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Las elecciones de España son una batalla clave en la lucha europea contra el neofascismo

El presidente de Vox, Santiago Abascal, con el primer ministro húngaro, Viktor Orbán.

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Para echar un vistazo al futuro de Europa, solo hay que mirar los últimos acontecimientos de España en vísperas de unas elecciones generales el 23 de julio. Con el pretexto de defender al Estado nación tradicional y en un intento de convertir los comicios en una guerra cultural, la última estrategia de impacto del partido de extrema derecha Vox fue colocar una valla publicitaria en una de las principales calles de Madrid demonizando al feminismo, a la inmigración y a la comunidad LGBTQ+ con una papelera a la que sus símbolos eran arrojados violentamente.

Una retórica en la que profundizó el líder de Vox, Santiago Abascal, durante un incendiario debate electoral por televisión en el que pronunció la mentira de que casi el 70% de las violaciones en grupo son cometidas por extranjeros.

Las técnicas no son nuevas: durante el referéndum del Brexit de 2016, Nigel Farage encargó un polémico cartel en el que se veía a una multitud de inmigrantes dirigiéndose hacia el Reino Unido junto al mensaje “punto de quiebre”. No es casualidad que el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, mostrara exactamente la misma foto en sus carteles electorales, esta vez con el lema “Stop”. Hungría es el país europeo con menor número de ciudadanos nacidos en otro lugar, pero, en su campaña de “copiar y pegar”, Orbán logró que el tema ganador de las elecciones fuera la necesidad de levantar muros para frenar a unos “invasores” inexistentes.

El nacionalismo de Vox no se conforma con oponerse a la inmigración de otros países. Incluye ataques explícitamente dirigidos contra el movimiento feminista y el LGBTQ+, definidos por el partido de extrema derecha como amenazas para la misma existencia del Estado-nación.

En las coaliciones de gobiernos locales en las que participa, Vox ha impedido que haya iniciativas de igualdad de género, creando en su lugar “departamentos para las familias”. En Valencia, Vox ha forzado un cambio en la definición de la violencia de género, reduciéndola a una mera cuestión “intrafamiliar”. En Baleares, el partido está eliminando todos los reconocimientos formales al movimiento LGBTQ+.

Además, su programa ultranacionalista incluye terminar con los movimientos en favor de la autonomía regional y prohibir a los partidos políticos de Cataluña y del País Vasco que buscan la independencia.

Por supuesto, la derecha se centra en las guerras culturales para desviar la atención de sus políticas económicas neoliberales, que exigen privatizar servicios públicos, favorecer a la sanidad privada y recortar impuestos a los que más tienen, incluyendo la abolición del actual impuesto sobre las grandes fortunas, en vigor hasta 2024.

España y su audaz presidente del gobierno, Pedro Sánchez, ocupan en este momento la primera línea de defensa de los valores progresistas, luchando contra los intentos de la derecha de asfixiar un programa económico de reducción de la pobreza y mejora del empleo.

Vox no ganará de forma absoluta pero es muy posible que acabe dominando el próximo gobierno de España. El conservador Partido Popular, que ya está alineándose con la formación de extrema derecha en coaliciones de gobiernos municipales y autonómicos, necesitará su apoyo para construir una mayoría de gobierno.

María Guardiola, líder del PP en Extremadura, juró hace unas semanas que no pactaría con un partido que “niega la violencia machista, deshumaniza a los inmigrantes, y tira a la papelera la bandera LGTBQ+”, en sus propias palabras. Luego dio un giro de 180 grados y anunció que a su partido no le quedaba más remedio que pactar con Vox para gobernar.

Si el bloque de partidos de derecha acaba por delante de Sánchez, se romperá una historia de casi 50 años sin partidos neofascistas en el poder. Los de Vox habrán pasado de ser una panda de demagogos callejeros a formar parte del gabinete de ministros. Un terremoto político que, en el año de la presidencia española de la Unión Europea, se hará sentir por todo el continente.

Su poder envalentonará a las formaciones de extrema derecha que proliferan por Europa. El partido alemán de extrema derecha AfD ha registrado más de un 20% de apoyo nacional en todo el país y también ha obtenido una primera victoria clara en elecciones locales, acercándose peligrosamente a los conservadores de la CDU/CSU, que con solo un 25% del voto están siendo arrinconados para avanzar aun más hacia la derecha.

En Finlandia, la formación de extrema derecha Partido de los Finlandeses acaba de hacerse con siete ministerios en el recién formado gobierno de derechas. En Austria, parece que la formación de extrema derecha Partido de la Libertad gobernará el país tras las elecciones de 2024, uniéndose al gobierno de Fratelli d'Italia, el partido de extrema derecha que ya manda en Italia con Giorgia Meloni como presidenta.

¿Quién puede asegurar que el eslogan del Brexit, “Recuperar el control”, no va a ser la forma de llegar al poder para Marine Le Pen, con promesas de ponerle fin a la violencia callejera y restablecer el orden en una Francia fragmentada?

Las formaciones de extrema derecha europeas colaboran unas con otras desde julio de 2021, cuando 16 de ellas firmaron una declaración contra la integración en la Unión Europea. Una paradójica coalición internacional de partidos antiinternacionalistas que dicen hacer campañas exclusivamente nacionales, incitando el miedo a los de fuera. Esta coalición se ha puesto de acuerdo en que el nacionalismo, la tradición y la familia nuclear son los pilares de Europa contra el intento cosmopolita de destruir los Estados nacionales y sus culturas.

Mientras los centristas y los partidos progresistas sigan creyendo que el actual malestar con la globalización es algo pasajero, estos adalides de la guerra cultural serán los que se beneficien del deseo que la gente tiene de un cambio, y revertirán los últimos avances en derechos humanos y en cooperación internacional. Por no hablar de la agenda verde europea, que ya está siendo torpedeada por la derecha en Alemania, en Países Bajos y dentro del Parlamento Europeo.

Como ha reconocido Orbán, lo que permite a la derecha librar estas guerras culturales es el fracaso de la versión neoliberal de la globalización, que en un mundo volátil deja a los trabajadores desprotegidos. Son muchas crisis, desde la caída del poder adquisitivo hasta el empeoramiento de la contaminación, las que deben convencernos: no podemos regresar a un statu quo que ha fracasado.

Hay una agenda de políticas sociales y económicas positivas, progresistas y de alcance europeo, que gira en torno a la mejora del nivel de vida. Es la que sostiene Sánchez y la que tenemos que defender con convicción. Como escribió George Orwell en otra época, no podemos olvidar que solo “un esfuerzo moral” puede derrotar al nacionalismo xenófobo. “Fijarse en los homosexuales, culpar a las mujeres de la violencia de género, sugerir la prohibición de los partidos políticos”, dijo Pedro Sánchez desde el fragor de la batalla. “Todo eso tiene un nombre que no hace falta deletrear”.

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