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¿'Spitzenqueeé'? El sistema de candidatos para gobernar la UE que tiene a los líderes europeos sin dormir

El candidato del Partido Socialista Europeo (PSE) a la Presidencia de la Comisión Europea, el holandés Frans Timmermans, y el candidato del Partido Popular Europeo (PPE) a la presidencia de la Comisión Europea, Manfred Weber, durante un debate en el programa de televisión holandés Nieuwsuur, el 20 de mayo pasado.

Andrés Gil

Corresponsal en Bruselas —

¿Spitzenqueeé? ¡Spitzenkandidaten! ¿Perdooón? El palabro cogió sentido político en la Unión Europea en 2014. Fue cuando, por primera vez, se ideó que el presidente de la Comisión Europea, cuya potestad para elegir reside en el Consejo Europeo, en los jefes de gobierno de la UE, surja de los nombres elegidos en campaña electoral por las familias políticas. Es decir, se intentaba la ficción de que los votantes de la UE elegían en las elecciones europeas entre diferentes carteles electorales en función de la ideología. 

No eran listas transnacionales. Pero se intentaba dar un poco el pego con el fin de que parezca que los electores eligen entre un abanico de candidatables a presidir la Comisión Europea. 

El sistema más o menos se apañó en 2014. De acuerdo con los tratados europeos, se conjugó el resultado de las elecciones europeas –ganó el PPE– con el sistema de spitzenkandidaten, por el cual el nombre elegido por la familia popular, el luxemburgués Jean-Claude Juncker –frente al francés Michel Barnier– se convirtió rápidamente en el señalado para presidir.

Entonces, influyeron tres motivos: que la gran coalición entre socialdemócratas y populares se bastaba y sobraba para hacer y deshacer; que el candidato socialdemócrata, Martin Schulz, concedió la derrota en la misma noche electoral y se conformó con la presidencia del Parlamento Europeo, puesto que llevaba desempeñando desde 2012; y que Juncker tenía un largo currículum aunque viniera de un país pequeño –exprimer ministro, expresidente del Eurogrupo, exmininistro de Finanzas...–.

Pero ahora han cambiado las circunstancias: ya no se valen solos socialdemócratas y populares, ahora necesitan otros actores –liberales, verdes–, lo cual permite sumar mayorías alternativas e introducir un elemento parlamentarizante en el método de los spitzenkandidaten: no es que el candidato de la familia más votada se convierta automáticamente en presidente de la Comisión, sino que es aquel que más escaños logre concitar en torno a sí en el Parlamento Europeo. Esta interpretación, lógicamente, la hacen más los socialistas y liberales que los populares, porque les interesa más replicar literalmente el modelo de 2014.

El cambio de circunstancias también tiene que ver con otros dos elementos: el PPE ya acumula cinco años más al frente de la Comisión Europea –15 años seguidos–  y el candidato popular, Manfred Weber, carece del carisma y el currículum de Juncker y de su rival socialdemócrata actual: Frans Timmermans, exministro de Finanzas holandés, exvicepresidente primero de la Comisión Juncker y políglota.

En definitiva: socialistas y liberales quieren aprovechar los números en la Eurocámara para desplazar al PPE –ya habló en campaña Timmermans de forjar una mayoría “desde Tsipras a Macron”–, que además presenta un candidato que genera dudas hasta en sus propias filas. 

Y con todos esos ingredientes en la turmix, se lleva desde el 26 de mayo intentando arrebatar al PPE la presidencia de la Comisión Europea en favor de Timmermans, algo que pueden dar los números en el Parlamento Europeo si los populares dejan caer a su hombre, Manfred Weber. 

Y este domingo parecía que estaba la cosa hecha. Según ha revelado Pedro Sánchez este lunes, el acuerdo lo cierran Weber y Timmermans, para ir el socialista a presidir la Comisión y el popular, la Eurocámara. Pero los líderes populares se lo han tomado como un trágala cocinado por Angela Merkel, Pedro Sánchez, el holandés Mark Rutte y el francés Emmanuel Macron. Y se han negado a aceptarlo, respaldados también por Italia y los cuatro de Visegrado –Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia–. 

Vía muerta. O, al menos, moribunda.

El problema de matar la vía de Weber, con la alianza de socialdemócratas y liberales, y de oponerse a la de Timmermans, es que se apuntilla el mecanismo de los spitzenkandidaten. Algo en lo que no creen los liberales –presentaron siete candidatos a la vez– ni Macron –siempre dice que el sistema no tiene sentido sin listas transnacionales porque no es más que una ficción sin la legitimidad de las urnas– o el italiano Conte, quien este lunes a las siete de la mañana seguía diciendo que no había que cerrarse a otras alternativas.

Pero si se hace lo que pide Macron –mirar otros nombres– o lo que pedía Conte... se cae, en principio, en oposición frontal con los grupos en el Parlamento Europeo, sobre todo populares, socialdemócratas y verdes. Y si eso es así, está por ver cómo se consigue que el Parlamento Europeo vote un candidato señalado por el Consejo Europeo no salido del proceso de spitzenkandidaten. Y eso es así porque, aunque es cierto lo que dice Macron de que sin listas transnacionales el sistema es un juego de espejos, es verdad que es un relativo avance en comparación con que la decisión la tomen solo 28 líderes en una sala y lo tengan que acatar sin rechistar los 751 eurodiputados, los únicos miembros de instituciones europeas elegidos por sufragio universal.

Pero si esos 28 jefes de Gobierno, encerrados en una sala, no son capaces de ponerse de acuerdo en dar la presidencia de la Comisión a Weber o Timmermans y se ponen de acuerdo en dársela a otra persona ajena al proceso de spitzenkandidaten, estarán liquidando el sistema de elección de candidatos inaugurado en 2014 con relativo afán de apertura democratizante a la segunda de cambio.

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