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La mayoría de estadounidenses sigue sin creer la versión oficial del asesinato de Kennedy 60 años después

John F. Kennedy sonríe a la multitud en Dallas, junto a a primera dama Jacqueline Kennedy y el gobernador de Texas John Connally, minutos antes de ser asesinado el 22 de noviembre de 1963.

Javier de la Sotilla

Washington —

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El 22 de noviembre de 1963, alrededor de las 13:40 horas, las tres grandes cadenas de televisión de Estados Unidos –NBC, CBS y ABC– interrumpieron su programación para informar de un trágico suceso que conmocionaría a la sociedad estadounidense: “En Dallas, Texas, tres disparos han impactado en la caravana del presidente Kennedy. Las primeras informaciones dicen que ha sido gravemente herido por el tiroteo”. Las palabras de Walter Cronkite, presentador de la CBS, que media hora después volvería a interrumpir una telenovela para confirmar la muerte de John F. Kennedy, han quedado grabadas en la memoria colectiva del país.

Seis décadas después, la sociedad estadounidense sigue preguntándose qué ocurrió ese día. Hay pocas dudas sobre la culpabilidad de Lee Harvey Oswald, un exmarine de 24 años que fue arrestado poco después en un teatro cercano al lugar del crimen. Según el relato oficial, Oswald realizó con su rifle tres disparos desde una sexta planta, dos de los cuales alcanzaron al presidente –y al gobernador de Texas, John Connally, que se encontraba en el asiento delantero–, y trató de huir, hasta que media hora después fue detenido por la policía. 

Pero Oswald, que en todo momento negó haber disparado, nunca llegó a ser juzgado: dos días después, fue asesinado en directo, en el sótano de la estación de policía de Dallas y ante las cámaras de televisión, a manos de Jack Ruby, un gánster y empresario del mundo de la noche, presuntamente a modo de venganza. Aquel acontecimiento enrarecería todavía más el clima de opinión, generando dudas sobre el autor del ataque y sus motivos.

Tras la muerte de Kennedy, el presidente más joven en ser elegido y uno de los más carismáticos y mejor valorados de la historia del país, su vicepresidente, Lyndon B. Johnson, asumió inmediatamente el poder, tal como dicta la Constitución. Una de sus primeras medidas fue crear una comisión para investigar el traumático crimen. Reunió a un comité de expertos, presidido por Earl Warren, presidente del Tribunal Supremo de EEUU, y conformado, entre otros, por el director del FBI, Edgar Hoover, el exdirector de la CIA, Allen Dulles, y el entonces congresista republicano Gerald Ford.

La Comisión Warren, autorizada por el Congreso estadounidense, concluyó en un informe de 888 páginas, tras un año de investigación, que Oswald había actuado solo, al igual que Jack Ruby en su venganza. Se basó en las pruebas recogidas por la policía de Dallas y analizadas por el FBI, que determinó que tan solo se habían disparado tres disparos desde un mismo punto. 

Esta es la versión oficial que ha mantenido la administración estadounidense durante los últimos 60 años, a pesar de que una serie de evidencias dan credibilidad a teorías alternativas, que apuntan a que Oswald no actuó solo, sino que se trató de un complot contra el presidente orquestado por la CIA.



Tal es el descrédito hacia la versión del “lobo solitario” que a día de hoy tan solo un 29% de los estadounidenses cree en ella, según la encuesta más reciente de la consultora Gallup, publicada el 13 de noviembre. Un 65% de los consultados considera que hubo otras personas involucradas en el asesinato del 35° presidente de EEUU.

La reconstrucción alternativa del relato

El magnicidio, en plena Guerra Fría, del mandatario que metió de lleno a EEUU en la Guerra de Vietnam y protagonizó la invasión fracasada en Bahía Cochinos (Cuba) para derrocar al Gobierno de Fidel Castro, marcó un antes y un después en el mundo. Fueron a su entierro, en el cementerio de Arlington (Virginia), personalidades como el mandatario francés Charles de Gaulle, el canciller alemán Ludwig Erhard o el príncipe Felipe de Reino Unido. 

En los tres años posteriores, más de 16 millones de personas habían visitado su tumba. Muchos de ellos, con dos dudas en la cabeza: quién lo hizo y por qué. Lo mismo se preguntó el fiscal de Nueva Orleans, Jim Garrison, quien a finales de 1966 acusó al Gobierno de encubrir una conspiración en el asesinato de Kennedy. Su principal sospecha fue que se trató de una operación anticomunista orquestada por la CIA.

Según su hipótesis –retratada más adelante en la película JFK (1991), de Oliver Stone–, la idea de que una misma “bala mágica” había atravesado a Kennedy y el gobernador Connally, impactando en hasta siete lugares distintos, como concluyó la Comisión Warren, era inconsistente. En su investigación, preguntó a testigos ignorados por la versión oficial e incluyó en el juicio una inédita grabación casera de Abraham Zapruder, que muestra desde un ángulo distinto el momento de la muerte de Kennedy. 

Garrison concluyó que dichas evidencias demostraban que la bala que mató al mandatario había impactado de frente y no desde atrás, desde donde disparó Oswald, lo que implicaría, al menos, la existencia de un segundo atacante. Tras conocerse esta teoría, el descrédito de la sociedad estadounidense sobre la versión oficial aumentó hasta el histórico 81% en la encuesta realizada por Gallup en 1976, dos años después de que el escándalo Watergate obligara al presidente Richard Nixon a dimitir.

Ese mismo año, la Cámara de Representantes creó un Comité Selecto para investigar el asesinato, a la luz de las nuevas revelaciones, y concluyó que Kennedy había sido “probablemente” víctima de una conspiración. Según su análisis, fueron cuatro, y no tres, los disparos efectuados ese 22 de noviembre; el tercero de los cuales, desde una posición frontal, aunque a diferencia de lo que expuso Garrison en su teoría, este no habría acertado. El informe también concluyó, en 1979, que la investigación realizada por el Departamento de Justicia, el FBI, la CIA y la Comisión Warren había tenido un pobre desempeño y criticó al Servicio Secreto por su ineficaz protección del presidente.

La progresiva desclasificación de documentos

A raíz de las investigaciones e informes contradictorios con la versión oficial, surgieron también multitud de teorías de la conspiración alternativas, algunas respaldadas con pruebas y otras faltas de evidencia. Ante la exigencia de la sociedad estadounidense por saber la verdad, y tras la caída del muro de Berlín, el Congreso aprobó en 1992 la Ley de Recopilación de Documentos sobre el Asesinato de JFK. 

El texto legal obligaba a todos los niveles de la administración a facilitar pruebas, informes y otros documentos oficiales con relación a la muerte del presidente, y daba 25 años para que se hicieran públicos, aunque se permitían aplazamientos si se consideraba que existían preocupaciones sobre seguridad nacional. Desde entonces, las distintas administraciones han ido sacando a la luz pública unos cinco millones de páginas con pruebas, fotografías, reconstrucciones, grabaciones de sonido, artefactos y otros materiales de interés.

En 2017, terminó el plazo con la gran mayoría de informes publicados, pero aún quedaban miles de documentos por salir a la luz, que se mantuvieron en secreto por motivos de “seguridad nacional”. La administración de Donald Trump desclasificó unos 2.800 documentos inéditos en octubre de 2017, y en 2022, Biden ordenó desclasificar otros 12.000, y otros 1.100 a lo largo de este año, dejando por publicar alrededor del 1% del total. Ambos presidentes fueron advertidos por las agencias de inteligencia del riesgo a la seguridad nacional de dichos documentos.

Los millones de páginas divulgadas de manera progresiva han ido aportando más pruebas que respaldan la versión oficial. Y, aunque a medida que se han ido publicando ha ido aumentando la creencia en que Oswald fue el único atacante, dos tercios de la sociedad estadounidense siguen comprando la teoría del complot. El 1% que queda por publicar, así como la desafección política y la poca fe en la transparencia de la Administración, han alimentado la creencia en teorías alternativas.

El legado de Kennedy entra en la campaña electoral

El mandatario demócrata llegó al poder tras vencer por tan solo 100.000 votos a Richard Nixon en 1960, en la primera campaña electoral en la historia de EEUU con debates televisados, que lo convirtieron, a él y a su familia, en el foco de las cámaras, creando una verdadera sensación en la sociedad. Quizás esa atención mediática, junto con su carisma y sus políticas, que en el contexto conservador se consideraron progresistas, fueron la clave de sus elevados índices de aprobación, que mantuvieron una media del 70,1% en sus tres años de presidencia, la más alta del último siglo.

Nacido de una familia adinerada, Kennedy fue el primer católico en llegar al Despacho Oval. Su padre, el magnate Joseph P. Kennedy, fue un inmigrante irlandés enriquecido tras el Crack del 29 que llegó a ocupar cargos importantes en la Administración estadounidense, llegando a ser presidente de la Comisión de Bolsa y Valores durante el mandato de Roosevelt. Todo ello, sumado a una importante fortuna creada en Wall Street, facilitó el camino de su hijo a la Casa Blanca. 

Después de formarse en Harvard, combatió en la Segunda Guerra Mundial al mando de una fragata en el Pacífico y luego sirvió en la Cámara de Representantes (1947-1953) y el Senado (1953-1960). Su corta presidencia, que duró alrededor de 1.000 días, estuvo marcada por uno de los momentos de mayor tensión en la Guerra Fría, la crisis de los misiles de Cuba; por la carrera espacial y el impulso del programa Apolo que llevó el hombre a la luna, y por la implicación directa en la guerra de Vietnam, donde en 1963 pasó de haber 260 militares a 16.300. 

La política exterior y el papel de EEUU en el mundo fue la obsesión de Kennedy, como él mismo reconoció en su primera intervención del primer debate presidencial jamás televisado. En política interior, su logro más recordado fueron los avances en materia de segregación racial, gracias a su impulso de la Ley de Derechos Civiles, que finalmente fue aprobada por Johnson en 1964, un año después de la muerte del mandatario. A pesar de su resistencia inicial, Kennedy se unió finalmente a Martin Luther King en su movimiento por los derechos civiles y su petición para que el Congreso aprobara dicha ley.

Hoy su nombre vuelve a inmiscuirse en la campaña para los comicios presidenciales del próximo año. Su sobrino y último representante del linaje político, el controvertido outsider Robert Kennedy, se presentó a las primarias del Partido Demócrata, aunque luego se retiró de la carrera contra Joe Biden para presentar una candidatura independiente. Aunque las encuestas le dan pocas posibilidades, su índice de aprobación (52%) supera al de Donald Trump y Biden y es el candidato independiente con más apoyo desde los años 1990.

La cuestión del asesinato de Kennedy sigue reverberando en la política estadounidense. En esta campaña, tanto Trump como Bobby Kennedy han acusado a Biden de esconder documentos oficiales y han prometido que si son presidentes desclasificarán la totalidad de los mismos. El sobrino de Kennedy sostiene, de hecho, que hay “evidencia abrumadora” de que la CIA estuvo detrás del asesinato. 

Trump también ha alimentado las dudas sobre la versión oficial, ya que la teoría de que existe un “Estado profundo” a la sombra casa muy bien con su electorado, más propenso a las teorías de la conspiración, como las que llevaron al asalto al Capitolio en enero del 2021. Lo cierto es que Biden desclasificó más documentos que el republicano, y así se defiende, mientras la sociedad estadounidense sigue teniendo dudas y reclama que se divulgue su totalidad.

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