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Ríos y remedios

Ríos y remedios

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Hay una imagen bucólica que habla de crecer jugando en las aguas de un río, entre hules centenarios y pájaros que trinan al ritmo del agua. Yo tuve mi río, pero era uno áspero y oloroso a muerte industrial y despojo. El Río de los Remedios, uno de los pocos que quedan en la Ciudad de México, corre por el norte de la ciudad y un pedazo del Estado de México. Durante mi adolescencia pasé a su lado muchas veces, y bromeé con mi mejor amiga sobre amanecer flotando en sus aguas, como si fuera cualquier cosa. Supongo que no era tan imponente entonces, antes de que lo drenaran y su vientre purulento mostrara cadáveres, de mujeres y hombres, pero, especialmente, de mujeres asesinadas por hombres. En nuestros viajes en pesero, el río era la fracción de naturaleza que nos tocaba entre su casa en Ecatepec y la mía en Gustavo A. Madero. El miedo vago al río se mezclaba con el miedo a la gente, aparente culpable de su verdor tóxico. 

Por esas épocas, fui a Six Flags. De regreso, mis pantalones de mezclilla pesaban kilos de humedad y mis zapatos hacían un crujido amarillo, como de pato, gracias a un juego de lanchitas que simulaba los rápidos de un río. Entre la incomodidad, me bajé en la estación equivocada del metro y tomé un camión que no era. Cuando me di cuenta, ya estaba en el Estado de México, muy al norte de mi destino, toda mojada y sin un peso, al lado del Río de los Remedios. Mientras caminaba, veía sus aguas como fauces que es mejor no descuidar. El sol amenazaba con meterse. Asediada por fantasmas, subí a un puente peatonal, temiendo ahora a la gente. Ahí me crucé con un chico de mi edad, y le pedí prestados cinco pesos para volver a mi casa. 

No le quise dar la espalda al río ni cuando ya estaba en el camión de vuelta. Ahora pienso en lxs que habitamos cerca del río, que lo caminamos y olimos. Pienso en el chico del puente, y me enojo con lxs culpables de que la periferia se mantenga como basurero de hedores ajenos, la cantera que enriquece a lxs pocxs con sus industrias, mientras empobrece a lxs muchxs que la viven. Insaciable engullidor de basura, el río es un niño al que solo le ofrecen chatarra, al que sus padres le dan de fumar, al que todos miramos con su cara sucia y su vientre de lombrices sin darnos cuenta de que en sus cauces está el reflejo del narcisismo capitalista que ha hecho confluir basura industrial con violencia. 

Naufragamos, pero el río, aunque asediado, no muere.

Río de los Remedios. Sus aguas verdosas parecen ser capaces de matar el simbolismo tradicional de ese color. Sin embargo, quiero pensar que, además de las metáforas y realidades oscuras, el río puede mantener algo de él: la regeneración. También quiero creer que, por más manidas que estén algunas historias, como la del mito de Pandora, emanan al último el susurro fino de la esperanza. A veces logro hacer a un lado el pesimismo que solo lleva a paredes infranqueables y me imagino un río nuevo, que ya no es sinónimo de muerte sino del flujo natural de los años, los ciclos de la existencia, el amor. Pienso en el río con nombre hermoso, de mujer y de remedio, y en vez de la utopía bucólica, me enfoco en las posibilidades, por pocas que sean, para hacer de este sitio un lugar amable para lxs que nunca lo han sido. 

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