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The Guardian en español

Ola de COVID-19 en Reino Unido: por qué los ingleses han dejado de llevar mascarilla aunque se lo pidan

Varias personas celebrando el fin de las restricciones de la pandemia frente a un bar en Leeds (Reino Unido).

Emine Saner

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Dave, un profesor de East Sussex, en Inglaterra, dice que dejó de llevar su mascarilla “en el instante” en que terminó de ser obligatorio. “La llevaba a regañadientes, porque era lo correcto y porque era obligatorio”, dice el profesor. “Pero sentía, y sigo sintiendo, que la razón por la que nos dijeron que llevásemos mascarilla era para que la gente que tenía miedo tuviera menos miedo”. No se sintió raro dejando la mascarilla, según dice, ya que “a casi nadie le importa”, pero se pone una cuando va al veterinario, al farmacéutico o al médico, porque sabe que quieren que lo haga. “Siento que es lo más respetuoso, pero es un poco de teatro”, asegura.

Reino Unido es ahora uno de los países con mayor incidencia en casos, hospitalizaciones y muertes del mundo. La incidencia es de 481 casos por 100.000 habitantes cada siete días (en España, esa medida es de 24), cada semana muere un millar de personas por COVID-19 y los hospitales reportan que ya están saturados, con casi 7.000 nuevos ingresados por coronavirus en la última semana. El nivel de vacunación es más bajo que en otros países europeos, con un 68% de la población vacunada (en España es el 79%).

Entretanto, el número de personas que llevan mascarillas en Reino Unido ha bajado mes a mes desde julio, cuando terminó en Inglaterra la obligación legal de usarla, junto con a todas las restricciones internas. Según las cifras publicadas por la Oficina Nacional de Estadística (ONS, por sus siglas en inglés) la semana pasada, el 82% de los adultos declaró haber llevado mascarilla fuera de su casa durante los siete días previos, lo que supone un descenso respecto al 86% del mes anterior.

Pero me parece un porcentaje elevado. De acuerdo con mi propia y muy poco científica encuesta, realizada la semana pasada a personas que salían de un centro comercial en una ciudad del sur de Inglaterra, solo una de cada 25 llevaba mascarilla y, en su gran mayoría, se trataba de personas mayores, el grupo social más vulnerable.

“Cuando todos los demás dejaron de hacerlo, yo también lo hice”, dice Holly. Su amiga Chantelle trabaja en un supermercado y tampoco lleva mascarilla desde julio. ¿Le molesta que los clientes no la lleven? “La verdad es que no”, dice, “porque yo no la llevo. Hacer un turno de ocho horas con una puesta era horrible”. ¿Volverían a llevar mascarilla? “Si tuviésemos que hacerlo, sí, lo haría”, dice Holly. Pero ninguna de las dos lo haría por elección.

Puede que todos los británicos tengan que hacerlo: el clamor para hacer que las mascarillas vuelvan a ser obligatorias va en aumento. En Escocia, lo siguen siendo en sitios como restaurantes, bares, tiendas, locales de ocio y lugares de culto, así como en las escuelas para los niños mayores de 12 años. En Inglaterra, el uso de la mascarilla se “espera y recomienda” en lugares concurridos y cerrados, pero no es obligatorio por ley, a pesar de que muchos —incluidos los sindicatos de comercio y del Servicio Nacional de Salud (NHS, por sus siglas en inglés)— piden que vuelva a serlo, en medio de un aumento de los casos de coronavirus.

Ministros y diputados sin mascarilla

La semana pasada, el ministro de Sanidad, Sajid Javid, advirtió que este invierno se podría alcanzar la cifra récord de 100.000 nuevas infecciones diarias. En una rueda de prensa, Javid —que, junto a otros ministros, descarta de momento un “plan B” de medidas, entre las que se incluiría la obligatoriedad de las mascarillas— dijo que “hay muchas cosas que todos podemos hacer, como llevar la cara cubierta en espacios concurridos o cerrados”. Esto ocurrió apenas unas horas después de que Javid no llevara mascarilla en la Cámara de los Comunes, un espacio a menudo abarrotado y sin ventilación. El ministro Rishi Sunak se ha negado a comprometerse a llevar mascarilla en la Cámara de los Comunes y el líder de esta Cámara, Jacob Rees-Mogg, ha dicho que su partido no necesitaba llevar mascarillas porque sus miembros se conocen entre sí (no existe ningún estudio que indique que las personas que se conocen entre sí se contagien menos).

En la sesión de este miércoles en el Parlamento, tanto Sunak como Boris Johnson llevaban mascarilla así como más diputados conservadores de lo habitual. El líder laborista, Keir Starmer, no pudo asistir a la sesión porque ha dado positivo por coronavirus y ha tenido que aislarse.

“El mensaje que da el Gobierno es muy confuso”, dice Martin McKee, profesor de Salud pública europea en la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres. “Declararon el ‘día de la libertad’, dijeron que se podía dejar de usar mascarilla en un momento en que teníamos tasas de infección mucho más altas que otros países y hemos seguido teniendo tasas de infección altas”. El mensaje contradictorio significa que “por un lado, están diciendo 'todo ha terminado’ y, por otro, dicen 'podemos tener un invierno muy difícil por delante’. El mensaje es que no debemos preocuparnos, aunque ocasionalmente se ve interrumpido por el mensaje que recalca que sí hay que preocuparse”.

Al comienzo de la pandemia no estaba tan claro cuán eficaces eran las mascarillas para reducir los contagios, pero, como explica McKee, “hoy contamos con muchas pruebas al respecto”. El Gobierno británico parece estar confiando en una estrategia de “solo vacunas”, en lugar de apostar por “vacunas y más”, dice McKee, “que es lo que están haciendo otros países europeos, donde se dice que las vacunas son muy importantes, pero que también se necesitan otras cosas como pasaportes sanitarios, mascarillas, mejor ventilación, etcétera”.

En la mayoría de los países de Europa, las mascarillas siguen siendo obligatorias. Uno de los colegas de McKee le dijo que el otro día había visto a alguien subirse a un tren en Francia sin mascarilla “y que todo el mundo le miró e hizo gestos con tanta desaprobación, que se bajó del tren”.

El ejemplo de España

Heather, una británica que vive en España pero que viaja a Reino Unido a menudo, dice que le sorprende cuán diferentes son las actitudes de los dos países respecto al uso de mascarillas. En España, su uso es obligatorio en espacios cerrados y el mensaje a la población es claro desde hace más de un año. “En Reino Unido, vemos que los políticos no llevan mascarilla, mientras que en España es raro ver al presidente sin ella. Hace poco (el 12 de octubre), hubo un gran desfile en Madrid, con el ejército marchando y la familia real y el presidente allí, y todos llevaban mascarilla”.

Heather actúa en óperas y conciertos, donde incluso los cantantes llevan mascarilla. “Es la ley, protege a los demás cantantes y protege a la audiencia”. “¿Por qué no voy a llevar una mascarilla?”, dice. “Realmente no supone esfuerzo alguno. Me protege a mí y a los demás, es algo muy fácil de hacer”.

Ideas racistas

Es peligroso “exagerar los aspectos negativos”, dice Stephen Reicher, profesor de Psicología Social de la Universidad de St. Andrews y miembro del subcomité del Grupo Asesor Científico para Emergencias (SAGE, por sus siglas en inglés) que asesora al Gobierno británico. De acuerdo con las encuestas oficiales, la mayoría de la gente sigue usando mascarilla durante al menos una parte del tiempo “y la gran mayoría de la gente considera que estas son importantes”.

Al comienzo de la pandemia, los científicos dijeron en Reino Unido que las mascarillas eran una buena idea, pero allí no hubo seguimiento de la población. “Eso no tuvo ningún efecto: el uso de mascarillas estaba en torno al 20% y la gente salió con todas estas explicaciones sobre que las personas son intrínsecamente contrarias a las mascarillas y que los británicos no las usarían”. Según Reicher, había “ideas racistas, como que los británicos no son obedientes como los asiáticos”. “Luego hicimos que las mascarillas fueran un requisito obligatorio y, en un par de semanas, pasamos del 20% al 80%”, explica.

Reicher dice que ni siquiera se trataba de hacer cumplir la ley, sino de dar una señal clara: si las mascarillas eran obligatorias, debían ser importantes. Lo que el Gobierno de Boris Johnson está indicando ahora es “que no son tan importantes”. “Eso forma parte de la postura general del Gobierno según la cual los contagios en verdad no importan mucho”, dice. Que los parlamentarios no lleven mascarillas en la atestada Cámara de los Comunes, ni en reuniones de gabinete ni en conferencias del partido, “todo eso es un mensaje”.

Fallos de comunicación

Reicher dice que las mascarillas tienen un valor simbólico cuando nos enfrentamos a un virus que es invisible y cuyos peores efectos —en las UCIs, por ejemplo— no se ven en el día a día de la población. “Es lo que nos recuerda que la pandemia está en marcha. Una vez que empezamos a quitárnosla, se debilita la sensación de que hay una razón para hacer algo. Uno de los factores más simples, obvios y poderosos para que la gente adopte comportamientos de protección es la sensación de que existe cierto nivel de riesgo. Si le dices a la gente que no hay tal riesgo, entonces no usarán mascarillas”.

Según Reicher, el declive en el uso de mascarilla en Reino Unido “no tiene que ver con los fallos de la psique humana, sino con los fallos en la comunicación y con las formas de politización que nos impiden hacer lo necesario para controlar la pandemia”. También le preocupa que decirle a la gente que otros no llevan mascarillas —como hago yo en este artículo— sea “contraproducente, porque si le dices a la gente que nadie más lleva mascarilla, entonces ellos también dejarán de llevarla”. “Debemos tener cuidado de ser mesurados, de no exagerar”, dice.

Pero miro a mi alrededor y parece que no llevar mascarilla se ha convertido en norma. Yo misma dejé de llevarla un tiempo, en parte por costumbre y en parte por haber empezado a sentirme como una neurótica tras darme cuenta de que a menudo era la única persona que llevaba mascarilla en las tiendas (ahora la he vuelto a llevar).

Presión social

Aunque la mayoría de los adultos siguen llevando mascarilla al menos de vez en cuando, la tendencia ha sido hasta ahora descendiente. Nattavudh Powdthavee, profesor de Ciencias del Comportamiento en la Escuela de negocios de Warwick, conoce de primera mano la presión de grupo.

“Vengo de Tailandia, donde era habitual que la gente llevara mascarilla incluso antes de la pandemia, debido a la historia de virus SARS y otras cosas”, dice. “Cuando la pandemia llegó, empecé a pensar: ¿debo empezar a llevar mascarilla ahora?”. Dice que entonces se sentía raro llevando mascarilla ya que su uso no se había normalizado aún en Reino Unido. “Aunque soy un científico del comportamiento”, dice riendo, “me siento incómodo llevando una mascarilla cuando otras personas no lo hacen”.

Una de las razones por las que Powdthavee cree que el uso de mascarillas está en descenso en Reino Unido es la “compensación de riesgos”. El año pasado, en un estudio, él y sus colegas observaron que cuando el uso de mascarillas se hizo obligatorio, algunas personas “compensaban el riesgo” y empezaban a mantener menos distancia física. Powdthavee cree que está ocurriendo algo similar en Reino Unido ahora que tenemos vacunas. “La gente piensa ‘bueno, estoy totalmente protegido, no necesito preocuparme demasiado. Así que si puedo elegir no llevar mascarilla, elegiré no llevarla’”.

Powdthavee cuenta que en otro estudio descubrieron “que la decisión de llevar o no una mascarilla es algo tribal, hay una fuerte identidad social ligada a ella”. Basta con ver la Cámara de los Comunes, donde la mayoría de los diputados conservadores han dejado de llevar mascarilla, mientras que la mayoría de los laboristas y de los diputados de la oposición la llevan. En Estados Unidos en particular “era un asunto muy político”.

Pero también querían averiguar si el uso de mascarilla se debía a la personalidad de quien la llevara: ¿quienes las llevaban eran personas más colaboradoras? “En un experimento en que la gente debe practicar un juego —en el que debe compartir el dinero o robarlo— no hallamos que las personas que suelen llevar mascarilla sean mucho más colaboradoras que las que no lo hacen. Una de las conclusiones que sacamos fue que no marcaba la diferencia”. Lo que importaba, en cambio, era el “tribalismo” y si la gente jugaba contra alguien que, según les habían dicho, también solía o no llevar una mascarilla. “Ahí es donde entra la decisión de cooperar o robar el dinero: solo quieren ser tribales. Pero en cuanto al uso de la mascarilla en sí mismo, no encontramos ninguna diferencia. No hallamos que la gente que lleva mascarillas sea intrínsecamente más amable”.

¿Se convertirá el uso de mascarilla en un signo de virtud, como ha dicho la diputada “tory” Gillian Keegan (ella también dijo que Reino Unido “no es el tipo de país que te dice lo que tienes que llevar”)? Powdthavee lo duda, a menos que el código social cambie en Reino Unido y se empiece a ver a las personas sin mascarilla como egoístas.

“Si no llevar mascarilla es la norma, entonces es menor el estigma de no llevarla. Si se quiere que su uso aumente, su aplicación debe responder a un mandato”. No cree que baste con confiar en que la gente vaya a ponerse voluntariamente las mascarillas: “Me temo que la incentiva tiene que venir del Gobierno”.

Falsa elección

Reicher dice que el marco del debate sobre el uso de mascarillas se ha vuelto demasiado binario. En Reino Unido, la elección parece haberse convertido en optar entre el confinamiento o la libertad mientras las restricciones intermedias parecen haberse perdido en el foco del debate, aunque estas son lo que muchos piden. “Cosas como la ventilación para hacer que los espacios sean seguros, el apoyo a las personas para que se aíslen si están enfermas... eso no es encerrarse. Las mascarillas son una restricción, no un confinamiento. Si todo se convierte en una cuestión de encierro o libertad, no es de extrañar que la gente no esté entusiasmada. El problema es que, de no hacer estas cosas, nos encontraremos en la misma situación que el año pasado, en la que ignoramos la necesidad de actuar hasta que las cosas se descontrolaron tanto que hubo que pisar el freno con fuerza y recurrir a verdaderas restricciones”.

Volver a las mascarillas en Inglaterra sería un paso fácil y Reicher cree que no sería tremendamente impopular. “Si se observa lo sucedido a lo largo de la pandemia, el público en general ha reconocido la necesidad de tomar medidas y se ha adelantado al Gobierno”. Reicher dice que la idea de que el Gobierno británico está limitado por lo que el público tolerará es “increíblemente engañosa”. “En general, la psicología indica que no hay problema. La gente está dispuesta a hacer las cosas que son necesarias”.

Dave, el profesor que abandonó la mascarilla, está de acuerdo. “Si tuviera que volver a llevar mascarilla porque su uso volviera a ser obligatorio, lo haría. A regañadientes”, dice.

Traducción de Julián Cnochaert.         

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