinken y el ministro marroquí de Exteriores. Oficialmente fue para hablar de “la violencia en Israel, Cisjordania y Gaza”, pero Washington quiso destacar “la importancia de una alianza bilateral fuerte y el papel clave de Marruecos en fomentar la estabilidad en la región”.

El papel de Marruecos ha vuelto a revalorizarse a ojos de Washington tras su decisión de establecer relaciones diplomáticas con Israel. Un gesto muy simbólico en un país con un 99% de población musulmana suní, aunque se produjera a cambio de que el entonces presidente Trump aceptara públicamente la soberanía de Rabat sobre el Sáhara Occidental. Ese reconocimiento es una evidente violación de las resoluciones de Naciones Unidas, pero el gobierno de Biden ya ha informado a Marruecos de que no rectificará a su antecesor. En lugar de eso, quiere aprovecharse de esa nueva estatura internacional marroquí. 

Obviamente, un panorama de luna de miel entre Marruecos y Estados Unidos no es una buena noticia para España en este momento. Sin embargo, hay más aspectos que se deben considerar en el caso de que empeore la crisis con nuestro vecino.

La economía española es diez veces mayor que la marroquí y nuestras relaciones comerciales con Estados Unidos alcanzan un importe que casi multiplica por nueve a las transferencias entre EEUU y Marruecos. También, a diferencia del de Mohamed VI, somos un país miembro de la OTAN y con bases estadounidenses alojadas en nuestro territorio. Todo ello no quita para que Marruecos sea también un socio preferente para Washington, pero ayuda a hacerse una idea.

En el particular y duradero triángulo que une a EEUU, Marruecos y España, nuestra relación con Washington ha conocido tiempos más boyantes. Que se sepa, el secretario de Estado no ha vuelto a coger el teléfono para llamar a Madrid, aunque su portavoz ha dicho apoya que España y Marruecos busquen juntos una solución. Con todo, Joe Biden no parece un líder muy dado a dinamitar la alianza con un socio europeo tradicional en busca de no se sabe qué. 

Dicho de otra manera: la vida dentro de un triángulo amoroso es muchas veces dolorosa y frustrante, pero hay otra situación que es claramente peor. La del que ve marcharse de la mano a los otros dos.

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