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OPINIÓN

La solidaridad significa desmantelar el sistema en todo el mundo

Protestas contra el racismo en Austin, Texas.

Noam Chomsky, Yanis Varoufakis y otros

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Un nuevo movimiento de solidaridad está surgiendo. De Los Ángeles a Sao Paulo, de Minneapolis a Londres, Black Lives Matter [las vidas negras importan ] es un grito y una demanda que se escucha en todo el mundo.

El mensaje de este movimiento es poderosamente simple: dejen de matar a la gente negra –en sus casas, en las calles y viajando por el mar a costas más seguras–. Sin embargo, en su simplicidad contiene la semilla de una transformación radical en nuestro sistema planetario, enfureciendo contra una máquina de despojo racista para dar lugar a la liberación colectiva y comunal en todas partes.

La última década ha presenciado un giro radical en dos direcciones aterradoras: volverse hacia adentro y tomar medidas drásticas. Una nueva cohorte de autoritarixs ha rechazado la cooperación internacional en un repliegue hacia el Estado-nación y sus antiguos mitos de la sangre y el suelo. Un nuevo conjunto de tecnologías de vigilancia nos ha hecho retraernos más, reforzando y militarizando el control estatal sobre nuestras comunidades. Además, el inicio de la pandemia del Covid-19 nos ha forzado a un mayor aislamiento, introduciendo en algunos casos la amenaza de un estado de excepción permanente y la ley marcial asociada a él.

En todo el mundo, los movimientos de protesta se están levantando y extendiendo. En las calles de Santiago, lxs jóvenes chilenxs se manifestaron contra las condiciones generalizadas de pobreza, precariedad y violencia policial. En toda la India, millones de activistas se enfrentaron al racismo y a la violencia antimusulmana del Gobierno de Modi. Y en el Líbano, lxs manifestantes han desafiado el encierro para exigir sus derechos básicos a la alimentación, el agua, la atención sanitaria y la educación.

Estas son las condiciones planetarias en las que han estallado las protestas a través de los Estados Unidos. Sin embargo, hay algo excepcional en estas protestas –aunque sólo sea que exponen una profunda fisura en la doctrina del “excepcionalismo estadounidense”. No podemos ignorar la particular hipocresía del hegemón, que se jacta ante el mundo de sus “misiones cumplidas” y de las libertades concedidas mientras oprime a sus poblaciones negras, morenas y nativas en su propia tierra. Tampoco debemos pasar por alto la apertura que estas protestas han generado para romper con este poder hegemónico y avanzar hacia un mundo descolonizado y multipolar.

Una apertura es una apertura, no una garantía. Las escenas que han surgido de estas protestas internacionales son las de un sistema en un punto de quiebre. Pero no hay garantía de la dirección en la que se romperá. Sería un grave error subestimar las fuerzas reaccionarias y su capacidad de aprovechar la oportunidad actual para avanzar en su visión represiva de “LAW & ORDER!” (¡LEY Y ORDEN!), como tuiteó el Presidente Trump tan sucintamente.

Nuestro desafío, ahora y como siempre, es organizarnos: convertir estas expresiones espontáneas de solidaridad en un movimiento internacional duradero para desmantelar las instituciones de violencia estatal racista e investigar los abusos de los derechos humanos por parte de los departamentos de policía de los EEUU, su sistema penitenciario y, en particular, su Ejército.

Ese es el motivo por el que fundamos Internacional Progresista: hacer de la solidaridad algo más que un eslogan. Las marchas en ciudades como Auckland y Amsterdam han enviado una importante señal al Gobierno de EEUU de que el mundo está mirando. Pero ser testigo no es suficiente. Nuestra tarea es demostrar las formas en la que nuestra solidaridad puede superar las fronteras para dar un apoyo significativo a las personas que luchan en batallas desiguales en miles de lugares en todo el mundo.

Eso significa aprender de las luchas de unxs y otrxs contra la violencia de Estado, como en el caso de lxs activistas libanesxs que compilaron un kit de herramientas para lxs manifestantes en todo EEUU. Eso significa proporcionar recursos, cuando sea posible, para apoyar a las víctimas de la violencia policial y a sus familias. Y significa identificar nuestros respectivos papeles en este sistema planetario, dondequiera que vivamos y hacer justicia en nuestras propias comunidades.

No toda solidaridad es igual. Con demasiada frecuencia, las expresiones de indignación por lo que está sucediendo “allá” sirven como una máscara para ignorar, descartar o minimizar de alguna manera la violencia ritual que ocurre aquí. Lxs europexs que marchan para retirar fondos a la policía de Minneapolis podrían exigir que sus propios Gobiernos dejen de financiar a Frontex, la autoridad fronteriza de la UE responsable de las expulsiones y deportaciones ilegales a lo largo del Mediterráneo.

Lo mismo ocurre en la dirección opuesta. La expansión del imperio estadounidense mediante la financiación ilimitada de su complejo militar-industrial ha provocado un efecto boomerang en el propio país, armando a las fuerzas policiales locales con el mismo equipo que EEUU ha desplegado en sus interminables guerras en el extranjero. Para que las protestas en los Estados Unidos den lugar a un nuevo sentido de solidaridad entre sus ciudadanxs, deben extenderse a todas las poblaciones que han sufrido la agresión imperial de los Estados Unidos y la ocupación sostenida, especialmente a las poblaciones nativas sobre cuyo despojo se fundó la propia nación.

La infraestructura de la policía racista ya es internacional. Los organismos encargados de hacer cumplir la ley en los Estados Unidos son entrenados por el ejército israelí. Los productores de armas de EEUU suministran a las fuerzas policiales en todo Brasil. Las empresas estadounidenses proporcionan al Gobierno indio tecnología de vigilancia. Y los métodos estadounidenses de stop-and-frisk (detención y registro) en barrios de minorías se han exportado a todo el mundo.

La tarea de nuestra Internacional Progresista es hacer un balance de esta infraestructura internacional –escuchar a lxs activistas y organizadorxs que han dedicado sus vidas a esta lucha– y trabajar con ellxs para desmantelarla: ladrillo por ladrillo, dólar por dólar, departamento de policía por departamento de policía.

Firmantes:

Noam Chomsky, Hilda Heine, Ece Temelkuran, Gael García Bernal, Áurea Carolina, Celso Amorim, Renata Avila, Srecko Horvat, Scott Ludam, Carola Rackete, Yanis Varoufakis, John McDonnell, Andres Arauz, Alicia Castro, David Adler, Aruna Roy, Nikhil Dey, Ertuğrul Kürkçü, Nick Estes, Paola Vega y Eli Alcorta Gomez

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