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El ejemplo de Guterres y el caso portugués

João Alexandre

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En los últimos años, Portugal parece estar destinado a los grandes escenarios. De la ciencia al deporte, pasando por la cultura y la política, el país del extremo más occidental del continente, y que se había habituado a permanecer a la cola de Europa, ha pasado a estar en boca de todo el mundo y a que hablen de él por los mejores motivos. Durante años, nombres como Cristiano Ronaldo o José Mourinho fueron los encargados de portar la bandera portuguesa más allá de sus fronteras pero, hoy en día, puede considerarse extraordinario cómo algunas personalidades portuguesas han conquistado determinados lugares en el panorama mundial. Posiciones destacadas de poder e influencia que, en otros tiempos, serían difíciles de alcanzar.

Hoy ya no son solo las estrellas del deporte las que llevan el nombre de Portugal por el mundo. En la resaca de las últimas elecciones europeas pudimos ver cómo el primer ministro portugués, António Costa (uno de los líderes socialistas que han ganado las últimas elecciones y ha mantenido con vida al Partido Socialista Europeo), ha viajado por algunas de las principales capitales del continente en un intento de coordinar la creación de una “plataforma progresista y democrática” que conduzca a una mayoría en el Consejo Europeo y en el Parlamento Europeo. 

También en Europa, Mário Centeno, actual ministro de Hacienda de Portugal, un país del sur y, en los últimos años, objeto de un rescate financiero, es, desde principios del año pasado, presidente del Eurogrupo. Vítor Constâncio, otra figura ligada al universo socialista, es actualmente vicepresidente del Banco Central Europeo, mientras que Durão Barroso, el socialdemócrata que llegó a ser jefe del Ejecutivo de Portugal, lideró desde 2005 y a lo largo de una década la Comisión Europea. Jorge Sampaio, ex presidente de la República, llegó a ser Alto Representante de Naciones Unidas para la Alianza de las Civilizaciones.

Estos días, y relacionados con temas de mayor importancia a nivel global (como los conflictos armados, los refugiados y las migraciones), hay otros dos portugueses que destacan. Y ambos fueron, además, socios de gobierno. Uno de ellos es António Vitorino, ex comisario europeo y, desde el año pasado, director general de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en la segunda ocasión en casi medio siglo en la que el organismo de Naciones Unidas no está dirigido por un responsable estadounidense. El otro es António Guterres, ex primer ministro y actual secretario general de Naciones Unidas (ONU), un cargo de alta responsabilidad y al que el portugués ha conseguido llegar después de los elogios obtenidos como Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).

Entre 2005 y 2015 fue una figura destacada en la alerta mundial sobre el drama de los millones de migrantes y refugiados (muchos de ellos, obligados a cruzar el mar Mediterráneo hacia suelo europeo en condiciones infrahumanas) o sobre los conflictos en Irak, Siria y en otros territorios del continente africano. Es el cargo más alto alcanzado por un portugués en un momento histórico tan importante. Pero, ¿qué hace que el caso de António Guterres sea tan particular? ¿Por qué razón ha llegado tan lejos? ¿Puede ser que el cargo haya servido de ejemplo? A fin de cuentas, y como señaló un día el comisario portugués Carlos Moedas, esta es también una victoria de la diplomacia portuguesa, de una “máquina diplomática preparada”.

Guterres, una vida de “querer salvar el mundo”

Fue en diciembre de 2016, en la sede de Naciones Unidas, en Nueva York, tras la ceremonia de juramento de António Guterres, cuando el presidente de la República portugués, Marcelo Rebelo de Sousa, cercano a Guterres desde la adolescencia, se refirió al nuevo “hombre fuerte” de la ONU como alguien que había alcanzado algo que “ningún otro portugués había conseguido”, un “éxito mundial”, por parte de un personaje que ha ido por la vida “siempre pensando en salvar al mundo”. No ha sido siempre así para el político formado en ingeniería electrotécnica y que vivió los primeros años de su vida en la pequeña aldea de Donas, en el interior de Portugal.

Sin embargo, el recorrido de António Guterres demuestra que su espíritu aventurero consiguió moldear un camino jalonado de éxitos, pero también de algunos fracasos. Socialista y, sin embargo, profundamente católico (llegó incluso a militar en la Juventud Universitaria Católica), el actual secretario general de la ONU nunca ha visto en esas facetas ninguna contradicción. “En ninguna circunstancia, a la derecha o a la izquierda, tiene sentido instrumentalizar a la Iglesia o a las convicciones religiosas”, decía en una entrevista en 2002, poco después de que un mal resultado electoral le hiciese abandonar el cargo de primer ministro.

Del socialismo y del catolicismo, a partes iguales, ha bebido la vertiente humanista y solidaria, ya que consideraba que el camino hacia el futuro se haría por la vía de un socialismo moderno, uniendo “valores tradicionales de la socialdemocracia, la solidaridad, la justicia social” con una “fuerte conciencia de la importancia de la iniciativa y de la actividad individual”. Pero si observamos el recorrido de António Guterres, sobre todo en la última década y media, hay otros aspectos que se muestran indispensables para poder conocer quién es este portugués e, incluso, quizás, para comprender qué es lo que llevará a otros ciudadanos lusos a algunos puestos destacados: capacidad de diálogo y de establecer consensos.

Eso mismo fue lo que subrayó el presidente portugués, a finales de mayo, cuando Guterres fue galardonado con el Premio Carlomagno, que distingue a personalidades que hayan contribuido y trabajado en pro del proyecto europeo. “Por la manera inigualable para crear y fomentar el diálogo, construir puentes, fomentar la paz y aproximar a las personas”, destacó Rebelo de Sousa, en una clara alusión a la forma en que el número uno de la ONU ha conseguido mostrar una “brillante capacidad de previsión y cálculo de los desafíos y soluciones a nivel global”. Su exposición mediática y su atracción por la resolución de problemas en el extranjero ganaron en importancia a comienzos de los años 90, con la intervención política en el marco de la ocupación de Timor Oriental por parte del régimen indonesio, cuando levantó la voz ante la comunidad internacional incluso cuando algunas de las mayores potencias europeas temían que lo hiciese, en plena Cumbre Europa-Asia.

Ese ha sido, además, uno de los mayores impulsos dados a la mayor visibilidad de Portugal a los ojos del mundo, haciendo de la denuncia de los Derechos Humanos en Timor Oriental una bandera nacional e internacional. Ahora, en 2019, son varios los portugueses en cargos destacados, lo que muestra la capacidad de algunos políticos. Incluso en un contexto en el que los escándalos y las polémicas continúan levantando barreras y haciendo que millones de ciudadanos se vuelvan cada vez más escépticos sobre los méritos de quienes dirigen nuestros destinos.

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