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El dilema de Europa: salvar a Grecia o crear un Estado fallido

El primer ministro griego, Alexis Tsipras.

Paul Mason

La élite política europea tiene hasta mediados de junio para resolver un dilema existencial: respetar el acuerdo alcanzado en julio del año pasado y rescatar a Grecia o situar al gobierno radical de izquierdas en una situación de impago y crear, en la práctica, un Estado fallido en Europa.

Tras la reunión celebrada por el Eurogrupo este lunes ha quedado claro que se trata de un dilema de Europa; no es una cuestión que deba plantearse Grecia o el Fondo Monetario Internacional. La responsable del FMI, Christine Lagarde, ya advirtió a los europeos que este fondo, con sede en Washington, no participará en más rescates hasta que no se devuelva una parte sustancial de la deuda.

Por su parte, el primer ministro griego, Alexis Tsipras, se ha visto forzado a cumplir la última de las medidas exigidas por los acreedores: una reforma de las pensiones que empeorará la situación de todos aquellos que reciben más de 1.000 euros mensuales, y también tendrá que subir en un futuro las cotizaciones de los trabajadores. 

Sin embargo, los prestamistas han postergado la aprobación hasta el último momento y, una vez más, lo único que han logrado es situar a Grecia al borde de la quiebra. Si bien el crecimiento del país es mejor de lo previsto, los ingresos fiscales todavía dejan mucho que desear y aún no se ha desembolsado el dinero del rescate. 

Hay algo peor y más pérfido: todos estos meses de cruel pasividad han hecho mella en el estado de ánimo de la sociedad griega, que ha pasado a ser preocupante. La misma población que hace dos años empezó a pedir y a distribuir recibos impresos como muestra de la renovación moral colectiva, ahora ha desistido. Ahora, el lema más popular para un grafiti es “toda esta mierda política”. 

La única manera de poner fin a la crisis es restructurando la deuda. De alguna forma u otra, los acreedores de Europa, es decir, los contribuyentes de Alemania, Francia, Holanda y de los demás países, tienen que perder dinero. Lo podemos presentar como una extensión de los plazos acordados para el reembolso o le podemos dar la forma de una “deducción” que permita a los tesoros públicos del norte de Europa y al Banco Central Europeo anotar el valor de los 350.000 millones que han prestado a Grecia. Lo cierto es que lo tendremos que hacer. Y eso significa que los políticos de Alemania tienen que cambiar de opinión. 

La Europa que se impone por la fuerza

En el pasado, el principal problema de Europa era ser una economía de libre mercado trasnacional sin un gobierno democrático; tener un banco central  que estaba obligado por tratado a imponer la deflación, y una Alemania dispuesta a sobresalir, con una tasa de desempleo del 4% en comparación con la del 25% de Grecia, pero que no se quería imponer. Ahora, el problema es muy diferente: cuando la Unión Europea decidió dar la espalda a la voluntad del pueblo griego el pasado julio, se convirtió en una entidad política basada en la fuerza, no en la ley.

Impusieron su criterio por la fuerza la élite alemana y varios países de Europa del Este cuyos elementos en común son una tradición democrática poco sólida, economías controladas por las mafias y votantes de derechas que aún no han conseguido superar el trauma de la era soviética. 

En una segunda demostración de fuerza, Angela Merkel destruyó la coalición que había conseguido derrotar a los griegos al pasar por encima del Tratado de Dublín y permitir que un millón de refugiados entraran en Alemania. Europa del Este ha desafiado el llamamiento de Merkel a favor de que se establezcan cuotas de refugiados en función de la capacidad de los distintos países y cuando la canciller pidió que los refugiados fueran tratados con humanidad estos países construyeron muros de alambres en las zonas fronterizas. 

Así que ahora ya no estamos ante un debate en torno a la austeridad: estamos ante una batalla que se libra en tres frentes distintos y donde está en juego el alma de Europa: un centro que se siente asediado y que ve cómo se le escapa el gobierno de las manos, una derecha nacionalista y racista que vuelve a emerger y una izquierda radical y más moderna. Cuando Grecia pide una reducción de la deuda le está haciendo la siguiendo pregunta a los partidos europeos de centro: ¿De qué lado estáis? 

Los nuevos partidos y los indignados 

Además, la izquierda radical también tiene que tomar decisiones difíciles. Para comprender el porqué, primero tenemos que comprender de dónde procede su fuerza. Podemos, en España, se forma en 2011 a partir del movimiento de los indignados, integrado por millones de personas. Syriza, en Grecia, creció a partir de la “ocupación de las plazas” ese mismo año. Las 188.000 personas que se unieron al Partido Laborista británico durante y después de la campaña de Corbyn no son solo sindicalistas y viejos izquierdosos. Son esencialmente estudiantes comprometidos que adoptaron una nueva forma de ver la política durante el movimiento Occupy de 2010 y 2011 y muchos “verdes”. La transformación y el crecimiento del Sinn Fein en Irlanda surgen a partir de una protesta de las bases en contra de las tarifas de agua. 

Sin embargo, en cada uno de estos movimientos de izquierdas hay una desconexión entre la cultura política de los jóvenes que se relacionan a través de redes y círculos, y las estructuras y la ideología de estos partidos, que son una herencia de la izquierda de mediados del siglo XX. 

Aunque está en el gobierno, Syriza se ha vaciado de fuerza política. Y aunque sus líderes están dispuestos a afirmar que “impulsamos las medidas de austeridad pero nos quejamos” ahora ya no terminan con un “y no les funcionará”. 

Este vacío de la izquierda griega ha aumentado el pesimismo, el cinismo y el nacionalismo económico, así como grandes dosis de ira reprimida. “Estar incomunicado en una celda te enloquece más rápidamente que saber que vas a ser ejecutado”, es como se describe la situación en las cafeterías de Atenas. 

Tsipras ha hecho tantos esfuerzos por alcanzar un acuerdo con los acreedores que si finalmente lo logra en junio podría parecer que ha ganado. Sin embargo, si no encuentra la forma de reconstruir la izquierda para que sea un movimiento político y social, su victoria estará hueca. 

Para que tanto Grecia como Europa regresen a la senda de la justicia social y de los derechos humanos necesitamos, es así, partidos de izquierda modernos dispuestos a luchar contra el poder del capital. También necesitamos movimientos de base que impulsen cambios desde abajo. 

En el peor de los escenarios posibles, que el proyecto europeo fracase, lo único que podrá ofrecer la izquierda es precisamente este movimiento de base. La nueva generación de políticos de izquierdas debe comprender esto y salir de la burbuja en la que se encerró tras su victoria electoral. Los líderes europeos están muy cerca del desastre; ya no solo en Atenas. Los ciudadanos europeos deben movilizarse para garantizar que los últimos anos de esta década no serán recordados por las duras medidas de austeridad o el discurso racista y en contra de la inmigración.

Traducción de Emma Reverter

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