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The Guardian en español

El fin del sitio de Alepo trasladará la guerra a otras zonas de Siria

Un par transeúntes recorre algunas de las calles de Alepo.

Martin Chulov

Beirut —

La batalla de Alepo está a punto de terminar. Los sirios desesperados que siguen atrapados en el último reducto rebelde tienen pocas opciones: rendirse a las fuerzas leales al régimen, quedarse y enfrentarse a la captura o aceptar las condiciones de un acuerdo de última hora que permite su huida.

Alepo será expurgada de las fuerzas de oposición y de cualquiera que simpatice con ellas. Los que huyan o se ganen el perdón de los conquistadores se enfrentarán al exilio. Probablemente sean enviados a la provincia de Idlib, bastión del grupo Jabhat al Nusra, la última encarnación de Al Qaeda y considerado terrorista por todos los participantes en la guerra.

Difícilmente Idlib les sirva de refugio. Después de Alepo, Idlib se convertirá en el último bastión urbano no controlado por el régimen, a excepción de Raqqa, tomada por ISIS. Comunidades rebeldes de otros rincones de Siria ya derrotados también han sido enviados a Idlib tras las victorias del régimen. Allí han seguido siendo bombardeados por aviones rusos y sirios.

La presencia de yihadistas ofrece la excusa perfecta para que continúen los ataques. Su presencia entre los rebeldes ha sido un tema constante en el relato del régimen para justificar que está combatiendo contra grupos terroristas. Tenerles a todos allí mezclados es útil a ese mensaje y augura un futuro triste para los derrotados.

Probablemente se demuestre verdadera la afirmación de Asad de que el futuro de Alepo será decisivo en la guerra. Pero la agonía de la victoria esconde otra verdad: que no habrá estabilidad durante mucho tiempo. Lo mismo ocurrirá con uno de los dogmas centrales de Asad para justificar su liderazgo: la soberanía.

Irán y Rusia han llevado a Asad a la victoria, haciendo mucho más que su maltrecho Ejército por la derrota de la oposición. Irán ha tenido el control estratégico de facto sobre la ejecución de la guerra durante los últimos tres años. Grupos armados de Líbano e Irak, armados y organizados por Teherán, han sido fundamentales en la victoria en Alepo, un objetivo que había permanecido fuera del alcance de las fuerzas sirias desde que fueron expulsadas de la ciudad a mediados de 2012.

Desde el cielo diluviaba el fuego ruso sobre una ciudad que se había protegido con éxito de las diferentes insurrecciones a lo largo de su extensa historia. La devastación en el este de Alepo es impactante.

Alepo es diferente a la masacre de Hama de 1982, ordenada por el difunto padre de Asad, Hafez al Asad, y donde murieron unas 20.000 personas lejos de la mirada de la comunidad internacional. En Alepo el sufrimiento se ha mostrado regularmente al mundo. Ha sido tan largo y atroz y la respuesta internacional, tan insignificante que muchos de sus testigos han estado rogando para que acabase.

Asad no ha mostrado ningún indicio de aplicar la misericordia. Tampoco sus aliados que, por diferente razones, parecen resueltos a transformar esta victoria en una total, en todo el país. Aquí es donde se complicarán las cosas para el líder sirio, que debe su permanencia en el palacio presidencial a Teherán y Moscú. Ambas potencias participarán de forma decisiva en lo que venga después y, aunque hasta ahora han tenido un interés común en asegurar la supervivencia de Asad y la integridad territorial de Siria, la siguiente fase del conflicto probablemente será más difícil de navegar para el presidente sirio.

Irán quiere una Siria que refuerce a Damasco como puente para Hizbolá, brazo fundamental de su proyección política-militar contra Israel y Estados Unidos. Las autoridades iraníes también defienden que su papel en la victoria de la guerra les da un mayor peso en la definición del carácter nacional de Siria, en el que han invertido desde poco después de la revolución islámica de 1979, aunque nunca a esta escala.

Una Rusia resurgente también está decidida a pensar en el botín. Para Vladímir Putin Siria es una base desde la que proyectar la influencia rusa en la región después de la Primavera Árabe. En Oriente Medio, Rusia está expandiéndose en detrimento de Estados Unidos, cuya influencia ambos reconocen que ha disminuido. Nada de esto augura un buen futuro para aquellos en el último rincón arrasado de Siria, o aquellos que intentan resguardarse en Idlib, donde seguro que los ganadores irán a por ellos.

Las injusticias que alimentaron el conflicto siguen sin ser solucionadas. La desafección suní es un factor importante y, a veces, fundamental. Sin un proceso político que aborde estos problemas, la victoria militar no significará nada a largo plazo.

La miseria y la inseguridad entran en una nueva fase, pero no han acabado.

Traducido por Javier Biosca Azcoiti

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