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ANÁLISIS

Los republicanos que cabalgan a lomos de un tigre

El nuevo presidente de la Cámara Baja, Mike Johnson, junto a otros congresistas republicanos, camina hacia la entrada del Capitolio de los EEUU en Washington el 25 de octubre de 2023.
28 de octubre de 2023 22:27 h

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Hasta hace poco Mike Johnson era un oscuro congresista republicano, un ultraconservador como cualquier otro. Sin embargo, sus compañeros lo han elegido como líder en el Congreso después de que la enésima revuelta de los republicanos “radicales” contra los republicanos “moderados” le costara el puesto a su antecesor. Tras semanas de caos y peleas internas, ahora Johnson tiene la difícil tarea de cabalgar sobre un tigre.

La historia reciente del partido republicano está llena de políticos ambiciosos que creen que pueden azuzar al tigre de la ultraderecha hasta subirse a él, pero que luego se dejará llevar mansamente de la correa. No es así. El viejo proverbio dice que el que cabalga sobre un tigre siempre tiene miedo de bajarse, pero lo que no dice es que casi siempre es el propio tigre quien te descabalga y te devora.

Desde la irrupción ultra del Tea Party en 2010, mucho antes de Trump, el proceso se repite: jóvenes conservadores ambiciosos que llegan a Washington y para ascender atacan a los líderes del partido como tibios, conciliadores, moderados... Luego, cuando el golpe triunfa y ellos son los líderes, llegan nuevos radicales que les acusan de los mismos pecados y la rueda vuelve a girar, porque las bases del partido siempre están convencidas de que, en efecto, sus líderes en el Congreso son tibios, conciliadores y moderados.

Al último, Kevin McCarthy, lo echaron por pactar con los demócratas un presupuesto de emergencia para evitar que el gobierno de EEUU cerrara por falta de fondos. Su antecesor Paul Ryan se marchó al principio del mandato de Trump porque estaba harto de “dirigir una guardería”. El anterior, John Boehner, dimitió también después de un acuerdo in extremis con los demócratas que no cumplía con las esperanzas del ala más dura de su partido que quería quemar todos los puentes y cerrar el gobierno antes que ceder un centímetro.

Un monstruo creado por ellos mismos

Todos esos líderes republicanos y muchos más que el tigre ultra se ha comido en estos años tienen una cosa en común: fueron los arquitectos y los beneficiarios del ascenso del Tea Party. Luego colaboraron con Trump en todos sus excesos porque, aunque lo aborrecían y despreciaban, también lo temían y querían aprovecharse de él. Para llegar y permanecer en el poder, impulsaron a los mismos radicales que luego se los llevaron por delante. Participaron en todas las fases de un proceso ya habitual por el que el radical de ayer pasa a ser el vendido de hoy.

Ningún líder político medio serio puede estar a la altura de las ambiciones incendiarias de buena parte de las bases republicanas. Un mero agitador puede seguir a lo suyo, pero cuando uno es presidente de la Cámara de Representantes las consecuencias de la intransigencia total están más claras: si no hay presupuesto en la fecha límite puede haber niños sin colegio, millones de funcionarios sin cobrar, museos cerrados... Y las presiones de compañías millonarias que necesitan un gobierno en marcha para hacer negocios.

Al menos desde los 80, los líderes republicanos han demonizado el gobierno y ayudado a crear un monstruo al que hace tiempo que no pueden controlar, pero que les ha servido para ganar algunas elecciones y al que no paran de alimentar hasta que ellos son la víctima. Una parte sustancial de las bases del partido no le da ya ninguna importancia a la tarea legislativa o a la buena administración, sólo quieren más y más bronca. Por mucho que los líderes se esfuercen, nunca llegan, y sólo critican al tigre cuando ya los ha devorado.

Kevin McCarthy es el ejemplo más reciente y quizás el mejor. Trump mismo lo había bautizado como “Mi Kevin” por todas sus atenciones y sin embargo, cuando lo llamó aterrado y temiendo por su vida durante el asalto al Capitolio, el presidente ignoró su petición de que retirara a los manifestantes y le dijo “a lo mejor ellos están más enfadados por las elecciones que tú”. Incluso después de eso, McCarthy encontró la manera de volver a congraciarse con Trump, pero no le valió para salvar la cabeza. Fueron los más cercanos al expresidente quienes lo echaron mientras Trump se negaba a mover un dedo en su defensa.

El partido ha cambiado y está en un ciclo infinito de “matar al padre”, como diría Freud. La nueva consigna es el enfrentamiento por encima de todo y duela a quien duela. El partido de la “disciplina fiscal” gasta más que nadie cuando está en el gobierno. El partido neocón que se inventó la “guerra contra el terror” cree ahora que Bush y Cheney son cobardes y traidores. El partido de la “libertad para hacer negocios” demoniza a las multinacionales por sus políticas de igualdad y ostratiza a Mitt Romney. Ningún líder que quiera gobernar puede estar a salvo, sólo queda espacio para los agitadores. El tigre siempre tiene hambre.

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