Soy hijo de un terrorista, y así conseguí escapar del adoctrinamiento
Mi padre, El-Sayed Nosair, asesinó al rabino extremista Meir Kahane en la ciudad de Nueva York el 5 de noviembre de 1990.
Las experiencias que he vivido como consecuencia de las acciones de mi padre pusieron mi vida en un camino que aún hoy me cuesta procesar.
Haber estado expuesto a hombres como el 'jeque ciego' Omar Abdel-Rahman –que ayudó a coordinar el atentado al World Trade Center de 1993– y al odio que predican hombres como él formó mi visión del mundo de una manera que me llevó años de esfuerzo deshacer. Las amenazas de muerte contra mi familia por parte de aquellas personas que buscaban venganza por los actos de mi padre y la inestabilidad que viví tras 20 mudanzas en 20 años me hacían sentir que, en cualquier momento, mi frágil mundo cambiaría por completo una vez más.
Haber sufrido acoso escolar y, en mi propio hogar, el maltrato de mi padrastro acabó con la poca confianza o sentido del autoestima que mi yo más joven había acumulado durante todo ese tiempo.
Desde que empecé a pensar en la pregunta “¿por qué cambiaste tu camino?”, he tenido grandes dificultades para encontrar la respuesta adecuada. ¿Hablo sobre los actos de mi padre? ¿O tal vez sería más natural hablar sobre mi propia experiencia personal como resultado de esos actos?
La respuesta más complicada es decir que las personas con las que he tratado a lo largo de mi vida, las experiencias que he tenido y las lecciones que he aprendido me condujeron al camino en el que me encuentro hoy. Tal vez si una persona o un lugar hubieran sido diferentes, mi camino habría cambiado completamente y yo no habría tenido la fortuna de poder salir de la oscuridad.
Desde muy temprana edad, me aislaron de la sociedad y me enseñaron a temerla, con frecuencia por las razones más arbitrarias. La empatía que generé tras años de ser maltratado física y emocionalmente me hacía sentir de forma instintiva mi propia hipocresía: cada vez que trataba mal a alguien por su raza, religión o preferencia sexual, recordaba lo que había sentido yo las veces que alguien me hizo lo mismo. Después de haber crecido entre tantas dificultades y problemas, me negué a perpetuar esa sensación en los demás.
Cuando llegué a esa conclusión, sentí al fin que había luz al final del túnel. Durante un tiempo, me alcanzó con disfrutar de la calidez de esas nuevas amistades y de la aceptación generada en cuanto dejé de juzgar a las personas de acuerdo con los estereotipos que me habían enseñado.
Pero contemplé este hermoso y nuevo mundo del que me había vuelto parte integral y vi que había un gran sufrimiento. Me hice la siguiente pregunta: “¿Por qué yo tuve la suerte de escapar de mi adoctrinamiento y otros no?”.
No me siento en absoluto especial. He tenido que sortear algunos obstáculos, pero no creo que haya nada singular acerca de mi capacidad para superarlos. La respuesta es simplemente que el miedo y el aislamiento son dos de los ingredientes más importantes en la radicalización de una persona. Si se tiene la oportunidad de librar a alguien de alguna o de todas esas limitaciones, se puede interrumpir el adoctrinamiento. A medida que crecía, yo tuve la oportunidad de tratar con personas a las que me habían enseñado a odiar. Fue el camino más seguro para romper con los estereotipos que me habían enseñado.
Los ataques perpetrados a ciudadanos de Occidente por grupos como el Estado Islámico crearon un entorno favorable para el adoctrinamiento. También pienso que el resurgimiento de las ideologías nacionalistas en Estados Unidos y en Europa tiene una relación directa con estos ataques. Una prueba de ello es la elección de hombres como Donald Trump, alguien que se ha mostrado partidario de asesinar a musulmanes inocentes por el simple hecho de ser familiares de un terrorista. Alguien que en pocas palabras, me habría condenado a muerte por los actos de mi padre.
Cuando toda la sociedad empieza a tomar decisiones basadas en el miedo al estereotipo de los “terroristas musulmanes” está haciendo el trabajo que necesitan grupos como el EI. Este miedo y odio insólitos dividen a nuestras naciones y aíslan aún más a los más vulnerables de esas comunidades, dejándolos a merced del adoctrinamiento.
Aunque ahora soy ateo, creo imprescindible que las personas de todas las religiones (o de ninguna) puedan dejar a un lado sus diferencias para trabajar juntas en pos de objetivos comunes. He tenido el enorme privilegio de trabajar con personas de todas partes del mundo que extraen de la fe gran parte de su fuerza y la usan para beneficiar a los demás.
Como orador y como autor del libro The Terrorist’s Son: A Story of Choice (El hijo del terrorista: una historia de elecciones), tuve la suerte de ser invitado a compartir escenario en la Universidad de Oxford con uno de mis héroes, el arzobispo Desmond Tutu, para hablar sobre la fe. Creo firmemente que aunque no siempre estemos de acuerdo en todo, debemos sumar nuestras fuerzas para promover el objetivo común de lograr la igualdad.
No hay ninguna duda de que la calidad de la vida humana aumenta de forma drástica cuando decidimos cooperar unos con otros más allá de las diferencias de tribus y naciones. Cuanto más cooperamos, más prosperamos. No significa que hayan desaparecido nuestras diferencias sino que aprendemos a vivir juntos y en armonía pese a ellas. Por eso elijo este camino. Porque conozco de primera mano la capacidad que tiene la humanidad de lograr un cambio positivo y el valor que tiene recordarnos unos a otros esa capacidad.
Traducido por Francisco de Zárate