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Geoingeniería solar: solución al cambio climático o fuente de más conflictos

La geoingeniería solar puede mitigar los efectos del cambio climático.

Francisco de Zárate

Que los efectos del cambio climático provocarán tensiones entre los países ya nadie lo duda. La sequía y la falta de alimentos han sido causas de guerra desde el principio de los tiempos. Pero tratar de evitar esos efectos también podría ser una fuente de conflictos. Lo único que hace falta es que unas naciones decidan por su cuenta dedicarse a bloquear rayos del sol usando técnicas de geoingeniería. El climatólogo Alan Robock, uno de los autores del informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), dice en declaraciones a eldiario.es que el riesgo de conflicto será especialmente alto si unos países lo hacen sin el consentimiento de otros “que se perciban como perdedores de la geoingeniería solar”.

Basada principalmente en dos mecanismos (dificultar la llegada de los rayos esparciendo partículas en la estratosfera o facilitar que los infrarrojos salgan de la atmósfera una vez que rebotan en la tierra), el problema con la geoingeniería solar es que nadie sabe bien qué va a provocar. “Los cambios que genere serán diferentes en cada lugar”, explica Robock. “Las lluvias podrían disminuir en las regiones que tienen temporada de monzón, como la India, China, o el Sahel”. Otros países como Rusia, dice, podrían preferir las temperaturas un poco más altas “para gastar menos en calefacción y disponer de los recursos del Ártico”.

Según Robock, esas diferencias pueden ser muy nefastas incluso si no desatan una guerra. “Si el mundo comienza con la geoingeniería y hay alteraciones en el clima, como sequías en India o inundaciones en China, unos países podrían exigir que se termine con el experimento”. El dióxido de carbono (CO) habría seguido emitiéndose durante el período de geoingeniería, explica, por lo que su retirada abrupta podría desencadenar un calentamiento “mucho más rápido y peligroso que si no hubiéramos hecho nada”.

El profesor de Ética Pública y miembro del consejo de Cambio Climático del Gobierno australiano, Clive Hamilton, escribió sobre el tema en un ensayo de 2014: “Los científicos del clima están tan radicalmente divididos por el tema de la geoingeniería como en su día estuvieron los científicos del Proyecto Manhattan por las armas nucleares”. Hamilton se dio cuenta de que muchos de los científicos que hoy investigan la geoingeniería solar antes trabajaron en laboratorios de armas nucleares en Estados Unidos. Todo parte de la misma creencia, escribió, la de “que el hombre tiene derecho a un dominio total sobre la naturaleza”.

Sin contar con la emisión de dióxido de carbono a la atmósfera (que puede considerarse como una especie de geoingeniería involuntaria), ya ha habido varias intervenciones humanas para modificar el clima. La más conocida es la experiencia china de contrarrestar la falta de nieve de la meseta tibetana fabricando un humo que se mezcla con las nubes y provoca precipitaciones.

El efecto del experimento chino fue eminentemente local pero varios indicios apuntan a que la geoingeniería solar a gran escala es una posibilidad cada vez más cercana. Los científicos que asesoran al gobierno de EEUU ya pidieron que fondos federales para investigar la tecnología y la Universidad de Harvard abandera el primer programa de investigación para esparcir desde un globo partículas que reflejen los rayos del sol.

Para el experto en geoingeniería solar de la Universidad de Waterloo en Canadá, Juan Moreno-Cruz, antes que preocuparse por la detención abrupta, el riesgo a evitar es seguir con la tecnología para siempre. “La única razón por la que ahora estamos queriendo limitar las emisiones de dióxido de carbono es porque nos está costando algo en términos de inundaciones, sequías o aumentos en el nivel del mar; pero si hacemos geoingeniería y desaparecen todos esos costes, ¿para qué íbamos a dejar de emitir CO?”

En su opinión, la única forma de deshacernos de los combustibles fósiles y hacer geoingeniería a la vez es vinculando a los dos en la regulación internacional. “Si usted quiere tener un voto en la coalición de países que decide el uso de geoingeniería, usted primero tiene que demostrar que ha hecho mitigación”, explica. Tanto para prohibirla como para regularla, el acuerdo internacional parece inevitable. Según Moreno-Cruz, “hay un vacío en términos de regulación en este momento, por lo que sería muy difícil reaccionar hoy si algún país quisiera hacerlo por su cuenta”.

Para Ted Parson, profesor de Derecho Medioambiental en la UCLA y coautor del clásico en la materia The Science and Politics of Global Climate Change, hay que empezar a hablar de geoingeniería cuanto antes, tanto para probar sus posibles beneficios y efectos adversos como para regularla. “El cambio climático está empeorando, la primera solución de reducir emisiones, que es claramente la mejor, no está dando vuelta a las cosas con la rapidez necesaria para evitar riesgos muy graves en las próximas décadas y es poco probable, teniendo en cuenta las limitaciones técnicas y los fracasos actuales de la política, que lleguemos con la reducción al nivel mínimo para alcanzar los objetivos del IPCC. Es imposible predecir, pero la alternativa es llegar a fines de siglo a un calentamiento de tres grados centígrados, tal vez cuatro, por encima de la era preindustrial, y eso sería terrible”.

Si no para desatar una guerra, la geoingeniería también podría ser un acicate para el autoritarismo, con gobiernos poco democráticos interviniendo sobre el planeta sin consultar a sus ciudadanos. Según Parson, la preocupación es válida pero solucionable: “No creo que a los países democráticos les cueste tanto comenzar con programas de geoingeniería mientras lo hagan de forma gradual, la fuerte oposición que tiene hoy la tecnología refleja el pensamiento de una minoría con una fuerte opinión sobre el tema pero la mayoría no sabe nada del tema”.

En su opinión, el camino para llegar a algunos de los objetivos de reducción de emisiones es más preocupante desde el punto de vista del riesgo de autoritarismo. “Cuando leo que para reducir las emisiones un 80% en 15 años lo único que tenemos que hacer es comer menos carne y consumir menos energía... ¿qué país democrático puede pedirle eso a sus ciudadanos? Creo que el autoritarismo es un riesgo serio. Y será mayor cuanto más esperemos y más grave sea el cambio climático”, mantiene Parson.

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