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The Guardian en español

La gran prioridad de Churchill fue saber cómo controlar a la clase trabajadora

En los últimos 12 meses se han estrenado dos biopics sobre Churchill

Paul Mason

“En los últimos días no ha habido noticias reales y la posibilidad de deducir lo que está pasando realmente es muy pequeña”, escribió George Orwell en su diario el 28 de mayo de 1940. “Anoche, E[ileen] y yo fuimos al pub para escuchar las noticias de las nueve. La tabernera probablemente no hubiera puesto la radio si no se lo hubiéramos pedido, y a todas luces nadie estaba escuchando”.

Eso fue el segundo día de la evacuación de Dunkerque, y solo unas pocas horas después Churchill había hecho su discurso ante el Gabinete, en el que dijo: “Si la larga historia de nuestra isla fuera a acabar al fin, dejémosla que acabe solo cuando cada uno de nosotros quede en el suelo, ahogándose en su propia sangre”.

El 28 de mayo, Bélgica se había rendido, el Ejército francés se derrumbó y los cazas preparados para llevar a cabo la evacuación de miles de tropas reunidas en la playa de Dunkerque estaban exhaustos. Sin embargo, una persona familiarizada con la información privilegiada como Orwell tenía que adivinar lo que estaba pasando cuando a la mayoría de la gente de todo el país no le importaba.

En los últimos 12 meses se han estrenado dos películas biográficas sobre Churchill y una espectacular sobre Dunkerque, pero ninguna capta realmente el peligro en el que se encontraba Reino Unido, y ninguna describe adecuadamente el heroísmo de Churchill tal y como fue.

Mis abuelos –mineros que habían vivido la huelga general de 1926– estaban ansiosos por ver a Churchill lejos del poder y votaron para que se fuera en la primera oportunidad en 1945. Eso fue porque había estado en el lado equivocado no solo de la historia sino también en el arte de gobernar durante la mayor parte de su carrera política: se equivocó en Gallipoli, malgastando las vidas de 45.000 soldados por culpa de su arrogancia y de una mala planificación. Un guerrero de estilo vengativo, desde los disturbios de Tonypandy en 1910 hasta la huelga general, y un completo racista en su justificación del dominio imperial en India.

Churchill dijo a Mussolini que el dictador fascista había “rendido un servicio al mundo” destruyendo el movimiento obrero italiano. “Si hubiera sido italiano, estoy seguro de que habría estado sin reservas con vosotros, de principio a fin, en tu lucha triunfante contra los apetitos y las pasiones bestiales del leninismo”, dijo durante una visita a Italia en 1927.

Si nos basamos en el principio de la redención para articular una buena historia, no debería haber sido difícil convertir el triunfo de Churchill de mayo de 1940 en una magnífica historia –y 'Darkest Hour', que se estrena con Gary Oldman como protagonista, sin lugar a dudas es un buen trabajo. El problema es que, incluso hoy en día, pocas personas que ven este tipo de películas entienden lo que estaba en juego durante la crisis de Dunkerque. Y esto es porque muy pocas versiones de la historia están preparadas para enfrentarse a su dimensión de clase.

La brecha entre clases y sus rivalidades eran enormes en 1940. El nivel de conjura de la élite por intentar apaciguar a Hitler es un dato desconocido para la mayor parte de los ciudadanos. También se desconocía la magnitud del desastre militar que se estaba produciendo. Y, como Orwell decía una y otra vez, muy pocos estaban interesados en las noticias sobre la guerra. A diferencia de lo que sucede hoy, los periódicos y los programas de noticias simplificaron las informaciones para mantener a la gente comprometida con la causa; los periodistas de la década mantuvieron esto a raya, se autocensuraron, y redactaron informaciones aburridas y, en gran medida, imposibles de comprender.

El Daily Mirror, por ejemplo, aseguraba a sus lectores en su portada del 28 de mayo de 1940 que los alemanes habían sido “frenados” en una “gran batalla”. La página dos la encabezaba una historia sobre un encuentro entre el “generalísimo” francés Weygand y el rey Leopoldo de Bélgica. El corresponsal de Reuters se hizo eco del detalle de que Weygand “entró en una posada del pueblo y pidió una taza de café y una tortilla”, pero omitió el hecho de que Leopoldo acababa de entregar todo el Ejército belga a los nazis.

Cuando decenas de miles de soldados regresaron, vencidos, el estado de ánimo se radicalizó. Los diarios de Orwell describen el mes de mayo de 1940 como el inicio de una “situación revolucionaria”, que se iba a desarrollar a medida que Londres y otras ciudades fueron aplastadas por la Luftwaffe.

Un mes después de Dunkerque, Orwell escribió en privado que “la creencia en una traición directa por el mando superior estaba muy extendida, lo suficiente como para ser peligrosa”. Aunque descartó las historias que señalaban que los oficiales habían huido de Dunkerque, dejando en la estacada a los soldados rasos, tomó nota de esa idea tan extendida y comprendió su significado político.

La elección de Churchill de combatir –pese a que, como cuenta el guionista de la película de Oldman, estuvo peligrosamente cerca de la idea de llegar a un acuerdo con Hitler– fue el resultado de un cálculo patriótico. Si no peleas, pierdes el imperio, fue una de las líneas de argumentación. La otra, implícita, pero comprendida sobre todo por los laboristas moderados en el Gobierno de coalición con todos los partidos –Clement Attlee y Arthur Greenwood– tenía que ver con la política interna.

Boris Johnson, en su reciente biografía sobre Churchill, construye una convincente historia alternativa sobre la siguiente cuestión: “¿Qué hubiera ocurrido al mundo en un ”universo sin Churchill“? La respuesta es la tiranía nazi por toda Europa. Pero Johnson no se atreve a completar la fantasía preguntándose qué podría haber supuesto esto a la política británica.

La respuesta es simple, habría explotado. En un universo sin Churchill, los líderes laboristas (bajo la presión de sus propias bases) puede que nunca se hubieran unido al Gobierno de coalición. Habrían roto con él si, bajo el amparo de un apagón informativo, el Gobierno británico hubiera entregado Malta, Gibraltar y algunas colonias africanas a Alemania y después hubiera demandado una paz por separado. Para vender esa paz al pueblo, se hubieran desplegado todos los aparatos: los medios de comunicación, la monarquía y el alto funcionariado.

El ingenio de Churchill en 1940 no fue sólo entender mejor que cualquier miembro conservador del Gabinete la situación militar, sino también las dinámicas del sistema de clases británico y lo que mantenía el radicalismo de la clase trabajadora bajo control.

Las dos películas recientes lo retratan como un elitista con defectos, que había pasado ya su mejor época, recurriendo a la emoción y a la fuerza de la voluntad para romper (de otro modo inexplicable) con su pasado accidentado. Por su parte, la película 'Dunkerque' retrata a Reino Unido como una especie de postal color sepia, en la que la gente dirige los botes de la flotilla como modélicas estatuillas con la música de las 'Variaciones Enigma' de Elgar (Nimrod es una de las variaciones y aparece en la banda sonora de la cinta).

Aunque las tres películas son dignas de ver, es importante entender que están construidas sobre una falsa realidad, en la cual se eliminan los conflictos de clase, la ignorancia y las profundas simpatías que profesaban al fascismo grandes sectores de la élite británica. Una vez que los tienes en cuenta, el carácter redentor de las acciones de Churchill se vuelven todavía más impresionantes.

Traducido por Cristina Armunia Berges

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