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OPINIÓN

La oferta de los conservadores tras la moción a Johnson: un líder en el precipicio y un partido sin rumbo

El primer Ministro del Reino Unido, Boris Johnson, pinta con niños durante una sesión de pintura como parte de una visita a la Escuela Infantil Field End en South Ruislip (05/06/2022).

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¿Qué sentido tiene el Partido Conservador? La pregunta no estaba formulada exactamente así en la votación secreta del lunes por la noche de los diputados tories, pero si refleja la conclusión a la que llegaron. Boris Johnson sobrevivió a esta moción interna, pero solo el 59% de sus diputados le apoyaron: menos de los que apoyaron a Theresa May cuando Johnson era el que intentaba empujarla a un precipicio. Un apoyo tan anémico debe envalentonar a los rebeldes para seguir insistiendo en su propósito, ya sea a través de dimisiones, revueltas estratégicas sobre debates de leyes o intentando eliminar la norma que teóricamente impide otra votación de este tipo hasta dentro de un año. Se avecina un futuro miserable para un partido que estará atado de pies y manos.

El plan de renovación que Johnson esgrimió en el último momento y que promete vender las propiedades de las asociaciones de viviendas y despedir a funcionarios, además de responder con un “lo volvería a hacer” cuando se le preguntó sobre las fiestas celebradas en Downing Street durante el confinamiento, parece haber fortalecido los posicionamientos de unos y otros.

En su carta pública en la que pide la marcha de Johnson, el exsecretario de Economía Jesse Norman cita no solo el “grotesco” intento del primer ministro de afirmar que la investigación por el escándalo del 'partygate' de Sue Gray le había exonerado o su “horrendo” plan de enviar refugiados a Ruanda (ha llegado a un acuerdo con el Gobierno de Ruanda en virtud del cual los inmigrantes que crucen el Canal sin papeles pueden ser reasentados en ese país), sino también el modo en que Johnson ha vaciado su partido. Este Gobierno tenía “una amplia mayoría, pero ningún plan a largo plazo” para aprovecharla, escribió Norman. Mientras la economía se desmoronaba a su alrededor, todo lo que Johnson podía hacer era “seguir cambiando de tema y crear líneas divisorias políticas y culturales en beneficio propio”.

Viniendo del marido de Kate Bingham, la mujer que lideró el muy admirado grupo de trabajo para la vacunación en Reino Unido, la carta cristaliza el anhelo entre los conservadores moderados por una vuelta a la cordura organizada con paso ligero tras la anarquía de los años de Johnson; por un conservadurismo que cuide y mantenga las cosas en lugar de destrozarlas, y que busque crear condiciones económicas en las que sus partidarios tradicionales (si no el país en su conjunto) puedan prosperar. Pero no todos los tories quieren volver a ese statu quo, y ahí está el reto para los que aspiran a suceder a Johnson.

La lección de los casos de May y Margaret Thatcher es que una vez que la idea de defenestrar a un primer ministro está sobre la mesa, que suceda es solo cuestión de tiempo. Dicho esto, esta moción de confianza es diferente a la que May sobrevivió solo para dimitir cinco meses después. Muchos parlamentarios rebeldes todavía tenían cierto respeto personal o simpatía por May y la posición imposible en la que el Brexit la había colocado; pero odiaban el acuerdo, y tenían muy claro lo que querían en su lugar.

La votación del lunes, sin embargo, fue impulsada principalmente por la vergüenza ante el comportamiento personal de Johnson, y la objeción no es hacia una política concreta, sino al caos que genera la ausencia de estas. Una revuelta que une a los conservadores liberales, como Caroline Nokes, con uno de los máximos partidarios del Brexit (y, quizá más importante en este caso, cristiano devoto) como Steve Baker es una revuelta impulsada no tanto por ideología, sino por la indignación moral, además del pánico entre aquellos que están en circunscripciones muy ajustadas (el sistema electoral británico es uninominal y de mayoría simple). En lo único que están de acuerdo es que cualquier alternativa sería mejor que la situación actual, pero incluso ahora algunos de sus colegas siguen esperando un milagro.

Lo ideal sería que muchos miembros del Partido Conservador quisieran un líder sustituto impoluto y sin escándalos que pudiera repetir el mismo juego de magia asombroso que hizo Johnson en 2019 uniendo a los tories de toda la vida con votantes laboristas desencantados de las ciudades del norte para lograr otra gran victoria.

Pero eso no está sucediendo. Johnson ganó con la promesa de llevar a cabo el Brexit (interpretada generosamente por los conservadores a favor de la permanencia como una promesa de, al menos, acabar rápidamente con lo inevitable) y de mantener al margen a Jeremy Corbyn, dos ideas atractivas para los votantes laboristas descontentos en su momento, pero que ahora ya no funcionan.

El Brexit ya se ha ejecutado como quería la mayoría de los partidarios de la salida, aunque no ha terminado en el sentido que los partidarios de la permanencia esperaban, y Keir Starmer no es en absoluto el hombre del saco que era Corbyn. Lo mejor que los diputados conservadores pueden esperar ahora es alguien capaz de formar una coalición electoral más pequeña, pero más honesta y coherente, construida sobre promesas que (a diferencia del Brexit) no se desmoronen tan pronto como entren en contacto con la realidad.

Eso no requiere necesariamente elegir entre los escaños del muro rojo y el azul (zonas tradicionalmente progresistas o conservadoras). La obsesión de Westminster por las divisiones geográficas oculta el hecho de que en muchas cuestiones, el país está bastante unido, al menos su exasperación. En las encuestas, los votantes de Wakefield, donde se prevé una derrota del Gobierno en las elecciones de este mes, afirman que el mayor obstáculo para votar a los tories es que consideran a Johnson un mentiroso. Pero la “mujer de Waitrose”, el estereotipo de votante acomodado que los conservadores temen perder a favor de los liberal-demócratas en Hampshire o Surrey, probablemente diría lo mismo.

La segunda queja más importante en Wakefield es que Johnson no está conectado con la realidad. Esto también refleja una exasperación más amplia por su incapacidad para abordar los asuntos cotidianos que importan a los ciudadanos: la inflación creciente, las listas de espera del Servicio Nacional de Salud (NHS), la crisis del mercado de la vivienda y la sensación generalizada de abandono y de caos que tienen las personas que intentan volver al trabajo después de un día festivo por las huelgas de tren y los vuelos cancelados. Norte o sur, a favor del Brexit o no, la mayoría de la gente quiere un primer ministro que no de vergüenza y que sea capaz de controlarse. Por desgracia para los conservadores, el Brexit no ha reducido ni un ápice la reserva de talento.

Demasiadas personas que podrían haber perfeccionado sus habilidades de liderazgo durante los últimos tres años han abandonado la política o no han querido un cargo. Eso deja a algunos candidatos para los que podría decirse que esta oportunidad ha llegado demasiado pronto –como el ministro de Educación, Nadhim Zahawi, y el exsoldado Tom Tugendhat, ambos políticos interesantes pero relativamente inexpertos para un momento en el que parece que se avecina una crisis económica inminente– o demasiado tarde.

Los tories moderados podrían unirse naturalmente a Jeremy Hunt, quien tuiteó el lunes que era hora de que los conservadores “cambiaran o perdieran”, pero a muchos les preocupa ahora que proponer a alguien que perdió contra Johnson en 2019 parezca obligar a los tories de base a admitir que se equivocaron la última vez. Elegir un líder entre los candidatos restantes –desde Rishi Sunak a Sajid Javid, Liz Truss a Priti Patel, Penny Mordaunt o algún outsider aún no anunciado– no tiene sentido sin decidir primero qué es lo que deben liderar.

¿Es el Partido Conservador un mero vehículo de guerras culturales cada vez más airadas, o el conmovedor deseo de la reina de un “renovado sentido de unión” que perdure más allá del jubileo ha hecho que algunos se paren a pensar en qué se han convertido? Después de los 12 años que llevan gobernando, ¿qué quieren conseguir con otros cinco más? La maquinaria se ha puesto en marcha y la pregunta está en el aire. Falta ver si alguien tiene la respuesta.

Traducido por Emma Reverter

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