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Las mujeres de la región de Nunavut, al norte de Canadá, obligadas a viajar al sur para dar a luz ante la falta de servicios

Maria Noolook y su hija Adelynn.

Kelly Grant

The Globe and Mail (Canadá) —
21 de abril de 2023 22:25 h

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Cuando en septiembre llegó el momento de que Tapia Tattuinee volara al sur para dar a luz, no quería ir.

Todavía tenía frescos los malos recuerdos de la última vez que había dejado Rankin Inlet, su comunidad del centro de Nunavut, para dar a luz en Winnipeg, a más de dos horas de avión. La comida desconocida. La habitación de hotel apestosa donde Tattuinee y su madre se quedaron hasta que comenzó el parto. Los hombres que merodeaban fuera y que tan nerviosas les ponían al salir de la habitación.

Lo que más detestaba Tattuinee era la idea de dejar a sus dos hijos en Rankin Inlet durante un mes o más mientras llegaba al mundo su hermanita. Aunque la madre inuk de 32 años pudiera conseguir ayuda federal para el viaje de la familia, no quería trasladar a su hijo de 11 años y a su hija de 3 durante un mes, sobre todo porque tendría que sacar al mayor de la escuela.

“Me negaré a irme, sea como sea”, pensó Tattuinee. “Me quedaré en casa y tendré al bebé aquí”.

Y eso fue lo que hizo. Desobedeciendo la política del Gobierno de Nunavut que obliga a las mujeres de la región de Kivalliq, en el centro del territorio, a marcharse a las 36 semanas de embarazo para dar a luz en un hospital en Winnipeg, se quedó en Rankin Inlet y dio a luz a una niña sana, Trudi, el 5 de octubre en el centro de salud de la comunidad.

La Sra. Tattuinee se había enterado en sus citas prenatales de que dos comadronas del sur iban a estar en Rankin cerca de su fecha prevista de parto para prestar atención perinatal —no partos planificados— y sabía que, en caso necesario, recibirían al bebé.

Hasta hace poco, Tattuinee no habría tenido que ir en contra de la política del Gobierno para dar a luz cerca de casa. Durante casi 30 años, Rankin Inlet, la segunda comunidad más grande de Nunavut, tuvo un centro de partos, dirigido durante gran parte de ese tiempo por las primeras comadronas inuit certificadas a nivel nacional. Tattuinee parió a sus otros hijos en ese lugar antes de verse obligada a dar a luz en Winnipeg.

En el verano de 2020, el Gobierno de Nunavut suspendió los servicios de partos en Rankin Inlet después de que las dos comadronas inuit que trabajaban en la región renunciaran con seis meses de diferencia, alegando agotamiento extremo, maltrato y racismo por parte de funcionarios del Gobierno territorial y trabajadores sanitarios del sur. El Gobierno de Nunavut ya había interrumpido los servicios de obstetricia en la comunidad occidental de Cambridge Bay porque no podía contratar suficientes comadronas, lo que dejó al solitario hospital del territorio en la capital, Iqaluit, como único lugar donde las mujeres de Nunavut pueden dar a luz fuera de circunstancias de emergencia.

Ahora, incluso el programa de obstetricia del Hospital General Qikiqtani de Iqaluit, donde paren más de la mitad de las mujeres de Nunavut, está en peligro, según documentos internos obtenidos por The Globe and Mail a través de una solicitud de transparencia.

Según una nota informativa del 14 de septiembre, el Departamento de Salud de Nunavut no ha podido contratar a ningún personal permanente para sustituir a los tres técnicos de ultrasonidos que se marcharon, en gran parte porque el Departamento de Recursos Humanos del Gobierno territorial rechazó los intentos de los funcionarios de Salud de reclasificar los puestos de trabajo para equipararlos al salario y a los bonos que se ofrecen en otros hospitales remotos canadienses.

Unas 500 mujeres, la mayoría inuits, dan a luz en el Qikiqtani General cada año. “Si no se dispone de servicios de ecografía”, advierte la nota informativa, “todas estas usuarias deberán viajar a Ottawa al menos una vez al principio del embarazo para una ecografía rutinaria, así como un mes antes de la fecha del parto para su ingreso”.

Francois de Wet, jefe de Personal del Hospital General de Qikiqtani y del territorio, no cree que se llegue a eso. Según él, las autoridades sanitarias han encontrado suficientes técnicos en ecografía del sur para trabajar en Iqaluit con contratos de corta duración y mantener el servicio, por ahora.

En las casi 500 páginas de documentos que The Globe ha recopilado como parte de una publicación sobre la asistencia sanitaria en el territorio más nuevo de Canadá, también se incluye una propuesta muy poco clara del jefe de Pediatría de Nunavut para abrir un servicio de pediatría y una unidad de cuidados intensivos neonatales en el Hospital General de Qikiqtani. Pero ese plan está estancado en el limbo burocrático desde 2017, a pesar de la promesa que alberga de tratar a más bebés y niños en Nunavut en lugar de tener que hacerlo en hospitales del sur.

La necesidad de más atención local para madres y bebés en Nunavut no puede ser más evidente. El territorio tiene la tasa de fertilidad más alta y la población más joven de Canadá. Casi un tercio de sus aproximadamente 40.000 habitantes son menores de 15 años. Mientras tanto, la tasa de mortalidad infantil en el territorio en 2020, el año más reciente para el que se dispone de datos, fue de 14,3 muertes por cada 1.000 nacidos vivos, casi el triple de la media canadiense, de 4,5, y un reflejo de la profunda pobreza en la que viven muchos inuits.

El sistema sanitario de Nunavut, formado por el Hospital General de Qikiqtani y los centros de salud de 24 aldeas aisladas, en su mayoría atendidos por enfermeras temporales sin conocimientos prenatales, está mucho menos preparado para atender a mujeres embarazadas y a niños que el de los Territorios del Noroeste, por no hablar del resto de Canadá.

En la actualidad, el hospital de Iqaluit sólo cuenta con cuatro salas de parto y ninguna cama pediátrica, insuficiente para atender el creciente número de embarazos y de madres que prefieren dar a luz cerca de casa. Dado que los recursos adicionales aún están en fase de planificación y no se sabe muy bien cuándo llegarán, las mujeres inuit tendrán que seguir trasladándose al sur en un futuro previsible.

Hace casi 30 años, parecía que el apoyo local a los partos iba a crecer en la parte del país que pronto se convertiría en Nunavut [su jurisdicción fue finalmente reconocida en 1999]. Fue entonces cuando el Gobierno de los Territorios del Noroeste puso en marcha un proyecto piloto de partos en Rankin Inlet, su segunda ciudad más grande.

El tamaño de la aldea y su condición de centro regional del distrito de Kivalliq, en el centro de Nunavut, hacían de Rankin un lugar lógico para reavivar la cultura obstétrica, que se había marchitado a medida que las familias inuits, coaccionadas por la política del Gobierno federal o atraídas por el trabajo asalariado, se trasladaban a asentamientos permanentes durante las décadas de 1940, 1950 y 1960. Durante siglos, las mujeres inuit atendían los partos en el campo con la ayuda de comadronas que transmitían sus conocimientos de generación en generación.

A medida que se iba acelerando el traslado a los asentamientos, el Gobierno federal, alegando unas tasas de mortalidad infantil inuit que consideraba inaceptables, ordenó a las mujeres del norte que dieran a luz en hospitales. Eso hizo que las trasladaran en avión, a cuenta de Ottawa, al centro más cercano un mes antes de la fecha prevista del parto.

Puede que los partos fueran más seguros, pero tenían un coste personal y cultural, afirma Gerri Sharpe, presidenta de Pauktuutit Inuit Women of Canada, organización nacional sin ánimo de lucro que representa a las mujeres inuit de todo el país.

“Son entornos desconocidos para los inuit”, dijo Sharpe refiriéndose a las ciudades y hospitales del sur donde las mujeres inuit dan a luz, muchas veces sin ningún apoyo familiar. “A menudo son atendidas por personal sanitario que no habla inuktitut ni entiende el contexto cultural en el que viven los inuit, lo que los hace mucho más susceptibles a las experiencias de racismo y discriminación”.

También había un coste económico, que no ha hecho más que aumentar. En 2017, Ottawa empezó a pagar un acompañante por mujer. Hoy, el desembolso federal medio para enviar a una mujer kivalliq y a un acompañante a Winnipeg es de 9.388 dólares, según los Servicios Indígenas de Canadá (ISC), cuyo Programa de Prestaciones Sanitarias para los pueblos indígenas (NIHB) cubre la comida, el alojamiento, el transporte terrestre y la mayor parte del billete de avión. En 2020-2021, NIHB gastó algo más de 3 millones de dólares solo en pasajes de avión para que las mujeres de Nunavut dieran a luz fuera del territorio.

Se suponía que el Centro de Parto de Rankin Inlet, atendido inicialmente por parteras del sur, y un programa de formación de parteras que se abrió en el Colegio Ártico de Nunavut (NAC) a mediados de la década de 2000 mejorarían la situación al ofrecerles a las mujeres inuit con embarazos de bajo riesgo la opción de dar a luz cerca de casa.

Rachel Kaludjak y Catherine Connelly fueron las primeras graduadas del programa del NAC y, en 2009, se convirtieron en las primeras mujeres inuit en obtener el certificado nacional de parteras.

Connelly, que se hace llamar Cas, y Kaludjak eran madres de niños pequeños cuando su formación las llevó a Winnipeg, Stony Plain, Alta, Iqaluit y Toronto durante semanas para que pudieran asistir a suficientes partos para obtener sus licencias. Las prácticas remotas fueron una de las razones por las que el programa de matronas del NAC tuvo problemas para atraer y retener a las candidatas; sólo cuatro se graduaron antes de que el programa se cerrara en 2014.

Kaludjak se sintió “desolada” cuando se enteró del cierre del programa. Sin él, no habría una fuente de futuras matronas inuits para compartir la carga de trabajo.

El trabajo de las parteras iba más allá de atender partos de bajo riesgo. Eran responsables de toda la atención prenatal y posparto en Rankin, así como de los servicios de salud sexual, como proporcionar anticonceptivos. También volaban a las comunidades más pequeñas de Kivalliq durante estancias de una semana para ofrecer atención prenatal. En caso de emergencia, subían a las ambulancias aéreas con las mujeres y las atendían mientras eran trasladadas a Winnipeg.

Dos de ellas debían estar de guardia en todo momento. Esa obligación era difícil, pero no imposible de cumplir cuando otras dos parteras no inuit a tiempo completo trabajaban junto a ellas. Cuando la última de esas empleadas permanentes se fue en 2014, Kaludjak y Connelly se encontraron de guardia 24 horas al día, 7 días a la semana, además de gestionar el centro de partos y contratar parteras temporales para mantenerlo en funcionamiento.

Martha Aitkin fue una de las parteras del sur que trabajó temporalmente en Rankin Inlet de forma intermitente entre 2017 y la suspensión de los servicios en 2020. También dirigió el centro de 2006 a 2008, cuando la Connelly y Kaludjak eran estudiantes. Cuando Aitkin regresó, se sintió gratificada al ver cómo las dos mujeres habían crecido en sus funciones. “Ambas tenían mucha experiencia y eran muy buenas en su trabajo”, dijo.

Aitkin hubiera vuelto a Rankin para ocupar uno de los puestos permanentes de matrona, pero por lo que ella sabe, los puestos nunca se publicaron.

El Departamento de Salud de Nunavut no está autorizado a anunciar puestos de trabajo permanentes hasta que un comité territorial de vivienda aprueba una unidad de alojamiento de personal para la función, lo que puede llevar años. Esta política suele dejar a un número cada vez menor de empleados permanentes, o “indeterminados”, como los llama Nunavut, a cargo de un elenco rotativo de sureños que viven en viviendas provisionales y no se quedan mucho tiempo.

Aitkin no era la única que quería un puesto permanente junto a Kaludjak y Connelly, según un informe sobre las preferencias en los partos en Kivalliq que encargó el Gobierno territorial tras la dimisión de las matronas inuits.

El informe de marzo de 2022 incluía entrevistas con 12 parteras que habían trabajado en Nunavut, una “mayoría” de las cuales “indicaron que habrían aceptado un puesto de partera indeterminada en Rankin Inlet si se hubiera anunciado”.

Las parteras también contaron a los autores del informe que Connelly y Kaludjak recibían un trato deficiente por parte de algunos proveedores de salud del sur y superiores del Departamento de Salud por ser inuit. Un ejemplo que dieron fue el de un auxiliar de ambulancia aérea que se negó a hablar con la matrona inuit que dirigía la respuesta a una emergencia.

Según Connelly y Kaludjak, el agotador horario de guardia, la escasez de colegas parteras permanentes y la falta de respeto les pasaron factura. Propusieron una reestructuración del centro de maternidad que habría dividido el trabajo del director en dos puestos sin responsabilidades de guardia, pero dijeron que el Departamento de Salud de Nunavut ignoró o rechazó la mayoría de sus sugerencias.

Durante unos años, las mujeres se turnaron en la dirección del centro. Cuando Kaludjak solicitó el puesto permanente, le dijeron que no había superado la entrevista. Volvió a desempeñar el puesto de gerente y dejó de atender partos. (El Departamento de Salud de Nunavut declinó hacer comentarios sobre cuestiones de recursos humanos).

Eso dejó a Connelly como la única partera en ejercicio permanente en Rankin. Quemada, renunció en diciembre de 2019. Kaludjak la siguió seis meses después.

“Mi única esperanza”, escribió Connelly en su carta de renuncia, “es que, algún día, los empleados inuit cualificados sean valorados, apreciados, respetados y escuchados cuando estamos tratando de mejorar el sistema”.

El Departamento de Salud de Nunavut afirma que su objetivo a largo plazo es devolver el parto a Rankin Inlet. El departamento ha solicitado financiación federal para estudiar la posibilidad de colaborar con el programa de partería indígena de la Universidad de Manitoba y esbozar un nuevo modelo de centro de partos.

En toda la provincia, Nunavut cuenta con financiación para 10 puestos de matrona a tiempo completo, pero actualmente sólo dos están cubiertos con personal permanente. El Departamento de Salud lleva desde la primavera publicando puestos de matrona permanentes con alojamiento para el personal en Rankin y no ha recibido ninguna solicitud.

Revivir el parto en Rankin Inlet sería más fácil si el Gobierno de Nunavut pudiera atraer a Kaludjak y Connelly para que regresaran, pero las mujeres no confían lo suficiente en el Gobierno como para volver a trabajar para él.

“Es una organización rota, disfuncional y poco comunicativa”, afirma Kaludjak. Ahora trabaja para una organización sin ánimo de lucro, mientras que Connelly desempeña funciones administrativas en la empresa de su familia.

Según los funcionarios, la falta de comunicación entre los departamentos gubernamentales y los empleados de primera línea, incluso los más veteranos, es un problema crónico en Nunavut. La rotación de personal está por las nubes y a veces los puestos críticos permanecen vacantes durante años.

Holden Sheffield, jefe de Pediatría de Nunavut, sigue esperando conocer el destino del estudio de viabilidad que elaboró en 2017 para abrir una sala de pediatría y una unidad de cuidados intensivos neonatales (UCIN) en el Qikiqtani General. Una UCIN de ese nivel sería particularmente transformadora, sugirió, porque permitiría a los bebés nacidos a las 32 semanas de gestación permanecer en el territorio o regresar desde Ottawa (donde se atiende a los prematuros de la isla de Baffin) antes de las 36 semanas, como es la práctica actual.

En 2021, el Ministerio de Sanidad gastó 6.000 dólares en una revisión externa del proyecto del Dr. Sheffield. La revisión y el estudio de viabilidad original enviados a The Globe fueron clasificados en gran medida porque se consideraron asesoramiento del gabinete. Los ministerios de Sanidad y Hacienda de Nunavut dijeron que no podían comentar ninguno de los dos documentos antes de que la propuesta se debatiera en la Asamblea Legislativa, aunque aún no se ha fijado la fecha.

Pero un intercambio de correos electrónicos entre el Dr. de Wet, jefe de Gabinete Territorial, y Colleen Stockley, entonces viceministra de Sanidad, sugiere que la revisión externa fue positiva.

El 27 de mayo de 2021, el Doctor de Wet escribió a la Sra. Stockley: “Hacienda ha sido muy evasiva en cuanto al calendario de aplicación y ahora que [la revisión] está hecha, tenemos que intentar sacar adelante esta iniciativa”.

Stockley respondió que la revisión “es un buen argumento para seguir adelante y es exactamente lo que yo/nosotros teníamos en mente cuando dimos los primeros pasos para aumentar el número de pediatras”. Nunavut cuenta ahora con tres pediatras que viven en el territorio y otros dos que pasan allí la mitad de su tiempo: un éxito para un territorio que lucha por contratar personal médico permanente.

Stockley se ha jubilado. Su sustituto tiene un contrato temporal y dirige el departamento a distancia desde Saskatchewan.

Hay motivos para la esperanza, al menos en Iqaluit: El Qikiqtani General tiene previsto añadir dos cunas de cuidados intensivos neonatales este año y utilizar el espacio y el personal existentes, un paso hacia la materialización de la visión que el Dr. Sheffield esbozó en su propuesta hace casi seis años. Las camas de la UCIN, unidas a la reciente incorporación de un ginecólogo-obstetra, permitirán que más mujeres con embarazos complicados y riesgo de parto prematuro puedan dar a luz en Iqaluit.

“Dos camas es un buen punto de partida”, afirma el Dr. Sheffield. Por ahora, sin embargo, Sheffield, De Wet y sus colegas siguen buscando ayuda en un sistema sanitario sureño desbordado. Es una posición precaria, como descubrió De Wet cuando Manitoba prácticamente cerró su única unidad de cuidados intensivos pediátricos a los niños de Nunavut durante una dura oleada del virus respiratorio sincitial (VRS) a principios de 2022.

“Aquello puso de manifiesto una vez más la urgente necesidad de ampliarla en el territorio”, afirma.

Después de dar a luz a Trudi, Tattuinee se incorporó a un programa de primera infancia en Rankin Inlet dirigido por Ilitaqsiniq, el Consejo Literario de Nunavut. Un día de octubre de 2022, la animadora Martha Palluq pidió al pequeño grupo de madres primerizas que contaran dónde habían nacido sus hijos, mientras los hacían rebotar sobre las rodillas. Sus respuestas ilustraron bien la falta de recursos locales: Winnipeg, High River, Alta, Iqaluit.

De todos los bebés, sólo Trudi, de dos semanas aquel día, había nacido en Rankin Inlet.

Muchas de las mujeres dijeron que hubieran deseado poder dar a luz cerca de casa con la ayuda de comadronas que hablaran inuktitut y compartieran su cultura.

Este sentimiento fue compartido por muchas otras mujeres en un informe del Departamento de Salud de Nunavut sobre los partos en Kivalliq, encargado tras la dimisión de Connelly y Kaludjak. En los cinco años anteriores a la pandemia, los nacimientos en Rankin Inlet se redujeron a una media de 15 al año, frente a los 50 de algunos años anteriores.

El informe, basado en 15 entrevistas y 112 encuestas en línea, reconocía que algunas mujeres con embarazos sin complicaciones que podían dar a luz en Rankin Inlet optaban por dar a luz en Winnipeg por la posibilidad de visitar una comunidad más grande, comprar en tiendas más baratas y acceder a epidurales que no están disponibles en Rankin.

Connelly y Kaludjak dijeron que también había otros factores, como el hecho de que dejase de estar disponible el alojamiento para las mujeres embarazadas de otras aldeas Kivalliq. Las comadronas también dijeron que habían sido precavidas y que sólo permitían dar a luz en Rankin a las mujeres de menor riesgo, ya que allí no se practican cesáreas de urgencia.

Sea cual sea la causa del bajo número de partos, los resultados de la encuesta fueron claros: el 98% de las encuestadas dijo que preferirían dar a luz en Nunavut, y el 95% afirmó que la reapertura del centro de partos de Rankin Inlet sería positiva para ellas y sus familias.

Maria Noolook, de 24 años, mostró el mismo deseo durante una visita con Palluq, que también apoya y educa individualmente a las nuevas madres. Como sus clientes suelen preferir salir mientras charlan, Palluq recoge a Noolook, estudiante de segundo curso de Magisterio en el Nunavut Arctic College, y a su hija de nueve meses, Adelynn, en un camión. paran en un Tim Horton’s (una conocida cadena de café canadiense) y salen de la ciudad por una carretera sinuosa que lleva a los habitantes de Rankin hasta el campo. En inuktitut e inglés, hablan de los dientes de Adelynn, de los nuevos alimentos que estaba introduciendo y de cómo le había robado el corazón a su papá.

Noolook había viajado al sur, a Winnipeg, como acompañante de nacimiento de su sobrina de 18 años, madre biológica de Adelynn, de quien Noolook adoptó a Adelynn según la costumbre inuit.

Si Noolook tuviera más hijos, preferiría hacerlo en Rankin. “Porque no querría dejarla”, dice refiriéndose a Adelynn. “Y porque creo que sería mejor estar cerca de la familia”.

Esta historia fue publicada originalmente en The Globe and Mail (Canadá) y es republicada dentro del Programa de la Red de Periodismo Humano, apoyado por el ICFJ, International Center for Journalists.

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