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Alexander Litvinenko y la toalla más radioactiva del mundo

Los asesinos de Litvinenko, los antiguos espías rusos Andrei Lugovoi (izquierda) y Dimitri Kovtun (derecha), en una imagen de 2007.

The Guardian

Luke Harding —

En un caluroso día de otoño, dos hombres rusos llegaron a Grosvenor Street, en el centro de Londres. Se llamaban Andrei Lugovoi y Dmitry Kovtun. La fecha exacta: 16 de octubre de 2006. Habían llegado esa mañana procedentes de Moscú transportando una mercancía que los servicios de aduanas del Reino Unido no consiguieron detectar. No se trataba de drogas, tampoco de una gran suma de dinero, sino de algo inaudito en ese país.

Se trataba de polonio, un isótopo altamente radioactivo. Probablemente es el veneno más tóxico que el hombre ha inhalado o ingerido, más de 100.000 millones de veces más letal que el cianuro de hidrógeno. Procedía de un reactor nuclear ruso. La misión de Lugovoi y Kovtun era transportarlo. Tenían que envenenar a Alexander Litvinenko, un disidente ruso que trabajaba para el MI6 y era muy crítico con el gobierno de Moscú. Los asesinos no tenían nada personal contra su víctima. Los había enviado la agencia de espionaje rusa FSB (Servicio Federal de Seguridad, sucesora del KGB), en una operación que con toda seguridad había sido aprobada por el presidente del país, Vladimir Putin.

Scotland Yard nunca ha conseguido determinar cómo los asesinos transportaron el polonio. Se trataba de cantidades muy pequeñas y fáciles de disimular. Existen varias hipótesis: el veneno se había introducido en un recipiente con la ayuda de una pipeta, se utilizó un aerosol o tal vez se sustituyó la tinta por el veneno en una pluma estilográfica. El polonio no suponía un peligro dentro de su recipiente. Fuera de él, era muy peligroso. E ingerirlo suponía una muerte segura.

Lugovoi y Kovtum no tenían ni idea de que lo llevaban. Eso se hizo evidente más tarde. En el Reino Unido se comportaron como idiotas y de forma bastante suicida. Nadie en Moscú parecía haberles informado de que el Po-210 era altamente radioactivo o que era posible seguir su rastro y saber los lugares concretos por los que habían pasado. Se ha podido identificar todo lo que estos asesinos tocaron durante su periplo por la ciudad.

Esa mañana, a las 11.49, Lugovoi llamó a Litvinenko desde el aeropuerto de Gatwick para confirmar la reunión que tenían esa misma tarde en la consultora de inteligencia Erinys, situada en Grosvenor Street. Litvinenko pensaba que se trataba de una reunión rutinaria. Lugovoi le había propuesto ser su socio y los dos iban a asesorar a empresas extranjeras que quisieran invertir en Rusia.

Los asesinos se desplazaron hasta el centro de Londres en tren. Dejaron sus pertenencias en el Best Western Hotel de Shafterbury Avenue, en el corazón del Soho londinense. La primera regla de oro de los espías es no llamar la atención. Sin embargo, desde que llegaron al Reino Unido no dejaron de llamar la atención por allí donde pasaron. No solo eran asesinos, también lo parecían. Parecían los villanos de una película de espías del KGB.

Cuando los dos hombres se cambiaron y se pusieron sus uniformes “de trabajo” provocaron las carcajadas del personal del hotel. El traje de Kovtun era de poliéster y plateado y el traje de Lugovoi también era llamativo. Lucían camisas y corbatas de colores y joyas bastante estridentes.

Según el responsable del hotel, Goran Krgo, los dos hombres se habían vestido como el típico gánster de Europa del Este. “La combinación de colores no tenía sentido, los trajes les iban demasiado grandes o demasiado pequeños. Era evidente que no estaban acostumbrados a llevar traje. Parecían una mona vestida de seda”.

A las tres de la tarde, Litvinenko se encontró con ellos en Grosvenor Street. Los esperaba Tim Reilly, el responsable de Erinys, que habla ruso. Los saludó y los invitó a pasar a la sala de juntas.

La reunión empezó con la costumbre británica de hablar del tiempo (soleado). Entonces Lugovoi cambió de tema y propuso que todos tomaran té. Comentó entre risas que los británicos siempre tenían una taza de té a mano. Reilly les dijo que no le apetecía tomar té porque acababa de beber agua pero Lugovoi insistió.

“No dejaban de preguntarme si quería té”, recuerda Reilly.

Un arma nuclear invisible

Reilly sirvió té a los tres invitados. Se sentó a la derecha de Litvinenko, que presidía la mesa y estaba de espaldas a la ventana. Lugovoi se sentaba en frente y Kovtun, a la izquierda de este último. Tras servir el té, Reilly fue al baño.

Se desconoce qué pasó después. Las pruebas forenses parecen indicar que Lugovoi o Kovtun echaron el polonio en el té de Litvinenko. Durante media hora, tuvo la taza de té enfrente, un poco a su izquierda. Un arma nuclear invisible. Probablemente, Lugovoi y Kovtun tuvieron que hacer esfuerzos por seguir la conversación. Solo se hacían una pregunta: ¿Cuándo iba a beber Litvinenko?

Litvinenko no se tomó el té. Nos podemos imaginar los pensamientos de Lugovoi y Kovtun cuando la reunión terminó sin que Litvinenko hubiese tocado la taza.

Cuando los científicos nucleares examinaron la mesa de la consultora pudieron constatar una alta contaminación radioactiva. El veneno se había vertido en la mesa. Reilly cree que tal vez él también era un objetivo de los asesinos. Un punto concreto de la mesa, frente a la silla donde se sentó Litvinenko, mostraba una radiación de 10.000 cuentas por segundo. Más tarde los científicos concluyeron que ese lugar concreto de la mesa era “el principal punto de contaminación”. Eso significa que la radioactividad solo pudo proceder del polonio. En otras partes de la mesa la radiación era de 2.300 cuentas por segundo. En una de las sillas, donde se sentaron Lugovoi o Kovtun, era de 7.000 cuentas por segundo.

Los rusos alegaron que fue Litvinenko quien los envenenó en este primer encuentro en Mayfair. Según esta versión, que los medios de comunicación del país dieron por buena, el resto de trazas radioactivas en la ciudad serían consecuencia de esta primera reunión.

Sin embargo, Scotland Yard desmontó esta teoría al reconstruir el periplo de Litvinenko ese mismo día desde su casa en Green Card, ya que utilizó su pase de metro y autobús. Se había subido al autobús 43 y más tarde entró en la estación de metro de Highgate, en dirección al centro de Londres. El autobús fue localizado y no tenía radioactividad.

En cambio, Lugovoi y Kovtun fueron dejando un espeluznante rastro nuclear a lo largo de su recorrido, también en las habitaciones del hotel, incluso antes de su reunión con Litvinenko. Cuando salieron de Erinys, Litvinenko los llevó a su establecimiento Itsu favorito, en Piccadilly Circus, cerca del Ritz. Se sentaron en la planta baja. También allí se encontraron restos de polonio. Los asesinos se despidieron de Litvinenko.

Una pipa con resplandor radioactivo

Lugovoi aseguró que él y Kovtun habían dado un paseo de hora y media por el Soho. Entraron en un bar, el Dar Marrakesh, en Trocadero, y Lugovoi se fumó una pipa shisa de 11 euros en la terraza. Scotland Yard también consiguió localizar la pipa. De hecho, fue muy fácil encontrarla: por el resplandor radioactivo de su mango.

Cuando llegó a casa Litvinenko empezó a sentirse mal. Vomitó, aunque solo una vez. Estas arcadas fueron producidas por la exposición a la radiación, por el hecho de haber estado cerca del veneno. Litvinenko no le dio ninguna importancia. Sin saberlo, había sobrevivido a su primer encuentro con el polonio.

A la una de la tarde, los futuros asesinos regresaron al hotel. En algún momento de ese día o del siguiente Lugovoi manipuló el polonio en su habitación, la 107. Probablemente lo pasó de un recipiente a otro. Lo hizo en el lavabo. Lo sabemos porque el desagüe presentaba una radiación de más de 1500 cuentas por segundo. Otras partes del baño y de la habitación presentaban una radiación menor. La habitación de Kovtun, la 306, también estaba contaminada.

Los dos agentes rusos habían reservado dos noches de hotel y Lugovoi las había pagado por adelantado. Sin embargo, el día siguiente, un 17 de octubre, dejaron la habitación de forma precipitada y tomaron un taxi hasta el hotel Parkes, en Knightsbridge. Lugovoi indicó que cambiaron de hotel porque “no les había gustado el estado de las habitaciones”. Lo más probable es que lo hicieron para alejarse del veneno que Lugovoi había tirado por el desagüe.

La responsable de recepción, Guliana Rondini, estaba de guardia cuando los hombres llegaron al hotel. Tras intercambiar unas cuantas frases, Lugovoi le hizo una pregunta: ¿Sabía de algún sitio divertido donde él y Kovtun pudieran conocer algunas chicas? Rondini estaba acostumbrada a gestionar este tipo de preguntas con tacto. Les recomendó un establecimiento al otro lado de la calle. “Era un local conocido por sus chicas, era un burdel”, explica. También les recomendó un restaurante italiano: “Podías pedir una pizza pero también pedir una chica. Lo llamaría pizza con un extra”.

Sobre las once y media de la noche Lugovoi llamó a Litvinenko y le dijo que se estaba perdiendo toda la diversión. Le explicó que él y Kovtun habían alquilado una bicitaxi e iban a dar un paseo de una hora por el centro de la ciudad; dos asesinos de guardia divirtiéndose en un Soho iluminado. El conductor de la bicitaxi era polaco. Hablaba un ruso bastante decente. Parece ser que volvieron a preguntar dónde podían conocer algunas chicas. El hombre les recomendó un club privado en Jermyn Street que era popular entre los rusos adinerados.

Se trataba de HeyJo, un club fundado en 2005 por Dave West, con el dinero obtenido con un puesto de frutas y verduras en Essex. Tenía espejos en la pared, cubículos de color de rosa, camareras con el disfraz de “enfermera traviesa” y un pene de bronce. También tenía una pista de baile y un restaurante de temática rusa, el Abracadabra, decorado con mesas plateadas. La temática burdel también impregnaba los aseos, con grifos con forma de pene.

Lugovoi y Kovtun estuvieron dos horas en HeyJo y se fueron del local a las tres de la madrugada. Los detectives encontraron rastros de radiación en el cubículo nueve, en el respaldo y en los cojines. También estaban contaminados, pero con niveles más bajos, una mesa del restaurante, un banco y la puerta del baño de caballeros. No se encontraron restos de polonio en el pene. El suelo tampoco estaba contaminado. Parece ser que los hombres de Moscú no bailaron.

Tampoco ligaron. A la mañana siguiente, cuando dejaron la habitación para dirigirse al aeropuerto, Rondini le preguntó a Lugovoi si se lo habían pasado bien. Su respuesta fue sorprendentemente sincera: “No tuvimos mucha suerte”.

Té, en tetera de plata

Solo nos podemos imaginar las conversaciones de Lugovoi con sus jefes del FSB tras este primer intento de asesinato. Había fracasado, en resumen. Lo que sí sabemos es que pocos días después regresó al Reino Unido, en esta ocasión solo, llevando consigo otro recipiente con veneno radioactivo. Voló de Moscú a Londres el 25 de febrero, en el vuelo 875 de British Airways.

Voló en clase business, en el asiento 6K. Poco después de medianoche llegó al Sheraton Park Lane, un hotel con vistas a Piccadilly. La decoración del hotel era bastante decadente. Lugovoi se quedó en la habitación 848, en el octavo piso.

Se encontró con Litvinenko en la planta baja, en una sala de té con muebles de estilo art-déco y con pinturas, jarros y lámparas chinas. Litvinenko había comprado dos teléfonos de prepago para comunicarse de forma segura. Como siempre, él bebió té, servido en una tetera de plata. Lugovoi pidió tres copas de vino tinto y un cigarro cubano.

Por algún motivo que se desconoce, Lugovoi no virtió polonio en el té de Litvinenko. Una posible explicación es que el salón tenía cámaras de seguridad. O tal vez sospechaba que lo estaban observando. ¿Los servicios de inteligencia británicos lo estaban siguiendo? (La respuesta es que no). Tal vez había recibido nuevas órdenes de Moscú. Por algún motivo, lo cierto es que Lugovoi decidió suspender la operación.

Esto le planteó un dilema: ¿Qué podía hacer con el veneno? Encontró una solución muy sencilla. Volvió a echar el polonio por el desagüe del lavabo de su habitación de hotel, en esta ocasión lo secó con dos toallas. Todo parece indicar que el recipiente terminó en un contenedor blanco situado al lado del lavabo.

Cuando los científicos entraron en la habitación de hotel presenciaron una escena digna de una película de terror atómico. La puerta de la habitación presentaba elevadas dosis de radioactividad, con más de 30.000 cuentas por segundo. La radioactividad en el interior de la habitación era todavía más elevada y en el baño era incluso peor. El cubo blanco del baño registraba lo que los científicos llaman “una desviación a escala completa”, unos niveles monstruosos de más de 30.000 cuentas por segundo. Todo estaba contaminado: la pared situada detrás del lavabo, el suelo, la bañera y la puerta del baño.

Los dos científicos, que iban equipados con un traje especial, miraban sus instrumentos de medición con incredulidad. Pidieron permiso para salir de la habitación y todo el equipo abandonó el sitio por motivos de seguridad.

La toalla más radioactiva de la historia

Sorprendentemente, dos meses más tarde los detectives encontraron las toallas que Lugovoi había utilizado. Habían quedado atrapadas en un conducto de la lavandería en el sótano del hotel. La ropa sucia de todo el hotel bajaba al sótano a través de un conducto de servicio de un metro por un metro y las toallas se encontraban debajo de una montaña de sabanas y toallas sucias. La toalla de baño de Lugovoi se encontraba dentro de una bolsa verde de la lavandería, en un estante, mientras que la toalla de mano fue hallada debajo de todo de la montaña de ropa sucia.

Los niveles de radiación eran tan alarmantes que las toallas fueron enviadas a unas instalaciones nucleares situadas en Aldermaston, en el Reino Unido. Se trataba de un nivel de contaminación sin precedentes. La toalla de baño registraba unos niveles de radioactividad superiores a 6.000 cuentas por segundo o 130.000 becquereles por centímetro cuadrado.

Sin embargo, el objeto que registraba una radioactividad más alarmante era la toalla de mano. Una primera lectura evidenció “una desviación a escala completa” de más de 10.000 cuentas por segundo. Una segunda lectura en las instalaciones nucleares dio unos resultados sorprendentes: más de 17.000 becquereles por centímetro cuadrado.

Para ponerlo en contexto, el equivalente de 10.000-30.000 becquereles absorbidos por la sangre de un hombre adulto sería letal en menos de un mes. Esa toalla fue el objeto más radioactivo que encontró Scotland Yard durante la década que investigó el asesinato de Litvinenko. Es probablemente la toalla más radioactiva de la historia.

Fragmento de A Very Expensive Posion (Un veneno muy caro), de Luke Harding. Guardian Faber, 12,99 libras.

Traducido por: Emma Reverter

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