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The Guardian en español

Colombia espera que las promesas de La Habana puedan devolver la paz a El Paraíso

Las zonas de concentración de las FARC para entregar sus armas estarán en doce regiones

Sibylla Brodzinsky

El Paraíso, Colombia —

Durante la mayor parte de los últimos cincuenta años, la vida en el paraíso ha sido un verdadero infierno.

El pueblo de El Paraíso, un feudo histórico de los guerrilleros de izquierdas de las FARC, ha vivido bombardeos, emboscadas, asesinatos, amenazas y las detenciones masivas de residentes sospechosos de haber colaborado con los rebeldes. Toda la zona está plagada de minas antipersona. “Todos los días podíamos encontrar uno o dos cadáveres en el tramo de carretera que va desde aquí hasta el pueblo”, explica Catalina, que ha vivido en esta localidad toda la vida y que ha visto tantos cadáveres que prefiere ser identificada con un pseudónimo: “Soy muy consciente de dónde vivo y cuáles son las reglas”.

Catalina y su marido tuvieron que irse de la localidad, situada a unos 40 minutos por carretera desde Algeciras, en la provincia de Huila, después de que las guerrillas amenazaran a su marido, ya que pensaban que este ayudaba a los desertores de las filas rebeldes. La familia pudo regresar tras convencer al comandante local de las FARC de que se trataba de un error, pero le quedó claro que podía volver a tener problemas en cualquier momento. “Al final de acostumbras a vivir con el miedo en el cuerpo”, indica Catalina.

Muchos colombianos no conocen otra realidad y siempre han vivido con temor. Sin embargo, ahora la situación podría cambiar, desde que el jueves se anunció el principio del fin de un conflicto que ha durado 52 años. El presidente Juan Manuel Santos y el líder de las FARC, Rodrigo Londoño, conocido como 'Timochenko', anunciaron un acuerdo de alto el fuego bilateral y definitivo, y el cese de las hostilidades entre las FARC y el gobierno, así como el inicio del proceso de desmovilización y de desarme de los rebeldes.

“Que este sea el último día de conflicto”, sentenció el jefe de las FARC, Timoleón 'Timochenko' Jiménez, con una voz quebrada por la emoción.

Se trata de un momento histórico para Colombia, soñado por la mayoría de los 45 millones de colombianos y que, sin embargo, pensaron que nunca llegarían a ver. Y si bien muchos colombianos se muestran muy esperanzados, también les asaltan las dudas y la inquietud. “Una cosa es que las guerrillas abandonen las armas y la otra es que sin justicia social o inversiones en la zona rural, no habrá paz”, explica Catalina.

Como parte del acuerdo, el gobierno se ha comprometido a promover grandes inversiones para el desarrollo rural y a propiciar que las FARC se transformen en un partido político legal. Las FARC se han comprometido a propiciar la erradicación de los cultivos ilegales que les permitieron financiar este conflicto. Sus rebeldes también se han comprometido a localizar minas antipersona y a participar en su destrucción. También se han comprometido a compensar a las víctimas.

Sin penas de prisión

Como parte de un acuerdo especial en torno a la justicia, los líderes de las FARC que confiesen los crímenes que han cometido no irán a la cárcel, y deberán cumplir penas alternativas que podrían incluir acciones de reparación a las víctimas y trabajo comunitario. “Suena muy bien, pero podría ser que al final solo sean promesas”, indica Catalina.

Una encuesta de opinión del Centro Nacional de Consultoría muestra que más de la mitad de los colombianos afirma que lo que más miedo les da de este acuerdo de paz es que una o ambas partes no respeten los compromisos adquiridos. En un contexto de debilitamiento del crecimiento económico, muchos temen que el gobierno no pueda cumplir su promesa de propiciar la inversión tras el conflicto. La desconfianza generalizada hacia la guerrilla hace que muchos teman que finalmente no entreguen las armas.

El 37% de los encuestados cree que el gobierno está haciendo demasiadas concesiones. Este temor ha sido alimentado por una campaña organizada por los críticos del proceso de paz, liderada por el expresidente Álvaro Uribe, que ahora es un senador de la oposición. Con el argumento de que “Santos está cediendo el control del país a las FARC”, Uribe impulsó una campaña de recogida de firmas por las principales ciudades del país con el lema “Sí a la paz, pero no así”.

Los detractores critican el acuerdo en torno a la justicia, ya que consideran que en la práctica garantiza la impunidad de miles de delitos cometidos por las FARC. La organización Human Rights Watch también se ha mostrado en contra de este acuerdo.

Sin embargo, en un lugar remoto de Colombia, las FARC afirman que está preparadas para asumir la responsabilidad por lo que ellos llaman “errores cometidos”.

En la guerrilla desde los 12 años

En un puesto de avanzada de las guerrillas en las montañas de la región de Magdalena Medio, el comandante Alberto Camacho prepara a sus tropas para que aprendan a defenderse con argumentos políticos y no con sus AK-47, si bien él mismo reconoce que tiene sentimientos encontrados. “Va a ser muy duro”, reconoce Camacho, comandante del bloque Magdalena Medio de las FARC y que se unió a la guerrilla 37 años atrás, cuando solo tenía 12.

“Para nosotros, el acuerdo implica un cambio de vida radical, un régimen diferente”, explica: “Hace muchos años que llevamos uniforme, es una etapa completamente diferente”. La rutina de los guerrilleros ya ha cambiado. “Antes, nos levantábamos y nos íbamos a las trincheras”, indica Camacho. “Ahora, nos levantamos y vamos a reuniones o estudiamos el acuerdo de paz”.

Camacho indica que las guerrillas mostraron su voluntad de cumplir con el acuerdo cuando declararon un alto el fuego unilateral en julio de 2015. Desde entonces, el grado de violencia ha caído a mínimos históricos y según el Centro de Recursos para Análisis de Conflicto radicado en Bogotá, las FARC solo han organizado 10 acciones de ofensiva en los últimos 11 meses, que han causado la muerte de un civil y de tres soldados.

Camacho explica que sus soldados mostraron un autocontrol extraordinario en febrero cuando un grupo integrado por unos 200 guerrilleros fue víctima de una emboscada cuando se dirigía a una reunión para ser informado de los avances del proceso de paz por parte de los miembros del equipo negociador.

Cinco rebeldes resultaron heridos, pero los guerrilleros afirman que no contraatacaron. “Podría haber sido una masacre pero decidimos respetar el alto el fuego”, señala Camacho: “Les dijimos quienes éramos y los soldados se disculparon”. “Nos pareció una provocación y decidimos no seguir su juego”, dice.

El acuerdo alcanzado exige mucho más a los guerrilleros que dejar las armas de lado. El cese de hostilidades también implica abandonar la estrategia de extorsión a los empresarios, a los conductores de autobús y a los pequeños comerciantes. En El paraíso, la extorsión sigue siendo una práctica habitual, a pesar de que las guerrillas armadas y uniformadas se retiraron de la zona cuando empezaron las negociaciones de paz en 2012. Una red de colaboradores civiles conocidos como “los milicianos” se encarga de recoger el dinero.

Los líderes de la comunidad indican que, a pesar de que el acuerdo de paz parecía inminente, nadie se atrevía a no pagar. “Sin embargo, llegará el día en que alguien les diga que nunca más”, afirma uno de ellos. Según Catalina, la construcción de la paz verdadera empezará cuando ese día llegue. “Hasta entonces, resulta difícil de creer”.

Traducción de Emma Reverter

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