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Y Lula me dijo: “¿Han visto antes un preso tan contento? Les estamos desenmascarando”

Lula da Silva.

Emir Sader

Así que entramos –el expresidente argentino Eduardo Duhalde y yo–  al lugar donde Lula está. Después de abrazos y besos, él inmediatamente preguntó: “¿Han visto antes a un preso tan contento? Es porque todos esos canallas están siendo desenmascarados”. Fue como si lo hubiéramos visto el día anterior y no hace más de un año: la misma fisonomía, la misma sonrisa y las mismas ganas de conversar.

Llegamos a la sede de la Policía Federal (PF) y, después de ser identificados y sujetos a controles, nos llamó el superintendente, lo que suele hacer cuando le interesa conocer quién viene a visitar a Lula. Antes de que pudiera empezar cualquier discurso protocolar, yo tomé la palabra y le dije: “Estamos muy contentos de ver a Lula, pero nos da mucha pena de que esté preso, a pesar de ser inocente, y condenado sin ninguna prueba. Si no fuera por ello, Lula ahora sería presidente de Brasil. Él va a salir y volverá a ser presidente del país”. Se terminó así rápidamente ese encuentro y subimos al tercer piso, donde está Lula retenido.

Antes de llevarnos al encuentro, nos mostraron el área donde él toma sol una vez al día. A la derecha queda un baño y después viene la habitación donde permanece Lula. Tiene un ventana de vidrio al fondo, que proyecta luz, pero que no se abre. A mano derecha está su cama, con una televisión grande al frente y una calefacción al lado. Enseguida, una mesita de café con bizcochos. (Él de inmediato nos ofreció café y empezó a prepararlo).

Al otro lado de la habitación hay una cinta de correr, en la que hace nueve kilómetros todos los días. Contra la última pared está el armario, con un estante lleno de libros. En el centro se encuentra una mesita, alrededor de la cual nos sentamos para conversar una hora y media (en general es una hora, pero nos permitieron hablar treinta minutos más).

Desde un inicio, Duhalde y Lula empezaron a hacer un recuento de todas las vivencias que han tenido juntos. Duhalde sostuvo que Lula es el único amigo que él tiene afuera de Argentina. Recordaron su encuentro en Buenos Aires en 2002, durante el primer viaje de Lula al exterior. Lula se acordó de los candidatos a la presidencia de Argentina en ese entonces; que Duhalde le había dicho que el próximo presidente iba a ser Néstor Kirchner, a pesar de ser el gobernador de una provincia poco conocida y tener poca fama en Buenos Aires. Lula también guarda esa conversación, y la cuenta muchas veces, porque fue la primera vez que supo del hombre que vendría a ser su gran amigo y colega en la presidencia de los dos países hermanos.

Vimos a Lula igualito, combativo como siempre, hablando, preguntando y escuchando mucho. Conversamos sobre el neoliberalismo, sobre la corrupción del poder judicial, sobre el proceso de integración desmontado por gobiernos de derecha, sobre Venezuela, sobre Bolivia; siempre con acuerdo total entre los dos ex-presidentes. Lula agradeció mucho la visita de Duhalde, quien le transmitió un abrazo por parte de Hugo Moyano. Lula le reiteró el reconocimiento por la visita reciente de Alberto Fernández, a sabiendas de que esa visita sería explotada por la derecha en contra del precandidato a la presidencia argentina.

Lula recordó cómo, en el momento de la crisis de 2008, en una reunión del G20 propuso que si dejaban de invertir en sus países por la crisis, los gobiernos canalizarán las inversiones hacia África, que se desarrollaría y compraría productos de esos mismo países. Pero fue ignorado y esos países siguen en crisis, mientras que aquí en Brasil hemos superado la crisis con medidas anticíclicas. 

Cuando se habló sobre la salud y edad de cada uno, Lula se acordó de las elecciones de octubre de este año y dijo: “La victoria de Alberto Fernández y de Cristina será mi regalo de cumpleanos”. Las elecciones presidenciales argentinas caen el 27 de octubre de este año, fecha en que Lula cumplirá los 74 años.

Finalmente, tuvimos que interrumpir la conversación y despedirnos para salir. Sin embargo, antes de partir pude tratar algunos temas de trabajo pendientes con Lula, como la entrega de su texto de apertura para el libro Y ahora, Brasil, que yo le estoy organizando. En él, Lula se centra en el tema que más lo preocupa ahora: la soberanía nacional y la soberanía popular.

Lula lee y escribe mucho, en su habitación tiene señal de televisión abierta, pero no cable. Recibe la visita de un religioso los lunes y de sus familiares los jueves por la mañana. Se le permite dos visitantes los jueves por la tarde – como fue nuestro caso – y los abogados tienen acceso a él todo el tiempo, menos el fin de semana. 

Las ganas, como comentamos con Duhalde, eran de tomar a Lula por las manos y sacarlo de ahí. Le dijimos: “Ven, Lula, tu lugar no es ahí, cercado por esos chacales. Tu lugar es afuera, donde el pueblo te espera, ese pueblo que te elegiría presidente en una primera vuelta. El pueblo que te elegirá presidente de Brasil”.

Se siente uno muy extraño al tener que entrar hasta allá para estar con Lula. La última vez que había estado con él, después de haber convivido sin interrupciones a lo largo de cuatro caravanas por dieciséis provincias de Brasil, fue cuando se despidió de cada uno de nosotros en el Sindicato de los Metalúrgicos del ABC Paulista, antes de ser trasladado a sede de la Policía Federal en Curitiba. Desde entonces nos comunicamos por escrito y por imágenes que le mandó y que él contesta, pero no se compara a conversar con él, abrazarlo y estar con Lula.

Le hemos dicho que esperamos que el próximo encuentro sea afuera de allí, que sea en libertad, que sea en las calles de Brasil y de Argentina.

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