Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

The Guardian en español

Huyendo solos: los niños no acompañados de Tijuana

Migrantes centroamericanos, parte de la caravana que espera llegar a Estados Unidos, en el estado de Oaxaca, México.

Sarah Kinosian / Amanda Holpuch

Tijuana —

Dora llevaba años esperando su quince cumpleaños. Su madre le había prometido que a esa edad podría abandonar su hogar en El Salvador, donde el abuelo le pegaba y abusaba sexualmente, para buscar una nueva vida en Estados Unidos. Su objetivo era unirse a sus dos hermanas mayores. Huyendo del mismo abusador, llevaban ya cinco años reubicadas en Los Ángeles.

Pero cuando llegó en mayo su quince cumpleaños, Dora aún no se sentía preparada para el peligroso viaje de 5.000 kilómetros. Hasta que las noticias empezaron a hablar de una caravana de migrantes en dirección norte. Entonces decidió partir junto a una amiga de su madre que viajaba con sus dos hijos pequeños. “Verlos irse juntos... eso me dio la esperanza y el coraje para irme por fin”, dice Dora, que ahora vive en un refugio para niños de Tijuana, en la frontera con California.

Más de 49.000 niños sin un acompañante adulto han sido detenidos en la frontera de Estados Unidos en lo que va de 2018, según los datos del Departamento de Seguridad Nacional de EEUU. A Jakelin Caal, la niña guatemalteca de 7 años que murió este mes bajo custodia estadounidense, la acompañaba su padre, pero en su grupo viajaban unos 50 niños solos.

La mayoría de los menores no acompañados viene de países que figuran entre los más peligrosos del hemisferio occidental, como El Salvador, Honduras y Guatemala, pero en el viaje hacia el norte se encuentran con nuevas amenazas: los migrantes suelen sufrir violaciones, asesinatos, secuestros y robos.

Sobrevivir al viaje no implica el fin de los peligros: las trabas burocráticas pueden retrasar la presentación de su caso ante los funcionarios estadounidenses, o incluso impedir directamente que pidan asilo. Mientras se resuelven sus expedientes, tienen que esperar en ciudades de frontera convertidas en auténticos campos de batalla por la violenta guerra de las drogas en México.

No dejan solicitar asilo

En la noche del lunes, la patrulla fronteriza estadounidense impidió que 15 migrantes hondureños, entre ellos ocho niños no acompañados, solicitaran asilo por el paso de Otay Mesa (al norte de Tijuana) pese a que en el grupo también viajaban dos miembros del Congreso de Estados Unidos. Tras cuatro horas de negociaciones, permitieron entrar a los niños no acompañados. Los demás quedaron fuera fundamentando su solicitud.

Como parte de la represión que la Administración Trump ejerce contra los migrantes, el Gobierno estadounidense ha fijado un límite en el número de personas que pueden solicitar asilo por día, una práctica conocida como el “sistema del contador”. Por otro lado, el Gobierno mexicano deriva de forma rutinaria hacia su red de hogares infantiles a los niños no acompañados, cuando no los deportan directamente, pese a los peligros que enfrentan en sus países de origen. Como dice Michelle Brané, directora del programa de Derechos y Justicia para los Migrantes de la Comisión de Mujeres Refugiadas, “una bomba de tensiones y puntos débiles que puede estallar en cualquier momento”.

Brané visitó recientemente Tijuana y dice que “el sistema del contador” está creando una situación especialmente peligrosa para los niños, expuestos a la violencia y al reclutamiento de las pandillas mientras esperan para presentar su solicitud de asilo.

El “contador” lleva más de dos años funcionando en algunos pasos fronterizos pero, según un informe publicado en diciembre por tres institutos de investigación, en los últimos seis meses se ha convertido en el estándar para toda la frontera entre México y Estados Unidos.

En ninguna parte se ve más clara la precariedad de los niños no acompañados que en Tijuana, inundada por miles de solicitantes de asilo en los últimos meses de 2018. Según un recuento no oficial de posibles solicitantes de asilo, ya son 5.000 las personas que están esperando para presentar su solicitud en la ciudad. El tiempo medio de espera es de 12 semanas, de acuerdo con un informe publicado por la Iniciativa de Seguridad de México del Centro Robert Strauss, por el Centro de Estudios México-Estadounidenses de la Universidad de California en San Diego, y por el Centro de Políticas en Migraciones.

Cifras sin confirmar

Las estimaciones de los grupos de protección infantil de Tijuana hablan de cientos de niños no acompañados en la ciudad, pero se trata de una cifra difícil de confirmar: los menores no quieren decir que viajan solos por temor a las pandillas, a los traficantes y al Gobierno mexicano.

Las autoridades mexicanas de protección infantil tienen la obligación de detener a los menores cuando no van acompañados, para canalizarlos hacia el sistema de hogares o para deportarlos. “Incluso los que tienen la suerte de obtener información sobre el funcionamiento del sistema de asilo mexicano, muy a menudo no tiene acceso a una solicitud, pero más allá de eso, tampoco obtienen ninguna información sobre Estados Unidos”, dice Brané.

Los agentes de la Aduana y de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos también pueden rechazar a los niños no acompañados que llegan al paso de San Ysidro, en Tijuana. Desde abril, y según los datos de Amnistía Internacional, la Patrulla Fronteriza ha rechazado al menos a cinco niños no acompañados llegados hasta San Ysidro para pedir asilo.

Según un comunicado del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos, “no se le está negando a nadie la posibilidad de argumentar miedos creíbles o de pedir asilo”. Pero en una visita a Tijuana el mes pasado, la congresista demócrata Pramila Jayapal tuvo que intervenir cuando las autoridades estadounidenses detuvieron a cinco solicitantes de asilo, entre ellos dos niños no acompañados, para que no presentaran su solicitud de asilo en la frontera.

“No debería hacer falta la intervención de una congresista y de un jefe de la Patrulla Fronteriza increíblemente bondadoso para que puedan pedir asilo en Estados Unidos los que huyen de la violencia y la persecución”, escribió Jayapal en Twitter tras el incidente.

Cuando Dora trató de solicitar asilo en San Ysidro, los agentes de inmigración mexicanos la detuvieron y la llevaron al refugio de niños donde ahora pasa sus días viendo la televisión, jugando a las cartas y charlando con sus nuevos amigos. No puede llamar a su familia porque en la ciudad donde viven ellos no funciona bien la red de telefonía móvil.

Dora confía en que un día podrá volver a solicitar asilo. Aunque el sueño de llegar a Los Ángeles por ahora esté fuera de su alcance, dice estar agradecida por haber escapado del turbio ambiente en torno a su abuelo. “Cuando no bebía estaba bien, pero llegó a ser algo de todos los días”, dice. “Me pegaba fuerte y cuando mi madre intentaba intervenir, le pegaba a ella también. Nunca sabías exactamente qué iba a provocarlo. Vivir así de nerviosa... con un miedo y una ansiedad constantes. Aquí me siento mucho más en paz, como si todo fuera a salir bien”.

Pero según Jenny Villegas, muchos de los jóvenes apenas están empezando a darse cuenta de los riesgos que todavía enfrentan. Villegas conoce el problema de cerca por su trabajo con los niños no acompañados de Tijuana desde la ONG “Al Otro Lado”. “Algunos se han enfrentado a cosas terribles en el camino, otros han sido secuestrados por cárteles”, dice. “Así que tienen que lidiar con mucho. Y además de eso, se están dando cuenta de que no es tan fácil como pensaban que sería al llegar aquí”.

Sin la supervisión de un adulto, los niños y niñas no acompañados son muy vulnerables a las pandillas y los traficantes de Tijuana, donde en 2017 el nivel de homicidios alcanzó un nuevo récord debido a la violencia pandillera. “Aquí hay bandas activas que están reclutando a los menores”, dice Villegas.

Echando de menos sus casas y después de la violencia que han dejado atrás, muchos de los niños y niñas no acompañados de Tijuana no se dan cuenta de los riesgos y obstáculos que todavía enfrentan.

Orlin (17) y su hermano Marcos (15) hablan de una vida tranquila con sus abuelos en Zamora (norte de Honduras) hasta que se negaron a unirse a una pandilla. Les dieron dos semanas para abandonar la ciudad. “Honduras es un país hermoso pero las pandillas lo han convertido en un lugar feo para estar”, dice Marcos, en el mismo refugio que Dora. “No quiero regresar nunca”.

Los dos hermanos tuvieron que dejar el colegio antes de cumplir los 10 años porque los lápices, las mochilas y los cuadernos representaban una carga demasiado grande para el presupuesto familiar. “Casi nunca salíamos de casa por las pandillas, por supuesto que no salíamos de noche, pero incluso durante el día, sólo salíamos para salir corriendo hasta la tienda o cosas así”, dice Orlin.

Orlin muestra dos cicatrices redondas en una rodilla y una tercera en el muslo izquierdo. Se las hicieron unos pandilleros que hace dos años le dispararon para robarle. “Eso realmente me perturbó”, dice. “Las pandillas ya habían asesinado a nuestro padre y yo no quería ser el próximo”. Los delincuentes les hicieron llegar su ultimátum justo antes de que la primera caravana de migrantes saliera de Honduras.

Los dos hermanos tienen familiares esparcidos por todo Estados Unidos y dicen que quieren aprender bien inglés, trabajar en la construcción y, por fin, formar sus propias familias. Orlin apunta con la cabeza hacia el norte, hacia la frontera con Estados Unidos. “El sueño, nuestros sueños, están ahí”.

Traducido por Francisco de Zárate

Etiquetas
stats