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The Guardian en español

ANÁLISIS

La masacre terrorista de Kabul anticipa el caos que se avecina en Afganistán

Una mujer llora junto al cuerpo de una víctima del atentado en el aeropuerto de Kabul.

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La comparación tentadora entre la retirada de las fuerzas estadounidenses de Kabul en 2021 y la de Saigón en 1975 ha ofrecido cada vez menos resultados en los últimos 12 días.

Unas 7.000 personas fueron evacuadas de Vietnam (5.500 civiles vietnamitas y unos 1.500 estadounidenses). En cambio, más de 95.000 personas han abandonado Afganistán en un histórico puente aéreo desde el 14 de agosto, el día antes de que la capital cayera en manos de los talibanes.

La salida de Saigón tampoco se enfrentó a terroristas suicidas. El atentado perpetrado por el ISIS este jueves en Kabul, en el que han muerto más de 100 personas, entre ellas civiles afganos y militares estadounidenses, interrumpió el proceso de evacuación y convirtió una crisis en una catástrofe.

El día más negro de la joven presidencia de Joe Biden le ha dejado sin una buena alternativa. Ahora debe decidir si acorta, mantiene o amplía su plazo del 31 de agosto para la retirada total de las fuerzas estadounidenses.

Si se retira ahora, dejaría, según la mayoría de las estimaciones, a cientos de ciudadanos estadounidenses y a muchos miles de aliados afganos atrapados en territorio hostil. Pero quedarse más tiempo sería una invitación a nuevos ataques mortales por parte de la rama local del ISIS (ISIS-K) y, más allá del martes, de los propios talibanes contra grandes multitudes en el aeropuerto.

“Cada día que estamos en el terreno es un día más en el que sabemos que el ISIS-K está tratando de atentar en el aeropuerto y atacar tanto a las fuerzas estadounidenses y aliadas como a los civiles inocentes”, dijo Biden el martes.

Un panorama diferente

Después de haber decepcionado a los aliados internacionales que anhelaban una recuperación del liderazgo estadounidense después de Donald Trump, Biden también tiene que lidiar con un panorama político que ha cambiado en casa. La creencia popular ha sido que a relativamente pocos estadounidenses les preocupa la situación en Afganistán u otros asuntos de política exterior, en comparación con la pandemia de coronavirus y sus preocupaciones cotidianas.

Pero ahora, tras el día más mortífero para las tropas estadounidenses en Afganistán en más de una década, las bolsas mortuorias con los cuerpos de los soldados volarán de vuelta a casa, una llamada de atención para los estrechos de miras y los apáticos.

El país necesita más que nunca el lado más empático de Biden, no el que relata Our Man, la biografía del diplomático Richard Holbrooke, escrita por George Packer (Holbrooke fue enviado especial de EE.UU. para Afganistán y Pakistán bajo la presidencia de Obama). 

Según la biografía, en una conversación privada en 2010 con Holbrooke, Biden argumentó que Estados Unidos no tiene una obligación con la población afgana que confió en el país: “A la mierda, no tenemos que preocuparnos por eso. Lo hicimos en Vietnam, Nixon y Kissinger se salieron con la suya”, en referencia al presidente Richard Nixon y su secretario de Estado, Henry Kissinger.

La tragedia de Kabul, sin embargo, alimentará la amarga polarización de Estados Unidos así como la crispación política. Algunos republicanos ya han exigido la dimisión del presidente. Josh Hawley, senador por Missouri, ha dicho: “Esto es el resultado del catastrófico fracaso de liderazgo de Joe Biden. Ahora está dolorosamente claro que no tiene ni la voluntad ni la capacidad de liderar. Tiene que dimitir”.

El futuro que se avecina

A más largo plazo, la atrocidad del jueves nos da una idea del caos que se avecina en Afganistán, y de cómo han fracasado los esfuerzos de construcción nacional y de importación de la democracia al estilo occidental. Si el grupo conocido como ISIS-K quería llamar la atención del mundo y subrayar los límites del poder de Estados Unidos, seguramente lo ha conseguido.

El ISIS-K es un enemigo acérrimo de los talibanes y aún más extremista desde el punto de vista ideológico. Entre sus filas se encuentran miembros de los talibanes resentidos con las conversaciones de paz de sus líderes con Estados Unidos. El atentado abre la puerta a la posibilidad de que aumenten las acciones terroristas aunque los estadounidenses se hayan ido.

Esto se suma a las amenazas de los propios talibanes a los derechos humanos, en particular los de las mujeres y las niñas, la debilidad de las instituciones gubernamentales y una economía que se desmorona. “Se trata de una crisis humanitaria en toda regla”, ha dicho Bob Menéndez, presidente de la comisión de relaciones exteriores del Senado de EEUU.

Además de los paralelismos con Vietnam, también se ha observado con frustración en los últimos días que 20 años de sangre y de dinero de Estados Unidos en Afganistán no han cambiado nada. El jueves, mientras se abría la caja de Pandora, se constató que tal vez sí han cambiado las cosas, pero para mal.

Mehdi Hasan, presentador de la cadena de noticias por cable MSNBC, tuiteó: “Invadimos Afganistán para luchar contra un grupo terrorista, Al Qaeda, que nos atacó. Cuando nos vamos, nos ataca otro grupo terrorista, ISIS, peor que Al Qaeda, y que no existía cuando invadimos el país. Ya lo he dicho antes: lo único que nos ha dado la guerra contra el terror ha sido más guerra y más terror”.

Traducido por Emma Reverter

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