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The Guardian en español

EN PRIMERA PERSONA

El consuelo para jóvenes rusos como yo es que Putin está cavando su propia tumba en Ucrania

Detenido en Rusia en protestas contra la guerra.

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La razón por la que no estás viendo el estallido de una revolución en Moscú no es porque a la población no le importe la situación en Ucrania. Al contrario, mis redes sociales echan humo con mensajes de rusos que se oponen a la guerra. “¿Qué nos ha pasado?”, se preguntan: “¿Cómo hemos llegado a esto? Es una locura”.

Se sienten culpables por ser rusos. La gente está quemando sus pasaportes ante las cámaras. A la mierda, yo mismo he publicado: “Soy ruso pero Putin no es mi presidente”.

Muchos están en contra, pero muchos menos salen a protestar. Es importante recordar que los ciudadanos de a pie en Rusia están aterrorizados. El primer día del conflicto, casi 1.000 manifestantes fueron detenidos en toda Rusia por salir a la calle, simplemente por llevar un cartel que decía: “No a la guerra”. Según la fuente independiente OVD-info, en los primeros cuatro días de conflicto fueron detenidas más de 5.200 personas.

Mi amigo terminó en la cárcel por el simple hecho de caminar por la misma calle que los manifestantes. Un profesor de Sociología, Grigory Yudin, fue detenido en el centro de Moscú y, al parecer, fue golpeado en la parte trasera de un autozak (un vehículo de la policía).

En estos momentos hay más unidades policiales de las que puedo contar, con nombres de nuevo cuño como Rosgvardiya (fuerza militar interna de Rusia) y son implacables. Estas fuerzas se crearon hace varios años con el mandato de recorrer las calles de Moscú (y de otras ciudades) e impedir que ocurra algo “sospechoso”.

No importa si eres un chico de 18 años o una mujer embarazada, te golpearán, te meterán en una furgoneta y te llevarán a comisaría para interrogarte. Cuando un antiguo agente del KGB es presidente del país, el país funciona como una cárcel gigantesca.

Putin está loco

Para los rusos, está dolorosamente claro que esta guerra no tiene ningún sentido. Putin está distorsionando la historia, lamentando la caída de la Unión Soviética y haciendo afirmaciones sobre cómo la OTAN ha ido ganando terreno, con el único propósito de justificar su propia locura. Creo que la verdadera respuesta a la pregunta que se hacen los usuarios en las redes sociales, “¿cómo hemos llegado a esta situación?” es que Putin está loco.

No sé cuándo ni por qué Putin ha tomado esta decisión. Tal vez sea una cuestión de edad. Tal vez su aislamiento durante la pandemia hizo que se cuestionara su legado. No sé qué pensar.

Cuando mi mujer, que es ucraniana, y yo nos despertamos el jueves pasado en una habitación de hotel de Dubai, todo nuestro mundo estaba patas arriba. Escuchamos el discurso televisado de Putin sobre la operación militar. Veinte minutos después, apagamos el televisor. Nos asustó la vaguedad de su discurso. ¿Qué era una “operación militar especial”? ¿Estábamos ante una declaración de la tercera guerra mundial? Estábamos asqueados por la representación teatral de un presidente que nunca habíamos elegido. Nos repugnaba aún más pensar que la mayoría de la gente en Rusia le creía.

Sin ideología coherente

Hay una enorme brecha de opiniones entre los “nuevos rusos” -mi generación, gente nacida en los años noventa, que nunca vivió en la época soviética- y la generación anterior. Ninguno de mis amigos rusos se cree que Putin no estuviera planeando esta guerra desde hace tiempo. Los rusos de más edad se alimentan de mentiras a través de la televisión y otros medios de comunicación que les convencen de que lo que está haciendo Putin está justificado.

El gran problema es que Rusia no tiene una ideología coherente. No hay una visión compartida del mundo. En su lugar, la idea simplista que se ha impuesto es una historia de “nosotros contra ellos”. Es muy fácil de vender y consigue votos. Esa es la agenda que Putin ha estado impulsando durante los últimos diez años.

Alega que Ucrania es un enemigo que históricamente ha formado parte de Rusia, pero que se ha vendido a la OTAN. También afirma que todo el mundo es una marioneta de Estados Unidos.

Es una visión muy contagiosa. Cuando intentas razonar con una persona normal en Rusia, te puede decir algo como: “La televisión tiene razón y tú estás equivocado. Quizás eres un agente de la CIA”. Muchas personas viven con un miedo constante y les resulta más fácil creer lo que se les dice. Pensar de forma distinta al rebaño puede costarles la libertad.

Ninguno de mis amigos rusos más jóvenes que viven en el extranjero está sorprendido. Estamos tan acostumbrados a sentirnos decepcionados y avergonzados por nuestro Gobierno que apenas sentimos vergüenza. Como los hijos de padres maltratadores, después de muchos años de negligencia, ya no podemos discernir lo que es normal y lo que no lo es. Nos limitamos a suspirar, sacudir la cabeza y afirmar: “Bueno, ¿qué esperabas?” Los “rusos globales”, como nos llamamos a nosotros mismos, hace tiempo que renunciamos a la posibilidad de tener un país y un gobierno del que estuviéramos orgullosos.

La guerra de Afganistán

No puedo evitar acordarme de la guerra soviética con Afganistán: 15.000 rusos muertos. Nueve años de combate. Mi madre me contaba historias de sus antiguos compañeros de clase, personas a las que conocía de verdad, que regresaban en ataúdes. Fue un esfuerzo totalmente inútil que le costó a Leonid Brézhnev la economía del país y contribuyó al colapso de la Unión Soviética.

Putin, tan aficionado a la historia, está cavando su propia tumba sin saberlo. Con el Swift bloqueado y enfrentándose a las sanciones de la Unión Europea, Estados Unidos y Reino Unido, en cuestión de años pondrá al país en una situación límite. Y llegados a este punto, la población perderá el miedo. Si la historia nos enseña algo, es que la población, incluso la más obstinada y paciente como la rusa, no tolera pasar hambre. Cuando el dinero se acabe, también se acabará el tiempo de Putin.

Y nosotros, la nueva generación de rusos, estaremos esperando.

* Sergey Faldin es escritor y podcaster en Tiflis, Georgia.

Traducción de Emma Reverter

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