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ANÁLISIS

El tiempo está de nuestro lado

Putin en la Plaza Roja en el desfile del Día de la Victoria el 9 de mayo.

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El tiempo está de nuestro lado es la idea constantemente utilizada a lo largo de la historia con la que los promotores de las guerras convencen a críticos y escépticos sobre las ventajas de su estrategia. No importa que la fase inicial del conflicto haya sido un fracaso o que el enemigo no se haya desmoronado como se preveía. Sólo hay que esperar. El tiempo juega contra el enemigo. Por eso, no es una sorpresa que el Kremlin haya encajado su incapacidad para cumplir sus objetivos militares con la promesa de que sólo hay que tener paciencia.

Vladímir Putin estaba convencido de que la invasión de Ucrania se completaría en cuestión de días y que la mayoría de los ucranianos recibiría satisfecha a las tropas rusas en varias zonas del país. Pensaba que el Ejército ucraniano no daría la talla, como ocurrió en 2014. Daba por hecho que el mundo occidental no se pondría de acuerdo sobre una estrategia de respuesta por la dependencia del gas y petróleo rusos en países como Alemania. La invasión era una carta dramática que muchos altos cargos rusos no pensaban que se produciría, pero Putin estaba seguro de que había llegado el momento de poner fin para siempre al acercamiento de Kiev a la UE.

Todas esas premisas resultaron ser falsas. A partir del primer mes, Moscú se vio forzado a centrar su ofensiva militar en la zona este de Ucrania.

En un sistema político tan centralizado como el ruso, no hay ningún centro de poder que pueda no ya estar a la altura de Putin, sino ni siquiera presionarlo de forma efectiva. Eso no impide que sectores empresariales –los llamados oligarcas– y dirigentes del partido Rusia Unida se acerquen al Kremlin para plantear las dificultades económicas creadas por las sanciones aprobadas por EEUU y la UE y preguntar cuándo se alcanzarán los objetivos que permitan poner fin a la guerra.

La respuesta que reciben se compone de dos partes: la guerra será larga, por lo que pueden olvidarse de una vía diplomática que adelante el final del conflicto, y los rivales de Rusia cederán antes por el precio económico que tendrán que pagar por los efectos de las mismas sanciones que han adoptado.

Putin cree que “Occidente acabará exhausto”, ha dicho un multimillonario que conoce lo que opina el Kremlin a la periodista Catherine Belton, de The Washington Post. Belton es la autora del libro 'Los hombres de Putin', una crónica de los veinte años del presidente ruso en el poder, y cuenta con buenas fuentes entre los empresarios que han sobrevivido a su Gobierno y los que tuvieron que huir del país. Putin sostiene que los gobiernos europeos son vulnerables a las tendencias de su opinión pública, alarmada por las perspectivas económicas, y a sus consecuencias electorales, una situación en la que él no se encuentra.

La brusca caída de las exportaciones de trigo y fertilizantes, de los que Rusia y Ucrania son grandes exportadores, afecta a todo el mundo, pero especialmente a los países de África y Asia. Instituciones como el Programa Mundial de Alimentos de la ONU temen que decenas de millones de personas sufran una hambruna en los próximos meses a causa del incremento de precios de los alimentos básicos. Esta crisis podría llegar a causar un aumento de los flujos migratorios desde los países del Tercer Mundo a Europa, y esa es la palanca que el Gobierno ruso confía en que se produzca y que le pueda beneficiar como amenaza a los gobiernos occidentales.

Otras fuentes del Kremlin ofrecieron a finales de mayo un mensaje similar sobre el supuesto optimismo oficial al medio independiente ruso Meduza. “Más pronto o más temprano, Europa se cansará de ayudar (a Ucrania). Todo eso es dinero y armamento que necesitan para sí mismos. Cerca del otoño, tendrán que negociar (con Rusia) sobre el gas y el petróleo antes de que llegue el frío”.

El reciente acuerdo de la UE que veta la importación de los productos petrolíferos rusos desmiente de momento esa idea. A finales de este año, el embargo habrá afectado al 90% de ese comercio. Rusia perderá así a su principal cliente. A principios de 2021, la mitad de esas exportaciones iba a países de la UE (y el 31% a China). Los ingresos que el Estado recibe por el petróleo y el gas suponen el 36% del presupuesto federal de 2021. Obviamente, Moscú ha empezado a buscar mercados alternativos.

No obtendrá los mismos fondos. Los datos oficiales revelan que el barril de los Urales se vendió a un precio que es un 32% inferior al del crudo Brent entre mediados de abril y mediados de mayo. Ese descuento es imprescindible para convencer a otros clientes de que aumenten sus compras, como es el caso de India. Los indios ya aumentaron su cuota de petróleo iraní cuando ese país sufrió las sanciones de EEUU y Europa e igualmente se beneficiaron de importantes reducciones del precio.

El embargo podría costar 10.000 millones de dólares anuales a Rusia a partir de 2023, según un cálculo hecho por Bloomberg. Eso no supondrá la ruina de Moscú, pero afectará gravemente a los ingresos del Estado. Un análisis de Reuters eleva esa cifra a 40.000 millones.

Un dato no mencionado con frecuencia es que el presupuesto ruso de este año se aprobó con una estimación del precio medio del barril de los Urales de 44 dólares del barril. Incluso con el impacto de las sanciones y la guerra, eso está muy por debajo del precio actual de ese crudo que ronda los 73 dólares. Antes de ordenar la invasión, Putin creía que el estado de las finanzas rusas le permitiría encajar el golpe.

El debate sobre el impacto de las sanciones quedó condicionado desde el primer momento por el triunfalismo de las declaraciones de dirigentes europeos y norteamericanos. “Como resultado de nuestras sanciones de las que no hay precedentes, el rublo ha quedado reducido a escombros”, alardeó Joe Biden un mes después del comienzo de la invasión haciendo un juego de palabras con las palabras 'ruble' y “rubble”. Ingenioso pero finalmente falso. La economía rusa tampoco va a quedar reducida a la mitad, como dijo.

Las medidas monetarias acordadas por el banco central –aumentar los tipos de interés y obligar a las empresas exportadoras a convertir el 80% de sus divisas en la moneda rusa– hicieron que el rublo recuperara todo el valor perdido en las primeras semanas. El fortalecimiento de la moneda ha llegado a tal nivel que el banco pudo reducir después los tipos de interés del 17% al 14%.

La propia gobernadora del banco central, Elvira Nabiullina, comunicó a finales de abril a los diputados rusos que las sanciones provocarán serios daños a la economía rusa este año con una previsión de caída del PIB de entre el 8% y el 10% –un porcentaje similar al calculado por el FMI– y que los efectos se prolongarán en el futuro: “La finalización de las relaciones económicas a largo plazo (con los países occidentales) tendrá un impacto negativo”.

Nabiullina, una tecnócrata respetada que cuenta con la confianza de Putin, no quiso ser claramente optimista ni negó la incertidumbre en que se moverá la economía del país: “La cuestión es cuánto tiempo persistirán estas dificultades y si las empresas podrán encontrar rápidamente nuevos suministradores y si podrán reemplazar los eslabones perdidos en la cadena de producción”.

Muchas empresas rusas estaban totalmente conectadas a la economía global y ahora tienen serios problemas para encontrar las piezas de repuesto y elementos esenciales de su producción, además de los servicios financieros, de los que antes dependían del exterior.

Es indudable que Europa y EEUU están pagando ya una factura importante por la situación económica creada por la invasión en forma de inflación, aumento del coste de la energía y caída del crecimiento previsto. Se ha producido la paradoja de que los países que aprobaron el castigo económico reciben también una parte de la oleada de efectos negativos. Eso ha ocurrido porque nunca antes se habían impuesto sanciones a una economía tan grande y que cuenta con inmensos recursos naturales. La idea de que el castigo obligaría a Putin a hincar la rodilla en cuestión de meses estaba fuera de la realidad.

Las sanciones siempre tienen un efecto acumulativo y, como se vio en el caso de Irán, no suelen tener consecuencias dramáticas a corto y medio plazo. Si el país castigado cuenta con un régimen autoritario que no va a perder las elecciones ni el control del escenario político, sus dirigentes no cambiarán de política, porque pensarán que su supervivencia personal no está en riesgo.

El futuro es por definición impredecible y las guerras elevan esa impresión a categoría de idea incuestionable. También es el arma con que los gobiernos más poderosos advierten a sus ciudadanos de que salirse de la línea oficial sólo producirá más daños económicos o una vergüenza nacional que nadie estaría dispuesto a aceptar.

Es más fácil anunciar que el tiempo corre en contra del enemigo. “Quien controla el pasado, controla el futuro”, dice la conocida frase de la novela '1984', de George Orwell. En tiempos de guerra, un Gobierno cuenta con muchos más incentivos para asegurar a la gente que el presente no importa, porque controla el futuro.

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